Una inefable belleza nos rodea a todos pero pocos pueden apreciarla;
porque los ojos de sus almas permanecen cerrados ante lo que realmente es
hermoso. La mayoría de los hombres ven, pero muy pocos pueden comprender lo que
perciben.
La totalidad de belleza que el ser humano puede percibir no depende de la
cantidad de cosas bellas que existan a su alrededor, sino de la capacidad que
cada cual tenga para poder comprenderlas o apreciarlas. Porque las cosas no son
como se ven, sino que se ven como somos.
Las mayorías creen que el cielo es un lugar de infinita hermosura, pero
si una persona fuese transportada allí, no vería nada más que la belleza que
logra percibir aquí, pues su alma dormida no lograría detectarla. En cambio, un
ser espiritualizado que bajase del cielo encontraría aquí tanta belleza como la
que veía allá. Por tanto, el cielo no es un lugar en el Cosmos, sino un estado
de la mente en cada ser.
En verdad dijo el sublime Maestro Jesús: «El reino de los cielos está
dentro de ti.» La mente, por sí misma, convierte un paraíso en prisión o una
prisión en paraíso: dos hombres purgaban larga pena en una desterrada cárcel.
Juntos miraban por la única y pequeña ventana que daba al exterior. Uno de
ellos, triste y abatido, miraba el fango; el otro siempre contemplaba las estrellas.
En derredor nuestro existen cosas divinas que nunca hemos logrado ver;
pero si concentramos la atención en las grandes maravillas que nos acompañan y
en las cuales estamos inmersos, logramos descubrir un cielo de inconmensurable
perfección y armonía, no importa el lugar donde nos encontremos. De este modo,
vamos despertando la capacidad para ver las formas celestes.
Quien no ve lo divino en el altar de la Naturaleza tampoco logrará verlo
subiendo al cielo y parándose frente a Dios. Por ello, podemos definir que la
belleza es algo que se encuentra en lo íntimo del alma, y lo que el hombre
logra ver a su alrededor es únicamente el reflejo de aquello que mora en su
interior. Quien por medio del respeto y el amor por todas las cosas logra abrir
los ojos del alma, la Naturaleza le muestra nuevos aspectos del gran mosaico
universal, efectos maravillosos que la mayoría de las personas no pueden creer,
pues ni siquiera tienen aún la capacidad de imaginar.
La verdad y la belleza se encuentran por todas partes, pero hay que
saberlas encontrar. Un amanecer en la pradera contiene más mensaje espiritual
que mil sermones en la iglesia, y la vida de una flor en el campo contiene más
aroma que mil flores sobre el lienzo. Podemos encender la antorcha que la vida
puso en nuestros corazones para que resplandezca con sabiduría y belleza en
nuestra alma.
Así podemos ver en cada grano de arena un mundo completo, y en toda
burbuja de espuma un diamante cuando la besa el Sol. Cada gota de rocío en la
alborada brilla como una estrella en miniatura, y cada hoja o flor silvestre en
el bosque es un pensamiento vivo del Espíritu Divino.
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