Resulta a veces, que ciertas personas se encuentran frente a un ser que
les supera en competencia, sabiduría y nobleza, y en lugar de guardar silencio
y escuchar, se ponen a hablar o incluso a interrumpirle cuando habla.
Pues bien, no es esta una actitud inteligente, porque nada se gana con
ello, más bien se pierde. Frente a un ser superior a vosotros, es preferible
escuchar. Incluso si no habla físicamente, habla directamente a vuestra alma a
través del silencio que habéis creado en vosotros. Cuando el Espíritu divino
habla, el cielo y la tierra callan para escuchar su palabra, pues ésta es una
semilla que fertiliza.
Quien guarda silencio, demuestra que está dispuesto a escuchar, y por
consiguiente, a obedecer. Quien, por el contrario, toma la palabra, demuestra
con ello que desea tener la iniciativa, que quiere dirigir, dominar. El
silencio es pues lo característico del principio femenino, la sumisión, se
amolda al principio masculino. Si debemos conseguir restablecer en nosotros el
silencio, es precisamente para dejar que el Espíritu divino trabaje en
nosotros. Mientras permanezcamos insumisos, recalcitrantes, anárquicos, el
Espíritu no puede guiarnos, y así seguimos débiles, miserables. Cuando
conseguimos hacer el silencio en nosotros, nos ponemos en manos del Espíritu,
el cual nos guía hacia el mundo divino.
Este estado, sin embargo, que llamamos receptivo, pasivo, no debe
confundirse en absoluto con la pereza y la inercia. Sólo es pasivo en
apariencia; en realidad, se trata de la mayor actividad que pueda pensarse. Es
el estado de aquel que, a base de laborar, de paciencia, de esfuerzo, de
sacrificio ha logrado realizar el silencio en sí mismo, y gracias a este silencio
comienza a oír la voz de su alma que es la voz de Dios.
Debéis comprender el silencio como la condición absoluta para recibir la
palabra verdadera, las verdaderas revelaciones. En ese silencio, sentís que
paulatinamente os llegan mensajes, una voz que empieza a hablaros. Ella es
quien os previene, dirige, la que os protege… Si no la oís, es porque hacéis
demasiado ruido, no sólo en el plano físico, sino también en vuestros
pensamientos y sentimientos. Para que esta voz os hable, es imprescindible
instalar el silencio en vosotros. A esta voz se la llama con frecuencia “la voz
del silencio”, incluso este es el título de algunos libros de la sabiduría
oriental. Cuando el yogui consigue apaciguarse, e incluso parar su pensamiento
-pues también el pensamiento hace ruido en su movimiento- entonces oye esta voz
del silencio, que es la voz misma de Dios.
Poseemos un tercer ojo situado en el centro de la frente, tenemos también
un tercer oído situado en la garganta al nivel de la glándula tiroidea. Los
oídos están estrechamente unidos a Saturno, el planeta de la soledad, del
recogimiento y de la introspección.
Todos sabemos que cuando necesitamos reflexionar para tomar una decisión,
nos alejamos y cerramos la puerta porque es en el silencio donde tenemos más
posibilidades de encontrar una solución. Pero incluso en ese silencio, todos
podemos sentirlo, hay a menudo ruido, porque el interior de los seres humanos
se parece a una plaza pública en donde una gran cantidad de gente se manifiesta
a la vez para presentar sus reivindicaciones. Y esa es la razón por la que
resulta siempre tan difícil recibir la verdadera respuesta a las preguntas que
nos hacemos, esa respuesta que viene del Cielo, de la región del silencio. Sí,
por más que nos aislemos, nunca estamos solos ¡hay tantos habitantes instalados
en nuestro interior!
Estáis habitados por infinidad de entidades, y en particular, por
espíritus familiares: los de los seres de vuestra familia que se han ido ya al
otro mundo, y también de los que todavía viven. Todos ocupan una parte de
vuestro ser: los que gustan de la bebida, los que quieren realizar negocios,
los que buscan los placeres, están ahí, empujando para satisfacer sus variados
deseos. Y al cabo de un tiempo cedéis… ¡a pesar del silencio!
El discípulo tiene otra forma de laborar; no se contenta con aislarse del
ruido exterior, procura además acallar a todos aquellos que gritan, amenazan y
exigen en su interior. Les dice: “Ahora, callaos”. Y en ese gran silencio, oirá
una voz, pero una voz muy dulce, muy débil…Esta voz interior habla
incesantemente en cada uno de nosotros, pero es muy suave, y son necesarios
muchos esfuerzos para distinguirla en medio de toda clase de ruidos … Como si
se tratara de seguir la melodía de una flauta entre el estrépito de los tambores
y los grandes timbales. Es preciso aprender a escuchar esa dulce voz que habla
en nosotros. “Ten paciencia con este ser… Aprende a dominarte… Esfuérzate…” La
voz de Dios no hace ruido, para oírla hay que estar muy atento.
También el profeta Jonás oyó la voz de Dios, que le dijo: “Ve a Nínive y
diles que destruiré la ciudad porque no me han obedecido”. Pero Jonás,
atemorizado, no quiso ir a Nínive, y se embarcó en un navío que partía hacia
Tarsis. Estando en alta mar, se alzó una gran tempestad. Estaban todos
aterrorizados, y decidieron echar a suertes quién había atraído la tempestad.
La suerte señaló a Jonás, quien fue arrojado al mar. Una ballena se lo tragó, y
permaneció tres días en su vientre. Allí pudo reflexionar, y al fin dijo:
“Perdóname Señor, ahora voy a cumplir lo que me pides”. Entonces fue vomitado
por la ballena, y así se salvó… Como a Jonás, así le sucede a quién los
caprichos y los temores le impiden oír la voz del Señor: encuentra ballenas y
permanece en su vientre varios días hasta que, apaciguado el alboroto, acaba
por oír esa voz. ¡Cuántas ballenas no habréis encontrado ya vosotros a lo largo
de vuestra vida! Sí, ballenas de todos los tamaños y colores..
Si estuvierais más atentos, si tuvierais mayor discernimiento, sentiríais
que antes de realizar alguna empresa importante de vuestra vida (ya se trate de
un viaje, una actividad, una decisión a tomar, etc.) una suave voz os aconseja.
Pero no ponéis atención en ella porque preferís el alboroto y las tempestades.
Sin embargo, debéis saber que cuando os hablan los seres superiores, sólo os
dicen algunas pocas palabras, y con voz casi imperceptible.
Dios habla de forma muy tenue, y sin insistir. Dice las cosas, una, dos,
tres veces, y luego calla. Tampoco la intuición insiste mucho más, y si no
escucháis atentamente, si no discernís esta voz porque sólo sois capaces de oír
el ruido, os sentiréis perdidos constantemente. La voz del Cielo es
extremadamente suave, tierna, melodiosa y breve, y hay criterios para
reconocerla.Sí, la voz de Dios se manifiesta de tres maneras: a través de una
luz que nace en nosotros; por una dilatación, un calor, un amor que sentimos en
nuestro corazón; y finalmente, por una sensación de libertad que
experimentamos, junto a la decisión de llevar a cabo acciones nobles y
desinteresadas. Permaneced pues atentos…
Debiendo tomar una decisión importante, sólo en el silencio de los
pensamientos y de los sentimientos recibiréis la respuesta del Yo superior, del
Espíritu. Ese silencio, es la fuente de la claridad. El silencio, es la paz, la
armonía, el silencio es vivo, es vibrante, habla y canta. Gracias a la contemplación,
la oración, la meditación, llegaremos un día a oír la voz del silencio.
Resulta a veces, que ciertas personas se encuentran frente a un ser que
les supera en competencia, sabiduría y nobleza, y en lugar de guardar silencio
y escuchar, se ponen a hablar o incluso a interrumpirle cuando habla.
Pues bien, no es esta una actitud inteligente, porque nada se gana con
ello, más bien se pierde. Frente a un ser superior a vosotros, es preferible
escuchar. Incluso si no habla físicamente, habla directamente a vuestra alma a
través del silencio que habéis creado en vosotros. Cuando el Espíritu divino
habla, el cielo y la tierra callan para escuchar su palabra, pues ésta es una
semilla que fertiliza.
Quien guarda silencio, demuestra que está dispuesto a escuchar, y por
consiguiente, a obedecer. Quien, por el contrario, toma la palabra, demuestra
con ello que desea tener la iniciativa, que quiere dirigir, dominar. El
silencio es pues lo característico del principio femenino, la sumisión, se
amolda al principio masculino. Si debemos conseguir restablecer en nosotros el
silencio, es precisamente para dejar que el Espíritu divino trabaje en
nosotros. Mientras permanezcamos insumisos, recalcitrantes, anárquicos, el
Espíritu no puede guiarnos, y así seguimos débiles, miserables. Cuando
conseguimos hacer el silencio en nosotros, nos ponemos en manos del Espíritu,
el cual nos guía hacia el mundo divino.
Este estado, sin embargo, que llamamos receptivo, pasivo, no debe
confundirse en absoluto con la pereza y la inercia. Sólo es pasivo en
apariencia; en realidad, se trata de la mayor actividad que pueda pensarse. Es
el estado de aquel que, a base de laborar, de paciencia, de esfuerzo, de
sacrificio ha logrado realizar el silencio en sí mismo, y gracias a este silencio
comienza a oír la voz de su alma que es la voz de Dios.
Debéis comprender el silencio como la condición absoluta para recibir la
palabra verdadera, las verdaderas revelaciones. En ese silencio, sentís que
paulatinamente os llegan mensajes, una voz que empieza a hablaros. Ella es
quien os previene, dirige, la que os protege… Si no la oís, es porque hacéis
demasiado ruido, no sólo en el plano físico, sino también en vuestros
pensamientos y sentimientos. Para que esta voz os hable, es imprescindible
instalar el silencio en vosotros. A esta voz se la llama con frecuencia “la voz
del silencio”, incluso este es el título de algunos libros de la sabiduría
oriental. Cuando el yogui consigue apaciguarse, e incluso parar su pensamiento
-pues también el pensamiento hace ruido en su movimiento- entonces oye esta voz
del silencio, que es la voz misma de Dios.
Poseemos un tercer ojo situado en el centro de la frente, tenemos también
un tercer oído situado en la garganta al nivel de la glándula tiroidea. Los
oídos están estrechamente unidos a Saturno, el planeta de la soledad, del
recogimiento y de la introspección.
Todos sabemos que cuando necesitamos reflexionar para tomar una decisión,
nos alejamos y cerramos la puerta porque es en el silencio donde tenemos más
posibilidades de encontrar una solución. Pero incluso en ese silencio, todos
podemos sentirlo, hay a menudo ruido, porque el interior de los seres humanos
se parece a una plaza pública en donde una gran cantidad de gente se manifiesta
a la vez para presentar sus reivindicaciones. Y esa es la razón por la que
resulta siempre tan difícil recibir la verdadera respuesta a las preguntas que
nos hacemos, esa respuesta que viene del Cielo, de la región del silencio. Sí,
por más que nos aislemos, nunca estamos solos ¡hay tantos habitantes instalados
en nuestro interior!
Estáis habitados por infinidad de entidades, y en particular, por
espíritus familiares: los de los seres de vuestra familia que se han ido ya al
otro mundo, y también de los que todavía viven. Todos ocupan una parte de
vuestro ser: los que gustan de la bebida, los que quieren realizar negocios,
los que buscan los placeres, están ahí, empujando para satisfacer sus variados
deseos. Y al cabo de un tiempo cedéis… ¡a pesar del silencio!
El discípulo tiene otra forma de laborar; no se contenta con aislarse del
ruido exterior, procura además acallar a todos aquellos que gritan, amenazan y
exigen en su interior. Les dice: “Ahora, callaos”. Y en ese gran silencio, oirá
una voz, pero una voz muy dulce, muy débil…Esta voz interior habla
incesantemente en cada uno de nosotros, pero es muy suave, y son necesarios
muchos esfuerzos para distinguirla en medio de toda clase de ruidos … Como si
se tratara de seguir la melodía de una flauta entre el estrépito de los tambores
y los grandes timbales. Es preciso aprender a escuchar esa dulce voz que habla
en nosotros. “Ten paciencia con este ser… Aprende a dominarte… Esfuérzate…” La
voz de Dios no hace ruido, para oírla hay que estar muy atento.
También el profeta Jonás oyó la voz de Dios, que le dijo: “Ve a Nínive y
diles que destruiré la ciudad porque no me han obedecido”. Pero Jonás,
atemorizado, no quiso ir a Nínive, y se embarcó en un navío que partía hacia
Tarsis. Estando en alta mar, se alzó una gran tempestad. Estaban todos
aterrorizados, y decidieron echar a suertes quién había atraído la tempestad.
La suerte señaló a Jonás, quien fue arrojado al mar. Una ballena se lo tragó, y
permaneció tres días en su vientre. Allí pudo reflexionar, y al fin dijo:
“Perdóname Señor, ahora voy a cumplir lo que me pides”. Entonces fue vomitado
por la ballena, y así se salvó… Como a Jonás, así le sucede a quién los
caprichos y los temores le impiden oír la voz del Señor: encuentra ballenas y
permanece en su vientre varios días hasta que, apaciguado el alboroto, acaba
por oír esa voz. ¡Cuántas ballenas no habréis encontrado ya vosotros a lo largo
de vuestra vida! Sí, ballenas de todos los tamaños y colores..
Si estuvierais más atentos, si tuvierais mayor discernimiento, sentiríais
que antes de realizar alguna empresa importante de vuestra vida (ya se trate de
un viaje, una actividad, una decisión a tomar, etc.) una suave voz os aconseja.
Pero no ponéis atención en ella porque preferís el alboroto y las tempestades.
Sin embargo, debéis saber que cuando os hablan los seres superiores, sólo os
dicen algunas pocas palabras, y con voz casi imperceptible.
Dios habla de forma muy tenue, y sin insistir. Dice las cosas, una, dos,
tres veces, y luego calla. Tampoco la intuición insiste mucho más, y si no
escucháis atentamente, si no discernís esta voz porque sólo sois capaces de oír
el ruido, os sentiréis perdidos constantemente. La voz del Cielo es
extremadamente suave, tierna, melodiosa y breve, y hay criterios para
reconocerla.Sí, la voz de Dios se manifiesta de tres maneras: a través de una
luz que nace en nosotros; por una dilatación, un calor, un amor que sentimos en
nuestro corazón; y finalmente, por una sensación de libertad que
experimentamos, junto a la decisión de llevar a cabo acciones nobles y
desinteresadas. Permaneced pues atentos…
Debiendo tomar una decisión importante, sólo en el silencio de los
pensamientos y de los sentimientos recibiréis la respuesta del Yo superior, del
Espíritu. Ese silencio, es la fuente de la claridad. El silencio, es la paz, la
armonía, el silencio es vivo, es vibrante, habla y canta. Gracias a la contemplación,
la oración, la meditación, llegaremos un día a oír la voz del silencio.
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