Esta es una historia real de una conocida que podríamos haber vivido cualquiera de nosotr@s. Así lo cuenta: Hace dos años viví una experiencia que cambió mi percepción acerca del cuerpo humano. Tuve una infección bacteriana en la garganta que me produjo 39º de fiebre durante dos días seguidos.
El médico
me recetó un gramo de antibiótico cada 24 horas; era demasiado, pero estaba tan
asustada con la fiebre que me tomé la dosis sin pensar.
Como era
de esperar, la flora bacteriana de mi cuerpo quedó reducida a su mínima
expresión, y a los pocos días, además de gastritis, me dio una candidiasis de
terror.
Y digo
"de terror" porque me produjo sensaciones que jamás había tenido; más
allá del malestar cutáneo, empecé a tener pensamientos rarísimos y antojos
irrefrenables de azúcar, lácteos, pan y pastas.
Me
documenté lo más que pude y entonces comprendí que esos antojos eran
detonados por una toxina que la cándida envía al sistema nervioso y que es
interpretada como “dame carbohidratos” , porque el principal alimento de
la levadura es, precisamente, el azúcar y las harinas refinadas. Las eliminé de
mi dieta, aumenté el consumo de probióticos y la cándida se retiró de la
escena.
Después de
ese episodio dejé de ver a mi cuerpo como un bloque de células humanas y
comprendí que era un ecosistema cuyo equilibrio depende en gran medida de
las bacterias y los hongos que lo habitan. Un simple recordatorio: por
cada célula humana hay 100 bacterias; ellas evolucionaron con nosotros y
nosotros con ellas. Son tan necesarias para nuestra sobrevivencia que en la
primera hora de vida, cuando el recién nacido se pega al cuerpo de la madre y
toma el calostro, recibe la cantidad de bacterias indispensable para
digerir la comida que consumirá el resto de su vida.
Desafortunadamente,
los que nacimos y crecimos a fines del siglo XX fuimos inoculados con la idea
de una vida hiperhigiénica donde la simple mención de la palabra
"bacteria" u "hongo" hace que alguien corra por el cloro y
la caja de antibióticos. Este concepto es tan absurdo y perverso que mucha
gente considera que los alimentos que salen de una fábrica son más
"limpios" o "seguros" que una zanahoria recién cosechada o
un yogurt hecho en casa.
El asunto
es que ahora (después de que la industria farmacéutica y alimentaria se
encargaran de satanizar a las bacterias) la ciencia ha comenzado a
difundir un enfoque más positivo y realista acerca del papel que los
microorganismos tienen en nuestro cuerpo y lo importantes que son para mantener
la salud. Han satanizado a las bacterias, creando miedo a ellas entre la
población.
Es cierto
que hay bacterias nocivas, pero las bacterias benéficas que habitan nuestro
cuerpo las superan en millones . Los problemas de salud no se dan solo
cuando "agarramos" una bacteria nociva; cuando nuestra población de
bacterias y hongos benéficos se “enferman”, se altera el equilibrio de ese
pequeño ecosistema que es el cuerpo humano.
Un estudio a tener en cuenta
Un estudio
reciente, publicado en el diario científico BioEssays, sugiere que
el ejército de bacterias que vive en nuestro tracto digestivo (al igual que la
cándida), envía mensajes al sistema nervioso para obtener lo que
desea. “Las bacterias de nuestro aparato digestivo son manipuladoras”,
señala Carlo Maley, Doctor en Ciencia y director del Center for Evolution and
Cancer de la UC San Francisco. “El microbioma de nuestro cuerpo tiene una
diversidad de intereses; algunos de ellos van de acuerdo con nuestros objetivos
dietéticos y algunos no”.
Estudios
que datan de la primera década de este siglo han mostrado que las bacterias del
tracto digestivo liberan químicos que se transportan a lo largo del nervio
vago (la super carretera por donde circulan mensajes neurológicos entre el
estómago y la base del cerebro).
El estudio
realizado por el equipo del Dr. Maley mostró que estos químicos son información
que el cerebro traduce en antojos y apetitos, sin embargo, los mensajes de las
bacterias van mezclados con los de las células humanas.
Nuestra
dieta tiene un enorme impacto en la población de bacterias que trabajan para
regular nuestra digestión; el tracto digestivo es un ecosistema que
evoluciona en cuestión de minutos, pero que está sustentado en la información
genética que heredamos .
Por
ejemplo, un tipo de bacteria que sólo se encuentra en tracto digestivo de los
japoneses ha evolucionado especialmente para digerir las algas marinas que
forman parte de la dieta básica en esa región del mundo, a diferencia de lo que
ocurre con los lácteos y los azúcares refinados. Basta recordar lo que ocurrió
después de la guerra de Vietnam, cuando organizaciones humanitarias enviaron
toneladas de leche en polvo que provocaron en la población surasiática diarreas
y problemas intestinales más graves que el beneficio que pretendían brindar.
La teoría
señala que las bacterias son capaces de enviar mensajes químicos para que
consumamos los alimentos que requieren. Así, cuando las bacterias requieren
azúcar, liberan químicos que nos hacen sentir mal hasta que la consumamos, y
otras enviarían señales de bienestar para recompensar nuestro comportamiento.
La Dra.
Athena Aktipis, miembro del mismo equipo del Dr. Maley, señaló que la capacidad
microbiana para manipular nuestro ánimo y nuestro comportamiento es
tan eficaz que incluso afecta nuestros receptores gustativos. Una dieta
rica en alimentos no procesados es benéfica para la flora intestinal.
Sin
embargo, al tratarse de una relación simbiótica, también puede ser manipulada
por nuestros hábitos dietéticos. “La población microbiana se puede
manipular fácilmente con probióticos, prebióticos, antibióticos y cambios en la
dieta, tanto así que a partir de ello se pueden tratar problemas de
desnutrición y obesidad”.
Cada vez
son más los estudios que avalan estos descubrimientos. Algunos incluso han
mostrado que los probióticos reducen los niveles de ansiedad en ratones de
laboratorio, y otros muestran resultados similares cuando las personas consumen
probióticos durante cuatro semanas seguidas. Debido a que los probióticos
restauran la salud de las bacterias, éstas reducen el envío de señales al
sistema nervioso.
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