En el tiempo en que no había automóviles, en la
cochera de un famoso palacio real, un burro de carga curtía inmensa amargura,
en vista de los chistes y remoquetes de los compañeros de establo.
Viéndole el pelo maltratado, las profundas
cicatrices en el lomo y la cabeza triste y húmeda, se le aproximó un hermoso
caballo árabe, que se hiciera merecedor de muchos premios, y le dijo,
orgulloso:
– ¡Triste suerte la que recibiste! ¿No envidias mi
posición en las carreras? ¡Soy acariciado por las manos de las princesas y
elogiado por la palabra de los reyes!
– ¡Ya pudiera! – exclamó un potro de fino origen
inglés – ¿Cómo conseguiría un burro entender el brillo de las apuestas y el
gusto por la caza?
El infortunado animal recibía los sarcasmos,
resignadamente. Otro soberbio caballo, de procedencia húngara, entró en el
asunto y comentó:
– Hace diez años, cuando me ausenté del prado
vecino, vi a este miserable sufriendo rudamente en las manos del bruto
amansador. Y es tan cobarde que no llegaba a reaccionar, ni siquiera con una
coz. No nació sino para la carga y golpes. Es vergonzoso soportar su compañía.
En esto, admirable jumento español se acercó al
grupo, y acentuó, sin piedad:
– Lamento reconocer en este burro a un pariente
próximo. Es un animal deshonrado, flaco e inútil… No sabe vivir sino bajo
pesadas disciplinas. Ignora la altivez de la dignidad personal y desconoce el
amor propio. Acepto los deberes que me corresponden hasta el justo límite;
pero, si me obligan a sobrepasar las obligaciones, rehúso obedecer, me
encabrito y soy capaz de matar.
Las observaciones insultantes no habían terminado,
cuando el rey penetró en el recinto, en compañía del encargado de las
caballerizas.
– Preciso de un animal para un servicio de gran
responsabilidad – informó el monarca–, animal dócil y educado, que merezca
absoluta confianza.
El empleado preguntó:
– ¿No prefiere el árabe, Majestad?
– No, no – habló el soberano – , es muy altivo y
solo sirve para las carreras en los festejos oficiales sin mayor importancia.
– ¿No quiere al potro inglés?
– De ningún modo. Es muy inquieto y no va más allá
de las extravagancias de la caza.
– ¿No desea al húngaro?
– No, no. Es bravío, sin ninguna educación. Es
apenas un pastor de rebaño.
– ¿El jumento servirá? – insistió el servidor
atento.
– De ninguna manera. Es mañoso y no me da confianza.
Transcurridos algunos instantes de silencio, el
soberano indagó:
– ¿Dónde está mi burro de carga?
El mozo de la cochera lo indicó, entre los demás. El
mismo rey lo puso cariñosamente afuera, lo mandó a ensillar con los emblemas
resplandecientes de su casa, y le confió al hijo, pequeño aún, para un largo
viaje.
Así también acontece en la vida. En todas las
ocasiones, tenemos siempre gran número de amigos, conocidos y compañeros, pero
solamente nos prestan los servicios de utilidad aquellos que ya aprendieron a
soportar, servir y sufrir, sin pensar en sí mismos.
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