Frecuentemente, las personas se cuestionan diversas interrogantes acerca
de su nombre propio, pero en contadas ocasiones se han dedicado a indagar
acerca de los orígenes, significados e historias particulares de su nombre; y
mucho menos se han preguntado cuál es la significación que desde el punto de
vista personal va adquiriendo este proceso de manera individual.
Es innegable que cada individuo lleva un nombre que forma parte de su
identidad personal y que a veces de manera inconsciente va incidiendo en la
conformación de la misma. El nombre propio revela a través de su historia,
elementos familiares, culturales y personales que van marcando al individuo a
lo largo de la vida, lo cual se ha intentado explorar con una mirada científica
desde la Psicología.
En este artículo quedan reflejados los resultados más significativos de
un estudio psicológico acerca del proceso de nominación, realizado con el
objetivo de determinar el significado familiar, relacional y simbólico de
este proceso en personas nacidas en tres décadas diferentes del siglo
pasado.
INTRODUCCIÓN
Qué es lo primero que respondemos ante la pregunta: ¿Quién
eres?.............
Sin duda verbalizamos nuestro nombre propio. ¿Por qué responder con el
nombre a esta pregunta que no lo pide directamente y que pudiera sugerir
disímiles respuestas?... Es que el nombre que se nos asigna cuando nacemos y
que nos va acompañando a lo largo de la vida, constituye un rótulo que queda
plagado subjetivamente en la identidad personal que vamos construyendo desde
edades tempranas.
Nombrar no es un simple acto, sino todo un proceso. La apropiación del
nombre de manera individual y la significación personal que tuvo para quién o
quiénes decidieron ponerlo, pueden ser elementos familiares e históricos muy
sugerentes y muy útiles para el psicólogo en la práctica clínica. Conocer las
peculiaridades del proceso de nominación puede ayudarnos desde el punto de
vista profesional a conocer motivos de determinadas conductas, dinámicas
familiares, influencias socioculturales, así como a inferir elementos que
funcionan desde lo inconsciente y que pueden ser la explicación a
comportamientos sugeridos por el modelo que el nombre encierra, por lo que
trabajar con sus significaciones, puede contribuir en gran medida al proceso
terapéutico.
La elección del nombre, es un acontecimiento que se encuentra asociado al
grupo familiar. Casi siempre la persona que lo pone o lo sugiere, forma parte
de este grupo, puede ser la madre, el padre, ambos de manera consensuada o
conflictuada, un hermano, la abuela, un tío y por qué no, la futura madrina o
padrino del bebé e incluso algún buen amigo; en fin, personas que de alguna
manera resultan familiares ya sea por lazos consanguíneos o afectivos. Lo
interesante es que quien nomina, quiere transmitir algo con el nombre o los
nombres, quizás una cualidad, un deseo, alguna expectativa. El nombre lleva en
si mismo toda una historia cargada de sentidos y significados, que de alguna
manera serán decodificados e interiorizados por su portador.
Los nombres, constituyen además una importante vía de acceso a la
realidad subyacente de la familia, pues a través de su historia se pueden
determinar significados familiares, relacionales y simbólicos del grupo
familiar, que subyacen ocultos detrás de las razones de su surgimiento. Isidoro
Berenstein, en su libro Familia e inconsciente, propone tres categorías para el
análisis de la estructura familiar inconsciente, entre ellas la categoría
denominada El sistema de los nombres propios que no es un elemento aislado para
este autor; sino que indica relaciones entre términos y de ellos deviene su
significación. Señala aspectos de los deseos y expectativas anticipatorios de
los antepasados con respecto a sus descendientes; pone de manifiesto: ideales y
creencias familiares. El nombre que una familia adjudica a un niño indica las
significaciones ligadas a su nacimiento y al lugar para él reservado. Sugiere a
la vez el predominio de las líneas paternas o maternas en oposición a la
relación de alianza.
En algunos casos, el nombres contiene también disímiles significaciones
sociales, por lo que además de los matices familiares, las coyunturas socio/
históricas y culturales de determinados contextos, han marcado estilos de
nominación. Puede ser la religión, la lengua, la moda o transformaciones sociales
que pautan particularidades de una época que en el entretejido
social y dialéctico en el que vivimos, atraviesan contextos grupales más
específicos como la familia.
En una investigación realizada desde la perspectiva psicológica, tomando
como muestra sujetos de tres generaciones de cubanos, hemos podido evaluar de
manera general, algunas de las influencias que ejerce el nombre en la
subjetividad individual, relacionada con la fuerte carga socio cultural y
familiar que puede contener en su historia. A pesar de los resultados tan
interesantes de esta investigación, aun queda mucho por investigar en este
sentido, pues los propios resultados lo revelan por si mismos.
La población de estudio estuvo compuesta por 70 personas, 35 de sexo
masculino y 35 de sexo femenino. Del total de esta población, 20 personas
pertenecen a la generación de las décadas (1940 y 1950), 10 de cada sexo, y de
igual manera están compuestos los grupos de estudio de las generaciones de
(1960 y 1970) y la generación de las décadas (1980 y 1990). Las 10 personas
restantes conforman el grupo de personas cuyo nombre comienza con “Y”, 5 de
sexo masculino y 5 de sexo femenino.
Se escogió este grupo con el objetivo de conocer el origen de la
presencia de esta letra encabezando el nombre, estilo que comenzó en los años
70 y que se extiende hasta principios de los 90 aproximadamente, denominada
esta generación en Cuba como la generación de las “Y”. Estas fueron las únicas
personas escogidas intencionalmente, el resto fue elegido de manera aleatoria,
sólo tomando en cuenta el año de nacimiento para ubicar a la persona en alguna
de las tres décadas.
Nos apoyamos en el paradigma cualitativo, ya que nuestro objetivo general
estaba encaminado a determinar realidades subyacentes de la familia a partir
del significado familiar, relacional y simbólico del proceso de nominación
visto fundamentalmente desde la perspectiva del sujeto que lleva el nombre, lo
cual nos remite a realizar interpretaciones individuales, basándonos en lo que
cada persona expresa de manera explícita e implícita, a partir de propuestas de
análisis establecidas a priori, y estableciendo categorías a posteriori como
resultados de la investigación. Además, no contar con referencias de
investigaciones realizadas anteriormente dentro de la Psicología sobre el tema
de los nombres, no nos permitía contar con una metodología para su estudio y el
paradigma cualitativo ofrece la posibilidad de ir construyendo la metodología a
partir de la información obtenida, lo cual contribuyó a que las conclusiones se
fueran enriqueciendo y elaborando en el transcurso de la investigación.
Se establecieron a priori tres dimensiones fundamentales para el
análisis, una Socio-cultural en la que se tomaron en cuenta los discursos
socioculturales por décadas ofrecidos por los sujetos de la población de
estudio y que pautan estilos de nominación, otra dimensión Familiar tomando
como referencia la organización y dinámica de la familia y la construcción de
significados desde ella; y una dimensión Individual que no es más que el
sentido personal que adquiere el nombre para quien lo lleva.
Las técnicas utilizadas para esta investigación fueron una
entrevista semiestructurada, un Genograma familiar que tomara en cuenta tres
generaciones o más y en el que por supuesto quedaran reflejados los nombres de
las personas que lo conformaban, una composición, bajo el título: “La historia
de mi nombre”, y la representación del nombre a través de un símbolo. Con el
empleo de estas técnicas para realizar la investigación, abordamos a resultados
muy interesantes.
Elementos
socioculturales que se revelan a través del proceso de nominación
Existen diferencias en cuanto a las manifestaciones del proceso de
nominación en diferentes épocas. Con relación a la fuente de inspiración
tenemos que en los años 40-50 era fundamentalmente de origen familiar y
religioso, expresándose de esta manera la importancia que las personas le
concedía a la familia y a la religión como elementos “sagrados”, de acuerdo con
las connotaciones socio culturales de este período histórico en el que la
iglesia católica ejercía una gran influencia social a través de posiciones muy
tradicionales. Por lo general el nombre que se ponía era el de algún familiar
antecesor o se extraía del santoral de acuerdo con el día del nacimiento. En
los años 50 se usaron mucho los nombres americanos con “th” como Bertha y
Martha, así como los nombres con la terminación “am” como Miriam, William,
Lilliam, Mariam, (estos últimos presentes en la población de estudio)
procedentes de la cultura americana presente en nuestro país en aquellos años.
Estos períodos de estudio expresan momentos de cambios sociales
manifestados en el contexto familiar y expresados a través en los nombres
propios. Pero debemos tener en cuenta además, que cada familia tiene una
dinámica única, enriquecida por las transmisiones intergeneracionales que
dentro de ella se manifiestan; y por estructuras milenarias no se modifican de
un día para otro. Es por eso que en los años 60, en pleno proceso
revolucionario a nivel nacional, se seguían manteniendo los nombres religiosos
y de santos a pesar de las transformaciones socioculturales que trajo consigo
el triunfo de la revolución cubana, expresándose de esta manera creencias
religiosas y culturales que se mantuvieron en las familias más conservadoras.
El orden de nacimiento y las construcciones de género son también
elementos muy significativos con relación a este tema, de ahí la importancia
del uso del genograma para la investigación. Casi todos los sujetos de sexo
masculino que llevan el nombre de sus antepasados, son hijos únicos o
primogénitos, manteniéndose de esta manera la tradición heredada desde la
cultura española que expresa la presencia de una sociedad patriarcal. Sucede
parecido con relación al sexo femenino pero en menor cuantía, lo cual nos
reafirma la presencia reforzada de estilos patriarcales.
En la década del 70 también se produjeron variaciones en cuanto a la
fuente de inspiración en el proceso de nominación, como consecuencia de las
influencias culturales, sociales e históricas, evidenciándose más en este
período el afianzamiento del proceso revolucionario cubano. Se comienza a
utilizar menos el santoral como fuente de inspiración, manteniéndose sólo en
familias religiosas, pues después del triunfo de la revolución, se produjo una
ruptura del nuevo sistema con la religión; fundamentalmente con la católica.
Con esto se refirma una vez más como a través de los nombres podemos encontrar
evidencias que expresan peculiaridades sociales de una época, que influyen en
el contexto familiar y a nivel individual.
Se comenzaron a usar también los nombres rusos en esta década, lo cual
podría considerarse una moda, pero fue también el resultado lógico de una
relación creciente. Durante los primeros años de la revolución, en medio de un
feroz embargo norteamericano y con miles de hombres entrenándose para atacar la
isla, la Unión Soviética se convirtió en el gran héroe de los cubanos.
Este “agradecimiento” fue expresado también con los nombres que los
padres ponían a sus hijos, de ahí que encontremos en esos años muchas
Katiushka, Valentina, Mariushka, Vladimir, Alexander, Yuri entre otros. También
durante esos años mantuvimos incontables intercambios culturales con este país
amigo, los nombres son una muestra de simpatía e identificación.
También en este período histórico se estiló poner nombres de dirigentes
revolucionarios con cierto carisma en el pueblo, encontrándonos con frecuencia
personas que llevan algunos de los siguientes nombres: Ernesto, Alejandro,
Fidel, Camilo, Celia, Tania, Tamara, Raúl. Esta peculiaridad es fácilmente
explicable debido al auge del proceso revolucionario cubano en esos años. Estos
nombres representaban a personalidades de la revolución cubana que en esa
década eran muy conocidas, nombradas y además admiradas por el pueblo debido a
sus cualidades personales, con lo que se estarían transmitiendo a través de los
nombres, modelos de identificación muy concretos, inscritos en ese contexto
histórico-social, expresando valores de tipo patriótico.
A finales de esta década se comienzan a manifestar de manera
generalizada, inventos y mezclas de nombres, que pueden incluso llegar a
catalogarse como “raros”, constituyendo esta peculiaridad una muestra de
ruptura con lo tradicional dentro del contexto familiar, como consecuencia de
las transformaciones sociales ocurridas.
En la década de los 80, se evidencia tanto para hembras como para
varones, nombres que empiezan con la letra “Y”, aunque ya esta modalidad se
venía manifestando desde finales de la década del 70. Este fue un fenómeno
social muy difundido para las personas de esta generación, por lo que en muchas
ocasiones hemos escuchado mencionar “la generación de las Y”.
El origen de este estilo parece ser la traducción de nombres ingleses y
de otros idiomas, que no se escriben con “Y” exactamente, pero que al
pronunciarse suenan así y los cubanos lo escriben exactamente como se
pronuncia. Encontramos así el caso de Yeny que es el nombre de una muchacha de
nuestra población de estudio, nacida en el año 1976, período este en el que en
nuestro país se rechazaba aún todo lo que provenía del extranjero, no le fue
permitido a sus padres inscribirla con el nombre en ese idioma “Jenny” que es
el equivalente a Juana en español, por lo que tuvieron que modificarlo, para no
renunciar a él.
Algunos ejemplos de nombres españolizados o cubanizados y que se
pronuncian con “Y” son Yanet=Janet (francés), Yakelín=Jacqueline (Francés),
Yosvani=Giovanni (Italiano), Yoel=Joel (Inglés), Yudit=Judith (Inglés),
Yisel=Giselle (Francés), Yuliet=Juliette (Francés) entre otros.
Este estilo de nominación manifestado en esta época, podemos considerarlo
como un emergente de cambios sociales que se expresa dentro de la familia, pues
familia y sociedad mantienen una relación recíproca y dialéctica. La aparición
de esta moda es una muestra de la ruptura con lo tradicional, determinada
en gran medida por el desarrollo cultural, gracias al cual las personas
tuvieron mayores oportunidades de acceder a la cultura universal, a través de
la televisión, la radio, la literatura, y también a la apertura política a
establecer relaciones con los cubanos residentes en los EEUU que a partir de
esos años pudieron venir legalmente a visitar a sus familiares trayendo consigo
parte de aquella cultura.
Con relación a la elección de los nombres, la expresión de estos cambios
no se manifiesta solamente en las fuentes de inspiración, sino también en la
persona que lo elige o persona nominante. En las décadas de los 60-70 y 80-90
en algunos de los casos estudiados, los nombres fueron elegidos por hermanos,
peculiaridad que se mantiene hasta nuestros días, poniéndose de manifiesto el
nacimiento de la familia democrática en la que se le da participación a los
niños en las decisiones familiares, lo cual está respaldado por el acceso a
niveles escolares más altos en el caso de los padres. En las décadas
40-50 no se daba esto con frecuencia, pues los niños no tomaban partido en las
decisiones familiares, la palabra del adulto era sagrada y se cumplía con
independencia de lo que estos pudieran pensar, información que nos revela realidades
familiares que reflejan particularidades de una época determinada en que la
familia funcionaba desde patrones tradicionales.
Historias familiares
que subyacen al nombre
La historia del nombre puede revelar la presencia o no de un lugar
reservado para el sujeto dentro de su familia, lo cual puede repercutir
positiva o negativamente en la formación de su identidad personal. Teniendo en
cuenta que el nacimiento de un individuo es un cambio normativo para la
familia, considerado como parte de su ciclo vital, tenemos que el nombre tiene
mucha relación con la manera en que este evento se produzca. Los fragmentos que
a continuación se referirán fueron extraídas de las composiciones escritas por
los sujetos bajo el título: “la historia de mi nombre” y corroboradas a través
de la entrevista.
Este es uno de esos fragmentos en los que se expresan contenidos
familiares subyacentes, fue escrito en la composición por una de las personas
que conforman la muestra de estudio, su nombre es (MADIE) y según relata en la
composición su madre ya lo tenía reservado mucho antes de su nacimiento, lo
encontró en una novela y con él quiso transmitirle sentimientos como el amor y
cualidades como la belleza y la inteligencia, de las cuales ella se apropió
inconscientemente, quedando reflejadas en el dibujo sobre el nombre, a través
de corazones, flores, el mar, las estrellas En este caso el nombre es un modelo
de identificación para ella que incide de manera positiva en la percepción que
sobre sí misma ha elaborado, e incorporado a su identidad personal.
Esta es la historia de otro de los sujeto de la población de estudio
quien no tenía un espacio reservado para su nacimiento, después de haber
nacido, aún no tenía nombre y este le fue sugerido a la madre por la enfermera
(LEONEL). Tomando un fragmento de su composición, nos podemos percatar
rápidamente que la no presencia del nombre hasta el momento de su nacimiento,
se encuentra asociado a determinadas situaciones familiares que indican
disfuncionalidad, así como la no planificación de su nacimiento al cual
cataloga el sujeto como un hecho “accidental”: “La historia de mi nombre es el
resultado, de un hecho accidental, ya que mis padres, no esperaban otro hijo; y
realmente nunca se sentaron a buscar un nombre. Mi padre porque estaba separado
de mamá, y además de mujeriego, despreocupado. Y mamá quizás con tantas
preocupaciones, y con mi hermano a cuestas, al parecer no tenía la cabeza para
buscar un nombre.” Viendo ahora como lo asume el sujeto, tenemos que no ha
logrado encontrar un modelo identificatorio a través del nombre sino por el
apellido, expresando inconformidad y escasa identificación con esta asignación
asociada a una historia no muy agradable.
Muchas de estas informaciones fueron reveladas desde lo implícito, es por
eso que los nombres propios nos han permitido acceder a realidades subyacentes
de la familia, pues desde cada historia, emergen elementos relacionados con
esta, que muchas veces las personas no saben explicar conscientemente, pero que
sin lugar a dudas, constituyen muestras de la simbología familiar.
Existen familias en las que se les pone a los hijos nombres que empiezan
todos con la misma letra, incluso letras que son también iniciales del nombre
de los padres, ofreciendo la idea de marca, distinción o etiqueta
identificatoria, que refuerza los mitos familiares, y que forma parte de la
realidad familiar subyacente.
También en cada nombre pueden manifestarse mitos o legados familiares que
son revelados en el relato y que le imprimen ciertas características como
modelo de identificación y que pueden estar determinando no sólo el significado
personal que de este elabore el sujeto, sino también una explicación a
comportamientos y concepciones a través de las cuales se manifiesta.
Por ejemplo un sujeto, cuyo nombre es SANDY, nos dice en su composición:
“Mi papá estaba en pre- escolar con un muchacho que se parecía mucho a él y se
llamaba Sandalio pero le decían Sandy y los confundían. Un día el muchacho se
fue para los EE.UU. y le siguieron diciendo Sandy a mi papá y así cuando nací
mi papá me puso ese nombre.” Este mito de lealtad es asumido por el sujeto de
alguna manera, ya que refiere en la entrevista que para él la lealtad y la
amistad son sentimientos muy importantes. Con esto se ilustra lo que plantea la
literatura acerca de los mitos y es que…”los mitos no son solamente
construcciones que se refieren a los aspectos más simbólicos de las
interacciones sociales, sino que describen marcos de referencia culturales para
comportamientos muy concretos”
Otro ejemplo es el de MILAGRO, nombre asignado a partir de un suceso
relacionado con su nacimiento, fue salvada de la muerte y el médico que
la asistió sugirió ese nombre, la familia la inscribió así a modo de
agradecimiento, expresándose de esta manera un mito de lealtad. Desde la
perspectiva de la entrevistada el nombre ha constituido un modelo de
identificación para ella que queda expresado en su comportamiento, nos dice al
respecto: “Si, creo que sí me pega porque aunque no pueda hacer milagros
si me considero una persona que hace bien nunca le he hecho mal a nadie y trato
de ayudar a todo el mundo”. Estos son sólo algunos de los ejemplos que nos
ponen de manifiesto cómo a través de la historia del nombre se pueden ofrecer
implícitamente, informaciones construidas desde el contexto familiar que pueden
influir en determinados comportamientos del sujeto.
Los mitos revelados a través de la historia del nombre desde este
estudio, son portadores de mensajes de lealtad a generaciones precedentes, por
ejemplo: “…mi madre le prometió que si algún día tenía una hija le iba a poner
el nombre que a ella le gustaba y aunque nací después de haber fallecido mi
abuela, ella mi madre, cumplió su promesa”, también encontramos mitos que
reflejan unión, cuando el nombre está compuesto por combinaciones de las
letras que componen el nombre de ambos padres, pueden contener además mitos de
armonía, de distinción, o de exclusividad cuando se intenta poner un nombre que
no se parezca al de nadie. Pueden sugerir mitos de valores, de
fraternidad e incluso de pertenencia al grupo familiar, cuando se trata del
mismo nombre de los antepasados.
Los legados son también transmisiones inconscientes que contienen
significaciones familiares. Los tipos de legados encontrados han sido, de
acuerdo con su contenido, legados de continuidad, de ruptura, de compensación,
de realización y de perpetuidad de valores. Un sujeto cuyo nombre es Silvio
René, nos cuenta que su padre le puso a todos sus hijos varones sus nombres y
la razón por la cual lo hizo es la siguiente: “…para que se supiera que eran
hijos de él y para que no hubiese la posibilidad de que alguna de las mujeres
le pusiera el nombre de algún novio que hubiese tenido anteriormente”. Con este
ejemplo podemos apreciar la intención de marcar con un sello particular que
denota legitimidad, en este caso el nombre, que indicaría la presencia de un
mito de pertenencia que a su vez refuerza la identidad familiar desde una
estructura patrilineal. Se pone de manifiesto además, la transmisión de un
legado de continuidad, que fue asumido de esta manera por los hijos, ya que
estos tienen parecido con el padre tanto en aspectos físicos como espirituales,
según refiere el sujeto entrevistado.
No en vano la literatura plantea que: La intención de mantener un nombre
en las generaciones sucesivas no es sólo una cuestión cultural, sino también
una transmisión mítica de la pertenencia a la familia, ofreciendo una
identidad particular de ese grupo, y legitimando este vínculo, pues el mito se
convierte en una matriz de conocimiento y representa un elemento de unión y
factor de cohesión para cuantos creen en su verdad". El nombre en sí
mismo, no lleva explícita la transmisión de un contenido específico, el
contenido queda explicitado e implícito en la historia y en el sentido personal
que adquiere para quién lo lleva.
Lo asumido individualmente desde el contenido familiar y cultural del
relato. Incorporación del nombre a la identidad personal.
Algunos consideran que las personas le imprimen significados a sus
nombres, a partir de sus comportamientos, otros creen que es el nombre quien
genera ciertas manifestaciones en el individuo. Pero lo que no se puede negar
es que los nombres expresan un modelo de identificación que adquiere
significados desde lo personal.
En ocasiones el significado lleva una connotación cultural, otras veces
familiar, pueden estar ambas combinadas o simplemente adquirir significaciones
desde lo personal sin que pueda separarse de quien lo lleva en ningún
momento, una de las sujetos de la población de estudio nos dice: “Creo
que me pega porque me sugiere a mi misma, es la forma de identificarme yo,
donde quiera que lo escucho sé que es conmigo”(Yinet), otro de los
sujetos nos dice: “…si pega conmigo, porque cuando lo escucho siento que es un
nombre con el que debí nacer, es como si antes de nacer ya estuviera
predeterminado, me identifica, yo he hecho que pegue conmigo, yo nací para
llevar ese nombre” (Yunier).Estas significaciones han sido construidas desde lo
personal, es decir el nombre para estas personas tiene un significado que ha
cobrado un sentido particular desde la percepción que sobre sí mismo ha
elaborado el sujeto.
Las personas que tienen nombres poco comunes, a través de los cuales se
ha transmitido un modelo que denota distinción, se consideran únicas,
exclusivas y diferentes a los demás, como si tuviesen un sello, una marca o una
etiqueta distintiva especial. Así lo expresan muchas de las personas
estudiadas: “ Si estoy conforme con él porque me da un sello de identidad, como
hay tan pocos o ninguno diría yo, me da una especial identidad” (Idarys), “Si
pega conmigo, me siento muy identificado con él porque es único y yo me siento
único”(Daykel), “Si pega conmigo porque es mi nombre, además es un nombre
diferente y así soy yo diferente, único, a veces raro” y “Soy luchador y por
eso me considero único igual que el nombre, soy la primera persona con ese
nombre y tengo el afán de luchar y mis propios conceptos de la amistad, del
cariño, del afecto hacia los demás” (Ediel)
En ocasiones los nombres pueden expresar modelos de clases sociales y de
valores transmitidos dentro de la familia, como el caso de este sujeto (Yansel)
que nos dice: “… representaba al muchacho humilde que aspiraba al amor de una
muchacha rica, que también lo amaba pero que no podía casarse con él porque su
familia la tenía comprometida con Marcos otro muchacho rico”, esta sería la
fuente de inspiración del nombre con la que se está ofreciendo un modelo de
clase, ahora desde su percepción personal nos dice: “…mi nombre es como yo
sociable, porque se le pega muy bien a la gente, sencillo, me considero
tolerante, flexible, me gusta compartir con los demás, soy un admirador de la
sinceridad y la sencillez y creo que el nombre Yansel encierra todo eso”, es
decir que con el nombre se ha ofrecido un modelo de identificación que expresa
cualidades y valores relacionados con cierta clase social con la que se ha
identificado el sujeto, manifestándolo así en su comportamiento.
También pueden quedar expresados en el nombre modelos asociados a
cualidades de género, por ejemplo la mayoría de las mujeres de esta población
de estudio representaron su nombre con flores, mariposas, símbolos de la
sexualidad femenina, asociándolos con la delicadeza, la belleza, la suavidad,
lo femenino, y en caso de no ser percibidos así, son considerados modelos
contraidentificatorios por percibirlos fuertes y por lo tanto poco
identificatorios desde el punto de vista genérico. Por su parte muchos de los
hombres se sienten identificados con sus nombres al considerarlos, viriles,
fuertes, bien acentuados, masculinos, y por lo tanto sienten que al sonar así
refuerzan su carácter masculino.
Algunos sujetos de esta población de estudio hacen referencia a nombres
asociados con modelos de raza, tal es el ejemplo de Tomás quien expresa: “No me
gusta, suena a nombre de negro africano”. También Odalys nos dice: “Odalys lo
represento con dos maracas porque para mí es un nombre de negra porque casi
todas las que conozco son negras y se caracterizan por ser bulleras, chusmas,
escandalosas y las maracas creo que representan muy bien eso porque las negras
también son rumberas casi siempre”. Esto nos indica que los nombres en
ocasiones se asocian a determinados grupos raciales expresando la presencia de
sus costumbres étnicas y culturales, así como peculiaridades familiares,
constituyendo este un tema que puede ser investigado con mayor profundidad.
Uno de los sujetos que representa su nombre con un tren nos dice: “Yo
firmo JAB con mis nombres y mi apellido, José Antonio Brito y lo pongo así
unido, porque es un nombre muy largo y que está relacionado con la familia, lo
veo como una concatenación de elementos familiares que me identifican, por eso
lo represento con un tren que tiene sus vagones enganchados unos con otros”. En
este caso el significado personal del nombre ha sido construido desde la
importancia familiar que este tiene para el sujeto, expresándose así la
aceptación de un legado de continuidad y la perpetuidad de la tradicionalidad
de este grupo familiar que podemos reafirmar a través del genograma, donde se
aprecia la repetición de muchos nombres en los miembros de esta familia, entre
ellos el de este sujeto.
En otros casos tienen mayor peso los criterios sociales en la
construcción del sentido personal del nombre. La mayoría de los sujetos expresa
que al escuchar un nombre, por el sonido o por las referencias que se tienen de
personas que lo llevan, pueden representarse mentalmente a una persona ficticia
a la que atribuyen ciertas características de acuerdo a lo que el nombre
sugiere, según construcciones elaboradas desde contextos socioculturales
específicos. Tenemos el siguiente ejemplo: “Yo pienso que los nombres
representan a la persona que lo lleva, por ejemplo cuando dicen Yakelin me
imagino a esa persona por el nombre… a Amanda me la imagino tierna, dulce,
cariñosa y a Daniela me la imagino una mujer decidida, audaz y me gustaría que
mis hijas fueran así”, otra persona expresa: “…me gustaría más Aineriy que es
mi nombre al revés. Es más bonito y me imagino a una persona zorra que aparenta
ser tonta y no tiene nada de tonta… a Yirenia me la imagino aburrida, que
su papá cree que es muy inteligente y ella sabe que aunque se coma los libros
no lo será, que aparenta ser lo que no es… a Yirita me la imagino como una niña
tonta que si es tonta de verdad”.
También una sujeto cuyo nombre es Yanet, dice: “Me hubiese gustado
llamarme Claudia o Laura, esos son nombres que suenan más bonitos, más dulces y
creo que el nombre tiene que ver mucho con la persona, Claudia y Laura me
representa a gente dulce, sencilla, amable, instruida”. Es decir que se percibe
el nombre como un elemento distintivo, que denota ciertas cualidades y
comportamientos en las personas, sugeridos a partir de un modelo imaginario
construido desde percepciones sociales y en ocasiones la asunción del
significado lo lleva implícito, este es otro ejemplo ilustrativo: “…Ania suena
más suave y en mi trabajo me llaman así porque en ese contexto me caracterizo
por eso, soy enfermera de un cunero y eso es un trabajo que requiere de
suavidad. Y para la gente de mi familia soy Odalys porque soy fuerte, la que
enfrenta todos los problemas, la que nunca mira hacia atrás…”
Las personas que tienen nombres inventados sienten que no se les ha
transmitido un modelo de identificación con este, lo cual se expresa en
algunos casos a través de la inconformidad. Citando como ejemplo a Yuderkys una
de las sujetos de la población de estudio, encontramos la siguiente opinión
personal sobre su nombre: “No sé lo que significa y por eso no sé si me pega,
pero no me gusta” otra muchacha cuyo nombre es Yuelkys dice: “No me pega porque
no tiene relación con mi personalidad es una liga, un invento y yo soy una
persona con un sólo tipo de personalidad, y pienso que los nombres si tienen
relación con la personalidad”, también Yanet, considera lo siguiente: “Los yu,
ya, ye se ve que son nombres salidos de la nada, inventos de esa época”.
Personas que han recibido el nombre de algún progenitor, han vivido buena
parte de su vida imitándolo o luchando por ser lo opuesto, bien porque hayan
recibido elogios o críticas por tal parecido. En el caso que citaremos a
continuación ha ocurrido esto último, por lo que en este caso el nombre es
percibido como un modelo contra-identificatorio para el sujeto, con relación a
esto nos dice: “Mi forma de ser se parece a la de los Fernandos que me anteceden
pero no quiero decir como son, no me gusta. No sé, pero a mi hijo no le puse
así, rompí con la tradición, ya estaba aburrido de tanto Fernando y quise
cambiar, siempre no puede ser lo mismo”. Con esto último estaría
transmitiendo en el nombre de su hijo un legado de ruptura familiar expresando
también de manera implícita la presencia de un vínculo afectivo negativo con el
padre.
Algunas personas prefieren ser llamados por un apodo porque no se sienten
conformes con su nombre o porque el apodo contiene significados con los que se
identifican mejor, aunque a veces puede atraer tener apodos que sin embargo son
perjudiciales al crecimiento personal. Algunos como: Nena, Chiquita, Beba, o
diminutivos del nombre como: Pepito, Anita, entre otros, son apodos que
expresan inmadurez y dependencia, que por lo general se le dice a personas a
las cuales se les ha impedido desarrollar su autonomía y que por lo tanto
funcionan de esta manera. Tal es así que algunos sujetos de esta población de
estudio expresan que no desean ser nombrados por un apodo de tal índole ya que
se sienten limitados en su desarrollo personal, ejemplo de ello: “Me he
acostumbrado a que me digan Yirita pero en realidad me gusta que me digan
Yirenia porque cuando me dicen Yirita siento que me tratan como a una niña y ya
no lo soy”, o este caso: “Sandito me dicen en la familia, es un diminutivo del
nombre porque a mi papá le siguen diciendo Sandy y eso quizás lo hacen para
diferenciarnos. Me gusta que me digan Sandy porque el otro suena a niño
chiquito y ya no lo soy y en realidad mi nombre es Sandy. Es decir, la manera
de nombrar, puede también expresar en cierta medida la forma en que se
establecen determinadas relaciones interpersonales y familiares. Es por eso que
debemos conocer no sólo la historia del nombre teniendo como referente la
perspectiva de quién lo asignó, sino también como lo percibe y lo asume su
portador, pues sin dudas el nombre propio o el apodo son elementos que forman
parte indisoluble de la identidad personal.
Importancia
psicosocial del nombre propio
Resulta fascinante y sumamente enriquecedor para el psicólogo estudiar la
familia enfatizando en sus realidades subyacentes. El nombre propio y el apodo,
son elementos que se pueden tener en cuenta tanto para el diagnóstico como para
la intervención psicológica, valiendo la pena indagar lo que nos resulta
accesible en torno a estos. Las preguntas básicas giran alrededor de los
móviles explícitos y el significado del nombre para quien lo puso, sobre la
procedencia del mismo y su trayectoria histórica; sobre el sentido y aceptación
que tiene para quien lo lleva. Las respuestas pueden remitirnos a posibles móviles
implícitos que a partir de ese momento podemos asociar con lo descubierto y
acceder a realidades subyacentes de la familia que pueden resultar de gran
utilidad en la práctica clínica.
Como se ha planteado anteriormente resulta muy reconfortante para
cualquier individuo conocer que ya existía simbólicamente con un nombre antes
de hacer su aparición física, le sugiere la idea de que era deseado y pensado
aún sin existir objetivamente. Cuando el modelo ofrecido con el nombre
constituye un modelo de identificación para el sujeto, repercute favorablemente
en la conformación de su identidad personal, ya que se expresa a través del
orgullo, la aceptación, la conformidad, la satisfacción, el reconocimiento,
entre otros.
Sin embargo, cuando el nombre constituye un modelo contraidentificatorio
puede incidir negativamente en la identidad personal de un sujeto porque genera
malestares psicológicos como el complejo, la negación, la inconformidad,
culpabilización al nominante y sentimientos de inferioridad que no son
favorables para el bienestar emocional del portador, quien al no sentirse
identificado con su nombre, puede llegar incluso a omitirlo o preferir ser
llamado por algún apodo.
No debemos percibir el proceso de nominación personal desde posiciones
que denoten excesiva naturalidad y familiaridad acrítica, considerándolo
azaroso e intrascendental, cuando en realidad constituye un aspecto relevante
en la conformación de la identidad personal, puesto que contiene
significaciones que resultan simbólicas y que inciden en el comportamiento.
Desde esta perspectiva podemos contribuir a la adecuada construcción de la
identidad personal de un individuo, incluso antes del nacimiento, pues el
nombre es uno de los primeros regalos que le ofrecemos a nuestros hijos.
Es por eso que como profesionales de la psicología, debemos realizar
orientaciones de manera preventiva a la familia, con respecto a la importancia
de asignar un nombre, en cuya historia se transmitan mensajes que contribuyan
de manera positiva a la formación de la identidad personal del futuro
miembro.
Y como nunca los procesos subjetivos humanos deben estudiarse de manera
parcializada, hacemos también un llamado a la inter y a la
transdisciplinariedad, compartiendo estos resultados con otras ramas del saber
cómo la Antropología, la Sociología, las Ciencias Jurídicas, la Onomatología
entre otras, para que puedan utilizarlos de manera constructiva desde sus
escenarios profesionales y a la vez puedan retroalimentarnos con informaciones
que nos permitan continuar investigando en este sentido.
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