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sábado, 27 de septiembre de 2014

EL BURRO DE CARGA - RELATO

En el tiempo en que no había automóviles, en la cochera de un famoso palacio real, un burro de carga curtía inmensa amargura, en vista de los chistes y remoquetes de los compañeros de establo. 

Viéndole el pelo maltratado, las profundas cicatrices en el lomo y la cabeza triste y húmeda, se le aproximó un hermoso caballo árabe, que se hiciera merecedor de muchos premios, y le dijo, orgulloso:

– ¡Triste suerte la que recibiste! ¿No envidias mi posición en las carreras? ¡Soy acariciado por las manos de las princesas y elogiado por la palabra de los reyes!

– ¡Ya pudiera! – exclamó un potro de fino origen inglés – ¿Cómo conseguiría un burro entender el brillo de las apuestas y el gusto por la caza?

El infortunado animal recibía los sarcasmos, resignadamente. Otro soberbio caballo, de procedencia húngara, entró en el asunto y comentó:

– Hace diez años, cuando me ausenté del prado vecino, vi a este miserable sufriendo rudamente en las manos del bruto amansador. Y es tan cobarde que no llegaba a reaccionar, ni siquiera con una coz. No nació sino para la carga y golpes. Es vergonzoso soportar su compañía.

En esto, admirable jumento español se acercó al grupo, y acentuó, sin piedad:

– Lamento reconocer en este burro a un pariente próximo. Es un animal deshonrado, flaco e inútil… No sabe vivir sino bajo pesadas disciplinas. Ignora la altivez de la dignidad personal y desconoce el amor propio. Acepto los deberes que me corresponden hasta el justo límite; pero, si me obligan a sobrepasar las obligaciones, rehúso obedecer, me encabrito y soy capaz de matar.

Las observaciones insultantes no habían terminado, cuando el rey penetró en el recinto, en compañía del encargado de las caballerizas.

– Preciso de un animal para un servicio de gran responsabilidad – informó el monarca–, animal dócil y educado, que merezca absoluta confianza.

El empleado preguntó:

– ¿No prefiere el árabe, Majestad?

– No, no – habló el soberano – , es muy altivo y solo sirve para las carreras en los festejos oficiales sin mayor importancia.

– ¿No quiere al potro inglés?

– De ningún modo. Es muy inquieto y no va más allá de las extravagancias de la caza.

– ¿No desea al húngaro?

– No, no. Es bravío, sin ninguna educación. Es apenas un pastor de rebaño.

– ¿El jumento servirá? – insistió el servidor atento.

– De ninguna manera. Es mañoso y no me da confianza.

Transcurridos algunos instantes de silencio, el soberano indagó:

– ¿Dónde está mi burro de carga?

El mozo de la cochera lo indicó, entre los demás. El mismo rey lo puso cariñosamente afuera, lo mandó a ensillar con los emblemas resplandecientes de su casa, y le confió al hijo, pequeño aún, para un largo viaje. 

Así también acontece en la vida. En todas las ocasiones, tenemos siempre gran número de amigos, conocidos y compañeros, pero solamente nos prestan los servicios de utilidad aquellos que ya aprendieron a soportar, servir y sufrir, sin pensar en sí mismos.


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