Nada representa un obstáculo mayor para la felicidad duradera (o incluso para la felicidad a corto plazo) que las expectativas. Abandónalas ahora mismo y no vuelvas a albergarlas jamás, acerca de nada ni nadie.
Olvídate
de cómo crees que «deben ser» las cosas. En el universo no existe el «debe
ser». El «debe ser» es una invención humana que no tiene nada que ver con la
realidad última. Debes saber que los giros y los desvíos que nos apartan del
camino que creíamos que íbamos a seguir no son rodeos en absoluto, sino que son
el camino más rápido que conduce de donde estamos a donde queremos estar. De lo
contrario, no lo seguiríamos.
Confía en
que Dios sabe lo que hace. Debes saber que la vida siempre está conspirando a
tu favor. Entiende que las expectativas no son más que la idea que tienes
acerca de algo, y que esta idea no tiene ni puede tener en cuenta el tejido
complejo de los viajes vitales que todos emprendemos de manera secuencial y
simultánea, en la vivencia cocreativa y colectiva del Alma Única expresada a
través de los Muchos.
Dicho de
otro modo, aquí pasan más cosas de las que se aprecian a simple vista. Hay más
de un programa de trabajo. El objetivo es único, pero el proceso es múltiple.
Si eres
consciente de ello constantemente, descubrirás que el hecho de aferrarte a las
expectativas sólo sirve para encrespar el Plan Perfecto y su representación en
el escenario de la vida por todos los actores.
Lo que digo es que las expectativas marcan un límite al modo en que defines la perfección, y que este límite constriñe tu creación de la perfección misma. Por tanto, no esperes nada y acepta todo lo que recibas. Acoge todo lo que se presente. Ama lo que es.
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