Caminar es gratis. Muchos pensadores y artistas han utilizado el
movimiento, ya sea en la forma de distintos medios de transporte o de una
simple caminata por el bosque, para desarrollar la creatividad y la
imaginación.
Dos aspectos evolutivos han marcado el destino histórico del ser humano:
el desarrollo de pulgares oponibles y la capacidad para el desplazamiento
bípedo. Y aunque los pulgares oponibles sean lo que nos permite manejar con
destreza tanto la pluma como las armas de fuego, muchos pensadores y artistas
han encontrado en las caminatas una imperecedera fuente de inspiración.
Charles Dickens y Victor Hugo obtenían sus mejores ideas caminando; Mark
Twain caminaba como loco mientras dictaba sus historias; Goethe y Walter Scott
preferían componer mientras iban a caballo, mientras Mozart se relajaba en un
carruaje; Murakami corre algunos kilómetros diariamente, y Viel Temperley
prefería el nado estilo crawl. El filósofo Michel Serres ha escrito sobre la
relación entre el ejercicio físico (especialmente el alpinismo) y el
pensamiento filosófico, y Einstein lo supo también cuando meditaba en su
bicicleta. Como Rosamund E. Harding sugiere en su libro de 1932, An Anatomy of
Inspiration: “Es posible que el movimiento rítmico del carruaje, del tren, de
un caballo y, en menor medida, del caminar, puedan producir en mentes sensibles
un efecto ligeramente hipnótico que conduzca a un estado mental más favorable
al nacimiento de las ideas.”
¿Pero qué es la
inspiración sino un acto respiratorio?
Tal vez uno de los mayores referentes para pensar las caminatas creativas
sea el escritor estadunidense Henry David Thoreau. Su libro Walking de 1861 no
gozó de mucha aceptación en su tiempo, como tampoco su poesía ni sus avanzadas
ideas ambientalistas o su resistencia a pagar impuestos, semillas todas que
germinarían en los movimientos anarquistas y ecologistas del siglo XX.
En sus caminatas por los bosques, Thoreau desarrolla una conexión
espiritual entre la habilidad del hombre para cambiar su entorno y el verse
como un ser para y con la naturaleza:
“Deseo tomar la palabra por la naturaleza, por la absoluta libertad y lo
salvaje, contrastada con la libertad y la cultura meramente civil —el ver al
hombre como habitante, como parte y parcela de la Naturaleza, más que como un
miembro de la sociedad.”
La ciencia, por su parte, también podría tomar la palabra a favor de la
caminata. En un estudio publicado en The Proceedings of the National Academy of
Science, los investigadores dividieron a un grupo en dos partes. Uno de los
grupos debía caminar por un recorrido tres veces por semana, mientras el otro
debía abstenerse de ejercicios aeróbicos, como el yoga o los ejercicios de
resistencia. Se encontró que el grupo de caminadores mostró un 2% de aumento en
el hipocampo, la zona del cerebro asociada con el aprendizaje y la memoria,
mientras el otro grupo no mostró ningún beneficio.
Caminar es gratis: no se trata de promover más un estilo de vida saludable y los valores
del ejercicio, sino de reencontrar una conexión y un ritmo con nuestra ciudad y
nuestro entorno a través de un mapeo físico de ellos; de recordarnos que no
somos árboles para permanecer en un sólo sitio, y también para ponernos a
disponibilidad de una aventura. Si los aventureros del siglo XIX hicieron del
mar y del bosque sus lugares privilegiados, tal vez en el siglo XXI podamos
desconectarnos de vez en cuando, unos minutos al día, y salir a que nos crezca
el hipocampo y nos dé un poco de sol.
Fuente: J. Raya
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