Cierta vez preguntaron a una madre cuál era su hijo preferido, aquel que ella más amaba.
Ella,
dejando entrever una sonrisa, respondió:
”Nada es
más voluble que un corazón de madre, y como madre le respondo: el hijo
predilecto, aquel a quien me dedico en cuerpo y alma:
Es mi hijo
enfermo, hasta que sane.
El que
partió, hasta que vuelva.
El que
está cansado, hasta que descanse.
El que
está con hambre, hasta que se alimente.
El que
está con sed, hasta que beba.
El que
está estudiando, hasta que aprenda.
El que
está desnudo, hasta que se vista.
El que no
trabaja, hasta que se emplee.
El que se
enamora, hasta que se case.
El que se
casa, hasta que conviva.
El que es padre,
hasta que los críe.
El que
prometió, hasta que cumpla.
El que
debe, hasta que pague.
El que
llora, hasta que calle.
Y ya con
el semblante bien distante de aquella sonrisa, completó: El que ya me dejó,
hasta que lo reencuentre.
Una madre
siempre ve en su hijo la esperanza dormida que un día despertará, Su fe siempre
la sostiene. Madre es madre, aunque el hijo se olvide de ella. Así es y así
será por siempre.
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