Una gran proporción de la falta de felicidad que sentimos en nuestras
vidas es consecuencia de nuestros juicios de valor. Tendemos a juzgarlo
todo.
A las personas que nos rodean, las circunstancias que presentan éstas,
los hechos del momento y, naturalmente, a nosotros mismos.
Hay personas que no pierden una sola oportunidad de adoptar su postura de
juicio de valor. Es casi como si estuvieran juzgando la vida misma.
Constantemente.
Lo que resulta especialmente interesante acerca de la mayoría de los
juicios humanos es que la gente ni siquiera se basa en una medida objetiva para
llegar a sus conclusiones. En general, aplican una vivencia anterior, sus ideas
propias, su propia «historia», como base para tomar una decisión sobre otra
persona.
Naturalmente, nunca se les ocurre que bien podrían ser sus propias
vivencias, sus ideas, su «historia», las que estén algo desviadas. He observado
esto con el distanciamiento suficiente para llegar a la conclusión de que
probablemente yo mismo lo esté haciendo así. Por eso me he esforzado mucho en sustituir
los juicios a los demás por la reflexión sobre mí mismo.
Cuando siento la tentación de juzgar a los demás, miro dentro de mí para
determinar cuándo obré yo de esa manera en mi vida; cuándo produje yo esos
resultados en mi vida; cómo es posible que yo cometiera tales errores en mi
vida.
De pronto, me llega una oleada de compasión que barre los juicios de
valor y que hace imposible una condena por mi parte.
Lo que estoy diciendo aquí es que en un corazón que tiene amor no hay
lugar para los juicios de valor. Pero recuerda que juzgar no es discernir, y
observar no es juzgar. Saber discernir es muy saludable, y hacer observaciones
es muy natural. Una observación dice: «Esto es así». Un juicio de valor dice:
«Esto no debe ser así».
Sobre todo, no te juzgues a ti mismo; pues Dios no te juzgará jamás. No;
ni ahora ni nunca. Esta es la verdad que está detrás de la verdad. Esta es la
verdad que no se puede pronunciar. Esta es la blasfemia de entre las
blasfemias.
El Juicio y la Condena se cuentan entre las Diez Ilusiones de los Seres
Humanos. Sencillamente, no son reales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario