El pensamiento está
donde el individuo necesita que esté, incluso uera de nosotros, si eso es lo que necesitamos.
Procedamos a un
pequeño ejercicio. Aquí, también, necesitamos estar completamente solos, donde
no hayan distracciones. Vamos a intentar salirnos de nuestro propio
cuerpo. Tenemos que estar solos, distendidos, y aconsejamos que acostados,
preferentemente sobre una cama.
Una vez instalados,
respirando lentamente y pensando en el experimento que intentamos llevar a
cabo, tenemos que concentrarnos en un punto situado cosa de un metro y medio a
dos frente nuestro. Cerremos los ojos, concentrémosnos; pongamos toda nuestra
voluntad en el pensamiento de que yo — el yo real, el astral — vigila nuestro
cuerpo desde el punto donde estamos concentrados (metro y medio a dos metros
enfrente nuestro). Pensad. ¡Práctica! Procurad concentraros más y más. A fuerza
de ejercitarnos, súbitamente experimentaremos un choque eléctrico, y veremos
nuestro propio cuerpo acostado, con los ojos cerrados, a la distancia que va de
nuestro cuerpo físico al punto de concentración.
Al principio nos
costará un buen esfuerzo el llegar a este resultado. Sentiremos como si, por
dentro, fuésemos un gran balón de caucho, cada vez más tirante. Continuaremos
por este camino, sin que nada suceda. Por fin, de sopetón, reventaremos con una
ligera impresión de estallido como, exactamente, si se punzase un globo de
juguete. No nos alarmemos, porque si continuamos libres de todo miedo iremos
adelante y nada nos perturbará en lo sucesivo: pero si nos dejamos dominar por
el miedo, retrocederemos de nuevo dentro del cuerpo físico y tendremos que
empezar nuestras experiencias de nuevo, en otra ocasión. Si queremos intentarlo
en el mismo día, raramente lo conseguiremos. Necesitamos dormir, descansar,
primero.
Sigamos adelante.
Imaginémonos que ya hemos salido de nuestro cuerpo con el sencillo método
explicado; estamos contemplando nuestro cuerpo físico y preguntándonos lo que
hay que hacer en aquel momento. No nos entretengamos; ¡lo volveremos a ver tan
a menudo! En vez de esto, procedamos de la siguiente forma:
Abandonémonos como si
fuésemos una pompa de jabón flotando perezosamente en el aire, ya que no
llegamos al peso de una pompa de jabón ahora. No podemos caer, no podemos
hacernos daño. Dejemos que nuestro cuerpo físico repose. Naturalmente, ya nos
hemos ocupado de él antes de liberar nuestro astral de su envoltorio de carne.
Hemos comprobado que nuestro cuerpo físico está a sus anchas. Si no hubiésemos
tomado esas precauciones, nos expondríamos, a nuestro regreso, a encontrarnos
con un brazo dormido o una tortícolis. Estemos bien seguros de que no hay
arrugas que opriman un nervio, si, por ejemplo, hemos dejado un brazo extendido
al borde de un colchón, lo que nos puede ocasionar agujetas más tarde. Una vez
más, comprobemos que nuestro cuerpo está absolutamente a sus anchas antes de
hacer el menor esfuerzo para levantar nuestro cuerpo astral.
Ahora, dejémonos
llevar, dejémonos flotar por la habitación como si fuésemos la pompa de jabón
moviéndose al compás de las divagantes corrientes de aire. Exploremos el techo
y todos los sitios que normalmente no podemos ver. Procuremos acostumbrarnos a
ese elemental viaje astral, ya que si no nos será imposible llevar a cabo
felizmente excursiones más lejanas.
Vamos a intentar otra
cosa algo diferente. En realidad, este viaje astral es fácil; no hay más
dificultad que la causada por el tiempo que tardamos en convencernos de que
podemos practicarlo. En ningún caso ni circunstancia hemos de temer; no cabe
tener miedo, ya que un viaje en el astral es una etapa hacia la liberación. Cuando
regresamos al cuerpo, entonces debemos sentirnos prisioneros, encerrados en
barro, con el peso encima del cuerpo, que no responde bien del todo a los
mandamientos del espíritu. No; no hay por qué temer los viajes astrales; el
miedo les es ajeno.
Vamos ahora a repetir
los viajes astrales bajo una terminología ligeramente distinta. Estamos
tendidos sobre la espalda en nuestra cama. Nos hemos asegurado de que cada una
de las partes de nuestro cuerpo físico está con toda comodidad, sin que puedan
estorbar a los nervios de nuestra musculatura arrugas o cuerpos salientes; que
nuestras piernas no están cruzadas, ya que, si lo estuviesen, podrían darnos
calambres en el punto donde se obstruyese la circulación sanguínea.
Permanezcamos tranquilos, apacibles; no existen influencias perturbadoras ni
quebradero de cabeza alguno. Pensemos sólo en proyectar nuestro cuerpo astral
fuera del cuerpo físico.
Distendámonos cada
vez más. Imaginémonos una forma fantasmal que corresponda toscamente al perfil
de nuestro cuerpo físico, y que va separándose lentamente de éste y permanece
flotando hacia arriba, como si fuese un globo infantil empujado por una suave
brisa de verano. Dejadlo que se eleve, y mantened los ojos cerrados; de otra
manera, en las dos o tres primeras veces os podría dar un sobresalto que podría
ser lo suficientemente violento para arrastrar el astral a su sitio normal
dentro del cuerpo.
Muchas personas
experimentan un sobresalto peculiar exactamente cuando entran en el sueño.
Muchas veces es tan violento que nos obliga a despertarnos del todo. Ese
sobresalto está causado por una separación demasiado brusca de los cuerpos
astral y físico; porque, como hemos dicho repetidamente, casi todo el mundo
viaja por el astral durante la noche, aunque casi nadie tiene conciencia de
tales viajes. Pero, volvamos de nuevo al cuerpo astral.
Pensemos gradualmente
en nuestro cuerpo astral, que se separa con toda facilidad de su cuerpo físico,
y que se levanta unos palmos sobre el físico. Permanece sobre nosotros,
balanceándose poco a poco. Hemos podido percibir la sensación de flotamiento
cuando nos dormimos; es el flotamiento astral. Como dijimos, el astral flota
encima de nosotros, balanceándose tal vez. Está conectado por medio de la
Cuerda de Plata, que va del ombligo del cuerpo físico al del astral.
DESPRENDIÉNDOSE DEL
CUERPO
No hay que mirar
demasiado cerca; ya se ha dicho que si nos impresionamos y tenemos un
sobresalto, haremos entrar nuevamente el astral dentro del físico, y tendremos
que comenzar de nuevo en otra ocasión.
Supongamos que se han
escuchado esas advertencias, y no ha ocurrido ningún contratiempo; entonces,
cuando el astral esté flotando por unos momentos, no hay que tomar ninguna
iniciativa, apenas pensar nada, respirar sólo superficialmente; porque debemos
tener presente que es el primer tiempo en que hemos salido conscientemente del
físico y se tiene que andar con mucho tiento.
Si no nos asustamos,
si no nos estremecemos, el cuerpo astral flotará lentamente, alejándose,
trasladándose al borde o a los extremos de la cama, sin el menor choque, y
luego bajará hasta que los pies lleguen a tocar — o casi — sobre e] suelo de la
habitación. Entonces, en el proceso de un «aterrizaje suave», el cuerpo astral
podrá mirar vuestro físico y transmitir a vuestro cerebro lo que ve.
Tendremos una
sensación incómoda tan pronto como miremos a nuestro físico, y advertiremos que
ésta es una experiencia que nos humilla. Recuérdese aquel momento en que
escuchamos nuestra propia voz. ¿La hemos escuchado en un magnetófono? De
momento no hemos creído en absoluto que se tratase de nosotros, o, en este
caso, que el magnetófono no funcionaba correctamente.
La primera vez que un
individuo escucha su propia voz, no quiere admitir que sea suya; se siente
espantado y mortificado. Pero hay que ver cuando contemplamos nuestro cuerpo
por vez primera. Allá estamos con nuestro cuerpo astral, donde se ha
transferido por completo nuestra conciencia. Experimentamos una sensación
horripilante; no nos gusta ni la forma de nuestro cuerpo, ni su complexión; nos
chocan las líneas de nuestro rostro y nuestras facciones. Si avanzamos algo más
y miramos nuestra propia mentalidad, nos damos cuenta de ciertos recovecos
insignificantes y fobias, que pueden originar un salto atrás hacia dentro del
cuerpo físico, de puro miedo que sentimos.
Mas, supongamos que
hemos podido superar este primer susto al contemplarnos por vez primera a
nosotros mismos. ¿Qué sucederá? Tenemos que decidir adónde nos gustaría ir, lo
que hay que hacer, lo que tenemos que ver. Lo más sencillo es visitar a una
persona que conocemos bien; tal vez algún pariente próximo que vive en alguna
localidad cercana. Ante todo, que sea una persona a quien visitemos con
frecuencia, ya que nos será preciso visualizarla con mucho detalle, y también
dónde vive y cómo se va allí. Recordemos que se trata de una cosa nueva para
nosotros — nuevo, el hacerlo conscientemente — y necesitamos saber el camino
exacto para regresar a nuestra propia carne.
Abandonemos nuestra
habitación, sigamos por la calle (en el astral no hay por qué preocuparse,
nadie podrá vernos), tomemos el camino habitual que siempre hemos seguido, con
el pensamiento bien fijo en la imagen de la persona a quien deseamos visitar y
en el camino a seguir. Entonces, a una enorme velocidad, mucho mayor que el
coche más rápido puede alcanzar, nos hallaremos a la puerta de la casa de aquel
pariente nuestro.
Con la práctica
seremos capaces de ir a todas partes: mares, océanos y montañas no serán
obstáculos para nuestros caminos. Todas las tierras y ciudades del mundo serán
asequibles a nosotros.
Alguien pensará:
«Suponiendo que pueda ir a donde quiera, pero no pueda regresar ¿qué
sucederá?». La respuesta es que es imposible perderse. Es imposible
extraviarse, o perjudicarse o bien encontrarse que nuestro cuerpo físico ha
sido ocupado. Si alguien llega cerca de nuestro cuerpo mientras estamos en
viaje por el astral, el cuerpo físico manda un aviso y el astral es
«arrastrado» al físico con la celeridad del pensamiento. Ningún daño nos puede
sobrevenir; el único mal es el miedo. Así es que no temamos, sino
experimentemos y con el experimento llegará la realización de nuestras
ambiciones de viajes astrales.
Cuando estemos
conscientemente en el plano astral, veremos colores más brillantes que en este
mundo terrenal. Todas las cosas resplandecerán de vida; podréis ver partículas
de «vida» a vuestro alrededor, como pequeñas motas. Es la vitalidad de la
tierra, y cuando pasaréis a través de aquellas chispas, sentiréis crecer
vuestras energías y vuestra potencia.
Cuando estemos en el
astral y queramos volver al cuerpo físico, tenemos que conservar la calma, y
nos sentiremos de nuevo dentro de nuestra carne; basta con pensar que
regresamos, y ya estamos de vuelta. En el momento en que pensemos en nuestra
vuelta al plano físico experimentaremos una sensación borrosa y una
aceleración, o un cambio instantáneo desde el lugar donde estábamos a un sitio
unos palmos encima de nuestro cuerpo acostado. Experimentaremos que estamos
allí a la deriva, flotando, lo mismo que en el momento en que abandonamos
nuestro cuerpo. Dejémonos caer con toda lentitud; lentitud indispensable para
que ambos cuerpos puedan sincronizarse en absoluto.
Si lo practicamos con
precisión, caeremos en el cuerpo sin la menor trepidación, sin ninguna
trepidación, sin más sensación que la de hallar nuestro cuerpo como una masa
fría y pesante.
Las personas
desmañadas, que no se preocupan de alinear cuidadosamente los dos cuerpos, o si
se da el caso de que algo entorpezca la operación, experimentarán una sacudida
en el momento de acomodarse al cuerpo físico. En este caso, es muy posible que
sufran algún dolor de cabeza, principalmente del tipo de jaqueca. En este caso,
pueden adoptarse alternativamente dos soluciones: conciliar el sueño, o volver
a ascender al plano astral, dado que, hasta que los dos cuerpos queden
alineados exactamente, continuará el dolor de cabeza. No hay que preocuparse,
pues, y escoger entre las dos soluciones la que más nos guste.
Podremos notar, al
regresar a nuestro cuerpo de carne y huesos, una especie de embotamiento. Una
sensación similar a la de cuando nos ponemos un traje que ha sido lavado el día
anterior y que aún está húmedo, empapado. Hasta que nos acostumbremos a esta
sensación de nuestro cuerpo, sensación muy poco agradable, encontraremos que
los portentosos colores que vimos en el astral se hallan ensombrecidos. Varios
de los colores jamás vistos en este mundo, varios de los sonidos que escuchemos
en el astral, no nos pertenecen en la vida presente sobre este suelo. Pero no
hay que preocuparse; estamos sobre la Tierra para aprender algo. Y cuando
hayamos aprendido aquello que era nuestro fin al venir a este mundo, tan pronto
como lo hayamos conocido, nos encontraremos libres de los lazos terrenales, y
cuando dejemos para siempre nuestro cuerpo mortal, al cortarse la Cuerda de
Plata, iremos a otros reinos de mucho más arriba de donde el plano astral se
halla situado.
Aconsejamos al
discípulo que practique insistentemente esos viajes astrales. Hay que apartar
de nosotros todo temor, ya que si no se tiene miedo no hay nada que temer, ni
puede sobrevenir daño alguno; antes bien, al contrario, sólo placer.
CÓMO VENCER LOS
MIEDOS
Hemos dicho ya que
“sólo hay que temer al miedo”. Hemos puesto de relieve que mientras una persona
permanezca libre de temores, no tiene que guardarse de daño alguno en sus
viajes astrales, por muy lejanos que sean. Pero, se me podrá preguntar, ¿qué es
lo que hay que temer? Dediquemos, pues, esta lección al tema del miedo, y de lo
que no debe ser temido.
El miedo es una
actitud completamente negativa, capaz de corroer nuestras más sutiles
percepciones. No importa de qué nos asustamos; toda forma de temor es
perjudicial.
Se puede temer que,
yendo por el plano astral, no se sea capaz de regresar al cuerpo físico. El
regreso siempre es posible, excepto en caso de muerte, cuando el individuo ha
terminado el tiempo que le ha sido concedido para caminar sobre la Tierra; y
eso, como todos saben, no tiene nada que ver con los viajes astrales. Es
posible también, lo admitimos, que una persona se asuste hasta el extremo de
quedar paralizada por el miedo, y en tales casos, no se es capaz de hacer nada.
En tales condiciones, el individuo puede hallarse en el cuerpo astral sin poder
moverse. Naturalmente, esto retrasa el retorno al cuerpo físico por un lapso de
tiempo, hasta que la intensidad del terror decrezca. El miedo se desgasta por
sí mismo, como nadie ignora, y una sensación no puede durar un tiempo
indefinido. Una persona asustada simplemente retrasa su perfecto y seguro
retorno al cuerpo físico.
Nosotros no somos la
única forma de vida en el astral, del mismo modo que los hombres no somos la
única forma de vida sobre la Tierra. En este mundo que habitamos tenemos
simpáticas criaturas, como los gatos y los perros, los caballos y los pájaros,
para citar sólo unos pocos; pero también hay criaturas antipáticas, como las
arañas que pican y las serpientes venenosas. Hay cosas desagradables, como los
gérmenes, microbios, y otras, por el estilo, dañinas más molestas. Si hemos
visto algún germen a través de un microscopio muy potente, nos habrán parecido
semejantes a las criaturas fantásticas que vivieron en tiempos de los dragones
que cuentan las historias maravillosas.
En el mundo astral
hay varios seres más extraños que los que se pueden encontrar en la Tierra. En
el astral encontraremos criaturas notables, tanto personas como otros seres.
Veremos a los espíritus de la Naturaleza; éstos, forzosamente, serán siempre
buenos y amables. Pero también existen allí criaturas horribles que han debido
ser vistas por algunos escritores de la antigüedad legendaria y mitológica, ya
que estos seres se parecen a los demonios, sátiros y otros tipos diabólicos de
los mitos. Algunas de esas criaturas son bajos elementos que pueden convertirse
más tarde en humanos o seguir por las ramas del reino animal. Sea como sea en
el estado presente de su desarrollo son desagradables.
Tenemos que
detenernos un momento, llegando a este punto, para precisar que aquellos
borrachos que ven «elefantes rosa» y varias otras apariciones raras y
peregrinas, lo que ven es precisamente ese tipo de criaturas de las que estamos
hablando. Los borrachos son gente que ha expulsado el astral de su cuerpo
físico y lo ha puesto en contacto con los planos más bajos del astral. Allí
encuentran esas criaturas espantosas; cuando el borracho, más tarde, se repone
— todo lo que puede — y recobra sus sentidos, entonces conserva una viva
memoria de lo que ha visto. Aunque el emborracharse completamente sea un método
para llegar al mundo astral y recordarlo, no debemos recomendarlo porque sólo
alcanzamos los más bajos y degradados planos astrales. Existen también varias
drogas hoy en uso entre los médicos, sobre todo en clínicas para enfermos
mentales, que tienen un efecto parecido. La mescalina, pongamos por caso,
altera las vibraciones del individuo de tal forma que éste se ve lanzado del
cuerpo físico y vivamente proyectado en el astral. Mas, tampoco este método es
recomendable. Las drogas, u otras formas de expulsarnos violentamente del
cuerpo físico, son en verdad perjudiciales y dañan a nuestro Super-yo.
Pero volvamos a
nuestros “elementales”. ¿Qué se entiende por ellos? Los elementales son la
forma primaria de la vida espiritual. Están un escalón más alto que las formas
de pensamiento. Estas formas son meras proyecciones de la mente — consciente o
inconsciente — de los seres humanos y poseen una pseudo-vida propia. Dichas
formas fueron creadas por los sacerdotes del antiguo Egipto para que las momias
de los grandes faraones y de las grandes reinas fuesen protegidas contra
aquellos que intentasen profanar las viejas tumbas. Están creadas bajo la idea
de que deben repeler a los invasores; de que deben atacarlos impresionando las
conciencias de éstos e infundiéndoles tal grado de terror, que el presunto
ladrón huya a todo correr. No nos incumbe tratar de las formas de pensamiento,
porque son seres sin mente, encargadas únicamente por unos sacerdotes, muertos
desde hace mucho tiempo, con la misión de cumplir determinados objetivos: la
guardia de las tumbas contra sus invasores. De momento, nos toca hablar de los
elementales. como hemos dicho, son un conjunto de seres Los elementales,
espirituales que se hallan en los primeros grados de su desarrollo- En el mundo
espiritual, el astral, los elementales corresponden a lo que en el nuestro
representan los monos. Los monos son irresponsables, malignos, muy a menudo rencorosos
y viciosos, y no poseen un grado muy alto de raciocinio por sí mismos- Son,
podríamos decir, pedazos de protoplasma apenas animados. Los elementales, que
ocupan el mismo rango en el mundo astral que los monos en el nuestro, son
formas que se mueven aproximadamente sin propósitos concretos, agitándose y
haciendo extrañas y horripilantes muecas; adoptan actitudes amenazadoras en
presencia de un ser humano viajando por el astral; pero, naturalmente, no
pueden causarnos daño alguno. Hay que tenerlo bien presente. No nos pueden
hacer daño.
Si el estudiante ha
tenido la mala suerte de visitar un sanatorio de enfermedades mentales y ha
visto verdaderos casos graves de perturbaciones mentales, le habrá impresionado
el observar en algunos de los peores casos, cómo éstos se nos acercan con
gestos amenazadores y probablemente sin algún significado. Babean, repugnan;
pero si se les planta cara con determinación, ellos, siendo de una mentalidad
inferior, siempre retroceden.
Cuando nos movemos
por los más bajos estratos del plano astral, podemos encontrar estas criaturas
raras y extravagantes, A veces, si el viajero es apocado, esas criaturas se
arremolinan a su alrededor e intentan aturdirlo. Pero no hay ningún peligro en
ello si no se les tiene miedo. Cuando un individuo empieza sus viajes por el
astral, muy a menudo se las tiene que haber con dos o tres de estos seres
inferiores congregados por aquellos parajes para ver cómo «se las compone», de
la misma forma que cierto tipo de gente siempre quiere observar cómo un
aprendiz de conductor hace su primer viaje en coche. Los espectadores siempre
esperan que algo sangriento o excitante suceda, y a veces, si el conductor se
atolondra o, más corrientemente, la mujer que guía el coche pierde la cabeza y
choca con el palo de un farol, o cualquier otro obstáculo, esto aumenta la
satisfacción de los mirones. Los espectadores, ciertamente, son inofensivos;
sólo son sensacionalistas en busca de emociones a poco precio. Igualmente los
elementales; buscan emociones baratas y nada más. Les gusta contemplar el
fracaso de los seres humanos; por consiguiente, si manifestamos algún miedo
están encantados y multiplican sus gesticulaciones y se nos acercan con aires
de bravuconería y amenaza. En verdad, no pueden perjudicar a ningún ser humano.
Son como perros que sólo pueden ladrar y, «Perro ladrador, poco mordedor». Por
lo tanto, únicamente pueden molestar, suponiendo que, por miedo, se lo
permitamos.
No hay que
preocuparse demasiado, en resumidas cuentas. Sólo en una sola ocasión, en un
conjunto de cien viajes al astral, os toparéis con estas bajas entidades. Sólo
los veréis más veces si les tenéis miedo.
Normalmente, os
remontaréis más allá de su reino; aquellas entidades están recluidas en el
fondo del plano astral, lo mismo que los gusanos se alojan en los fondos de un
río o del mar.
Cuando ascendemos a
los planos astrales, nos encontraremos con notables incidentes. Divisaremos a
distancia grandes y brillantes manchas de luz. Se trata de planos de nuestra
existencia presente que están fuera de nuestro alcance. ¿Recordáis el «teclado»
de que hablamos al principio de este libro? El ser humano, mientras se halla
encerrado dentro de su carne, puede percibir sólo tres o cuatro «notas»; pero
saliendo del cuerpo físico para trasladarse al mundo astral, la gama de notas
se extiende un poco hacia arriba, lo bastante para darnos cuenta de que hay
cosas todavía mayores fuera de nuestro alcance. Algunas de estas cosas se ven
representadas por esas luces brillantes, que lo son tanto, que no podemos en
realidad ver lo que son.
Pero contentémonos
con el tiempo que pasamos dentro del medio astral. Acá, en el suelo, podemos
visitar a nuestros amigos y conocidos; viajar por las ciudades de todo el mundo
y ver todos los grandes edificios públicos; podemos leer libros en idiomas
extraños al nuestro, ya que en los medios del plano astral los entendemos
todos. Nos son necesarios, pues, los viajes astrales.
He aquí una relación
de lo que sucede y que será nuestra experiencia en la práctica.
Las horas del día han
avanzado y ha caído la noche, y el crepúsculo morado se ha ido oscureciendo y
el cielo ha pasado del añil al negro. Han brotado lucecitas de todos lados —
luces blanquiazules de los faroles de las calles; las amarillentas, que
corresponden a las casas —, algunas de ellas tal vez teñidas ligeramente por
los cortinajes a través de los cuales resplandecen.
El cuerpo, acostado
en la cama, consciente, plenamente distendido. Gradualmente llega la débil
sensación de un crujido; una sensación como de algo que muda, cambia; poco a
poco se produce una separación. Sobre el cuerpo que se halla postrado se
condensa una nube formada, al cabo, de una resplandeciente Cuerda de Plata; la
nube, al comienzo, semeja una gran mancha de tinta flotando en el aire.
Lentamente, adopta la forma de un cuerpo humano que se eleva unos palmos sobre
nuestros pies y flota y se mece en el aire. Después de unos segundos, el cuerpo
astral se eleva más y sus pies se inclinan hacia el suelo. Lentamente el
conjunto se balancea hasta que se pone de pie al extremo de la cama, mirando al
cuerpo físico, que acaba de dejar, y al cual está aún unido.
En la habitación, las
sombras oscilantes se arrastran por los rincones, como animales raros
aprisionados. La Cuerda de Plata vibra y resplandece con un azul plateado
sordo; el astral también se ve teñido de luz azulada. La figura del astral mira
a su alrededor y luego a su cuerpo físico, que se halla cómodamente acostado en
la cama. Sus ojos están cerrados, la respiración es tranquila y ligera; no hay
movimientos ni sobresaltos; se ve que el cuerpo está tranquilo. La Cuerda de
Plata no vibra porque no hay indicios de incomodidad alguna.
Satisfecho, el astral
se compone silenciosamente y a poco a poco se eleva por los aires, pasando a
través del techo de la habitación y por el tejado de la casa, hasta que se ve
dentro del aire de la noche. Es como si la figura astral fuese un globo de gas,
cautivo de la casa donde se encuentra su físico. El cuerpo astral se eleva
hasta que se ve a un número considerable de metros sobre los tejados de las
casas. Entonces se detiene, flota vagamente y contempla a su alrededor.
De las casas, a lo
largo de las calles, y de las calles más allá se divisan débiles líneas azules,
que son las Cuerdas de Plata de otras personas. Se extienden, subiendo siempre
y desaparecen a distancias sin límite. Las personas viajan siempre en la noche,
tanto si se dan cuenta como si no; pero sólo aquellos que son más favorecidos,
los que hacen prácticas, regresarán con plena conciencia de todo cuanto han
hecho.
La forma astral que
nos atañe, va flotando sobre las casas, mirando en derredor, decidiendo adónde
ir. Por último elige visitar un país muy lejano. Al instante mismo de su
decisión se proyecta a una velocidad fantástica, girando con la celeridad casi
del pensamiento a través de tierras y de mares. Cruza el océano, sobre las
grandes olas que casi le alcanzan con sus blancas crestas de espuma. En un
momento del viaje se divisa un gran transatlántico que cruza el mar turbulento
con todas las luces encendidas y el sonido de una música que llega desde las
cubiertas. La forma astral corre, atrapando el tiempo. La noche da nacimiento
al crepúsculo y la forma astral alcanza otra vez la noche y ésta es alcanzada
por la tarde. Finalmente, después de la tarde nos encontramos otra vez en el
mediodía. Bajo la brillante luz del sol, la figura astral ve aquel país que ha
deseado visitar; una tierra querida, con sus habitantes, caros al corazón del
viajero. Suavemente, éste se deja caer en aquella comarca y se mezcla,
invisible, inaudible, entre aquella gente que está dentro del respectivo cuerpo
físico.
En un momento dado,
el viajero experimenta un tirón, una sacudida de la Cuerda de Plata. En un país
remoto, el cuerpo físico abandonado, ha sentido el comienzo del día y reclama
su astral. Por unos momentos, éste vacila; pero, por fin, la advertencia no
puede ser ignorada. La forma astral se remonta por los aires, un momento
inmóvil como una paloma que está a punto de regresar a su palomar; en seguida,
veloz, cruza los cielos, como un rayo a través de tierras y mares, hasta llegar
al techo de su domicilio. Otras cuerdas tiemblan, otras personas regresan a sus
cuerpos físicos; pero el astral de que tratamos cae a través de la techumbre de
la casa y emerge, por el techo de su habitación, sobre la figura durmiente de
su cuerpo físico. Ligera y lentamente se sitúa exactamente sobre éste. De
momento, experimenta una sensación de intenso frío, de embotamiento y de un
peso que le oprime. Se han marchado la ligereza, la sensación de libertad, los
colores brillantes experimentados en el cuerpo astral; en vez de todo esto,
sólo un frío. Sucede lo mismo que al ponerse una ropa húmeda estar>— do
nuestro cuerpo caliente.
El cuerpo físico se
mueve y se abren los ojos. Fuera de las ventanas asoman las primeras franjas
del alba sobre el horizonte. El cuerpo se mueve y dice: «Recuerdo todas mis
experiencias de esta noche».
El lector también
puede hacer todas esas experiencias; viajar por el astral y ver todo aquello
que le es caro; cuanto mayor afecto le inspire, con mayor facilidad podrá
efectuar el viaje. Es cuestión de ejercitarse mucho. Según viejas narraciones
de Oriente, en tiempos de una antigüedad remota toda la humanidad podía viajar
por el astral; pero a causa de que abusaba de este previlegio, les fue
suprimido a los seres humanos. Pero a todos aquellos que son puros de
pensamiento y de intención, la práctica les puede liberar del agobiante y rudo
peso del cuerpo y permitirles viajar a donde quieran.
No se logra en cinco
minutos, ni en cinco días. Debemos «imaginar» que podemos. Todo aquello que
creemos poder hacer, nos es posible en la práctica. Si lo creemos sinceramente,
si estamos seguros que podemos hacer una cosa determinada, ésta nos será
factible. Creyendo y practicando se llega a viajar por el astral.
Lo repetimos: en
estos viajes no hay ningún peligro ni motivo de temor alguno; no importa el
aspecto terrorífico de algunos seres inferiores que podremos — aunque es muy
probable que no nos suceda nunca — hallar. No pueden causarnos daño, si no los
tememos. La ausencia de temor asegura nuestra protección absoluta.
Ejercitémonos
continuamente. ¿Queréis decidir dónde pensáis dirigiros? Acostaos en vuestra
cama, y deciros a vosotros mismos que esta noche iréis a tal o cual sitio para
ver tal o cual cosa; cuando despertéis, recordad lo que habéis hecho. Todo lo
que se necesita es cuestión de práctica.
¿A DÓNDE VIAJAR EN EL
MUNDO ASTRAL?
El tema del viaje
astral es, evidentemente, de primordial importancia, y por ello será útil
dedicar esta lección a dar una serie de notas sobre este fascinante pasatiempo.
Le sugerimos que lea
detenidamente esta lección, que la estudie tan meticulosamente, por lo menos,
como ha estudiado las demás, y que decida después, con Unos días de antelación,
la noche de su Experimento. Prepárese pensando que esa noche va usted a salir
de su cuerpo y manténgase plenamente consciente y atento a cuanto vaya
sucediendo.
Como usted sabe, el
hecho de preparar, de decidir con antelación algo que se va a hacer es de gran
importancia. Los Antiguos utilizaban «encantamientos», en otras palabras,
recitaban una y otra vez una mantra (una especie de oración), la cual tenía por
objetivo subyugar el subconsciente. Al repetir la mantra, el consciente — que
representa sólo una décima parte de nuestra mente — era capaz de dictar una
orden perentoria al subconsciente. Usted podría utilizar una mantra de este
tipo:
«En tal día
emprenderé un viaje por el mundo astral; estaré plenamente consciente de todo
lo que haga, y estaré plena mente consciente de todo lo que vea. Me acordaré de
todo y lo evocaré en su totalidad cuando me encuentre de nuevo en mi cuerpo.
Haré todo esto sin falta.»
Debe usted repetir
esta mantra en grupos de tres, es decir, pronunciarla una vez y repetirla
después dos veces. La mecánica es aproximadamente esta: Se afirma una cosa,
pero ello no basta para llamar la atención del subconsciente, porque nos
pasamos la vida afirmando cosas, y nuestro subconsciente debe de pensar sin
duda que la parte consciente de nuestro ser es muy charlatana. El hecho de
recitar la mantra una vez no despierta en absoluto la atención del
subconsciente. La segunda vez que pronunciamos las mismas palabras — hemos de
pronunciarlas en forma idéntica a la primera vez —el subconsciente comienza a
darse por enterado. A la tercera afirmación, el subconsciente se pregunta, por
así decirlo, de qué se trata, y está plenamente receptivo a la mantra, que es
asimilada y retenida. Suponiendo que la diga usted tres veces por la mañana, la
repetirá otras tres veces al mediodía (cuan. do esté solo, naturalmente), otras
tres veces por la tarde y otras tres veces antes de acostarse. Es como clavar
un clavo: se toma el clavo, se hunde la punta en la madera, pero un martillazo
no es suficiente, sino que hay que seguir golpeando hasta que el clavo penetra
hasta la profundidad deseada. De una forma muy parecida, la repetición de la
mantra equivale a una serie de golpes que llevan a la idea en cuestión a ser
asimilada por el subconsciente.
Este no es en
absoluto un método nuevo, sino que es tan antiguo como la humanidad misma. Los
antiguos sabían mucho de mantras y afirmaciones; sólo en nuestra época hemos
olvidado estas cosas, o bien hemos adoptado hacia ellas una actitud cínica. Por
ello insistimos en que usted debe formular aquellas afirmaciones en la soledad
y no dejar que nadie se entere de ellas, pues si alguna persona escéptica lo
sabe, se reirá de usted, y eso podría sembrar dudas en su espíritu. Son las
risas y las burlas las que han hecho que las personas adultas hayan cesado de
ver a los espíritus de la Naturaleza y no puedan ya hablar telepáticamente con
los animales. Tenga esto muy presente.
Usted elegirá, pues,
para su viaje un día adecuado, y durante el día en cuestión debe hacer todo lo
posible por estar tranquilo, por estar en paz consigo mismo y con los demás.
Esto es de primordial importancia. No debe albergar en su mente conflicto
ninguno que pudiera ser motivo de excitación. Supongamos, por ejemplo, que ese
día ha tenido una discusión acalorada con alguien: estará pensando en lo que le
habría dicho si hubiese tenido más tiempo para pensarlo, estará pensando en las
cosas que le ha dicho la otra persona, y no podrá centrar toda su atención en
el viaje astral. Si en el día previsto está usted distraído o inquieto, aplace
el viaje hasta otro día más tranquilo. Pero en caso contrario, si ha podido
dedicar el día a pensar en el viaje astral con anticipado placer, de la misma
forma en que pensaría en un viaje para visitar a una persona querida que
viviese tan lejos que el hacer tal viaje constituyese un acontecimiento, vaya a
su dormitorio y desvístase lentamente, manteniendo la calma y respirando con
regularidad. Cuando esté listo para acostarse, asegúrese de que su ropa de
noche sea muy cómoda, es decir, que no le apriete el cuello ni en la cintura,
pues las distracciones originadas por un cuello o un cinturón apretado irritan
al cuerpo físico y pueden dar lugar a una sacudida en un momento crucial.
Asegúrese de que en la habitación reina la temperatura que le resulta más
agradable, ni demasiado alta ni demasiado baja. Es mejor que tenga usted pocas
mantas en la cama, pues así su cuerpo no estará oprimido por un peso excesivo.
Apague la luz del
dormitorio. Asegúrese de que las cortinas están bien cerradas, de modo que ningún
rayo de luz le de en los ojos en un momento inoportuno. Una vez verificado todo
esto, acuéstese cómodamente, afloje los músculos y espere a estar absolutamente
relajado. No se duerma si puede evitarlo, aunque, si ha repetido la mantra de
la forma adecuada, el sueño no le impedirá recordar su propósito. Le
aconsejamos que permanezca despierto si puede, porque este primer viaje fuera
del cuerpo es realmente interesante.
Una vez esté
cómodamente echado — preferiblemente boca arriba — imagine que está esforzándose
por sacar de sí mismo otro cuerpo; imagine que la forma fantasmal del cuerpo
astral está empujando para separarse del cuerpo físico. Lo sentirá ascender, de
forma parecida a como asciende un pedazo de corcho hacia la superficie del
agua; lo sentirá separarse de sus moléculas carnales. Se producirá un hormigueo
muy ligero, y después llegará un momento en que dicho hormigueo cesará casi
totalmente. Tenga cuidado en este momento, porque el siguiente movimiento será
un estremecimiento, a menos que cuide de evitarlo, y si se estremece
violentamente su cuerpo astral, volverá a caer bruscamente en el físico.
Muchísimas personas,
casi podríamos decir todo el mundo, han pasado por la experiencia de la
sensación de caída estando a punto de dormirse. Algunos sabios hindúes han
afirmado que esto es un vestigio de los tiempos en que los seres humanos eran
monos. En realidad, esta sensación de caída es causada por un estremecimiento
que hace que el cuerpo astral, que comenzaba a flotar, caiga de nuevo en el cuerpo
físico. A menudo el sujeto se despierta del todo, pero, aunque no sea así,
suele producirse un violento estremecimiento o sacudida, y el cuerpo astral
retrocede sin haberse alejado mas que unas cuantas pulgadas del cuerpo físico.
Si usted es consciente
de que existe la posibilidad de un estremecimiento, éste no se producirá. Así
pues, tenga presentes las dificultades a fin de poder superarlas. Cuando haya
cesado el ligero hormigueo, permanezca completamente inmóvil. Tendrá una
repentina sensación de frío, como si algo se hubiese separado de usted. Quizá
tendrá la impresión de que hay algo encima de usted, como si alguien le hubiese
echado un cojín encima, por decirlo de una forma muy rudimentaria. No se deje
perturbar; si lo consigue, la próxima sensación que experimentará es la de
estar mirándose a sí mismo, quizá desde los pies de la cama o quizá incluso
desde el techo de la habitación.
Obsérvese a sí mismo
en esta primera ocasión con tanta calma como le sea posible, porque nunca se
verá a sí mismo tan claramente como en este primer viaje. Se contemplará a sí
mismo, y sin duda proferirá una exclamación de asombro al descubrir que no es en
absoluto como se imaginaba. Sabemos que usted se mira al espejo, pero nadie ve
un fiel reflejo de sí mismo ni en el mejor de los espejos. El lado izquierdo y
el derecho están invertidos, por ejemplo, y se producen otras distorsiones. No
hay nada comparable a encontrarse cara a cara consigo mismo.
Una vez se haya
observado a sí mismo, aprenda a moverse por la habitación. Mire al interior del
armario o de la cómoda, vea cuán fácilmente puede desplazarse hacia cualquier
lugar. Examine el techo, examine aquellos lugares a los que normalmente no
puede llegar. Sin duda encontrará mucho polvo en los lugares inaccesibles, y
ello le dará ocasión de realizar otro experimento útil: trate de dejar señales
en el polvo con los dedos, y comprobará que no puede. Sus dedos, su mano y su
brazo penetran en la pared sin experimentar sensación ninguna.
Cuando haya
comprobado que puede moverse por el espacio con total libertad, mire hacia su
cuerpo físico. ¿Ve cómo centellea su Cuerda de Plata? Si ha visitado alguna vez
el taller de un viejo herrero, recordará cómo echaba chispas al ser golpeado
por el martillo; en este caso, las chispas, en lugar de rojo cereza, serán
azules o amarillas. Aléjese de su cuerpo físico y observará que la Cuerda de
Plata se alarga sin esfuerzo, sin disminuir en absoluto de diámetro. Mire otra
vez su cuerpo físico, y después diríjase al lugar adonde había pensado ir.
Piense en la persona o en el lugar; no haga esfuerzo alguno, piense sólo en la
persona o en el lugar.
Entonces comenzará a
ascender atravesando el techo, y verá debajo de usted su casa y su calle.
Después, si éste es su primer viaje consciente, avanzará lentamente hacia su
lugar de destino. Se desplazará con la suficiente lentitud como para ir reconociendo
el terreno. Una vez se haya acostumbrado a los viajes astrales conscientes,
avanzará con la velocidad del pensamiento; cuando esto le ocurra, no habrá ya
límite alguno en cuanto a lugares que puede visitar.
Cuando haya adquirido
práctica en el viaje astral, podrá ir a cualquier lugar que desee, y no
solamente a lugares de la Tierra. El cuerpo astral no respira aire, de modo que
puede viajar por el espacio, por otros mundos, y muchas personas lo hacen.
Desgraciadamente, debido a las condiciones actuales, no recuerdan adónde han
ido. Si practica lo bastante, usted puede ser diferente.
Si encuentra difícil
concentrarse en la persona a quien desea visitar, puede ayudarse con una
fotografía de esa persona; no una fotografía enmarcada, pues de tener una fotografía
así en la cama podría romper el cristal y hacerse daño, sino una fotografía
corriente sin marco. Antes de apagar la luz, contemple largamente la
fotografía, después apague la luz y esfuércese en retener una impresión visual
de la persona. De este modo, la concentración puede resultarle más fácil.
Algunas personas no pueden emprender un viaje astral si se sienten cómodas, si
han comido bien o si no tienen frío. Algunas personas sólo pueden realizar un
viaje astral consciente cuando se sienten incómodas, cuando tienen frío o
hambre. Por extraño que resulte, hay personas que comen deliberadamente algo
que les sienta mal a fin de provocarse una indigestión, y de esta forma pueden
emprender un viaje astral sin ninguna dificultad especial. Suponemos que la razón
de estos hechos es que el cuerpo astral se siente incómodo en el cuerpo físico
y le resulta más fácil separarse de él.
En el Tíbet y en la
India hay eremitas que viven encerrados entre paredes, que no ven nunca la luz
del día. Reciben alimento una vez cada tres días para mantenerse en vida, para
que no se extinga la débil llama de su vida. Estos hombres están en condiciones
de viajar constantemente por el mundo astral, y pueden ir a cualquier lugar
donde haya algo que aprender. En sus viajes, sostienen conversaciones con
personas dotadas de telepatía, y modifican, para mejorarlo, el curso de algún
acontecimiento. Es posible que, en alguno de sus viajes astrales, se encuentre
usted con uno de estos hombres; eso será, ciertamente, una gran suerte para usted,
pues ellos harán una pausa para aconsejarle y le dirán cómo puede realizar
mayores progresos.
Lea una y otra vez
esta lección. Nuevamente repetimos que sólo necesita usted práctica y fe para
poder también viajar por el mundo astral y liberarse temporalmente de la
inquietud de este mundo.
EL ENTRENAMIENTO
METAFÍSICO
Resulta mucho más
fácil emprender viajes astrales, practicar la clarividencia y semejantes
empresas metafísicas si el individuo se ha preparado previamente sobre una base
adecuada. El entrenamiento metafísico necesita práctica, reiterada y constante.
No es posible, con sólo leer unas pocas instrucciones, ponerse inmediatamente y
sin ninguna ejercitación, a viajar por el astral en largas excursiones. Hay que
ejercitarse sin cesar un momento.
Nadie puede esperar
que brote un jardín sin que se hayan plantado semillas en un suelo preparado.
No sería usual ver una hermosa rosa crecida sobre una piedra granítica. Por eso
mismo, está claro, no se puede esperar obtener la clarividencia, ni cualquier
arte oculta, que florezca en nosotros cuando la mente está cerrada a cal y
canto, con nuestro cerebro en continuo alboroto de pensamientos mal ligados
entre sí. Más adelante trataremos con más extensión de la quietud, ya que en
nuestros días una batahola de pensamientos insignificantes y el continuo
estrépito de la radio y la televisión, en realidad ahogan nuestros talentos
metafísicos.
Los sabios antiguos
nos predicaban: «Estad callados y conoced que Yo estoy dentro de vosotros».
Estos sabios dedicaban casi la vida entera a la investigación metafísica, antes
que escribir una sola palabra sobre el papel. Además, se retiraban a parajes
solitarios, donde no resonasen los ruidos de la llamada civilización; sitios
libres de toda distracción, donde no se podían llenar ni baldes ni botellas.
Nosotros tenemos la ventaja de que nos podemos beneficiar de las experiencias
que aquellos antiguos realizaron en vida, y de las ventajas de que disfrutaron,
sin tener que gastar la mayor parte de nuestra vida estudiando. Si sois
espíritus serios — y si no lo fueseis no leeríais este libro — necesitáis
prepararos para estar dispuestos al rápido desarrollo de vuestras facultades y
al conocimiento del mejor camino para realizar, ante todo, la distensión.
Pocas personas
conocen el sentido de la palabra «relajamiento», o distensión. Muchos piensan
que arrellanándose en una butaca ya basta; pero no es así. Relajarse significa
que todo nuestro cuerpo sea flexible. Hay que estar seguro de que todos los
músculos se encuentran libres de toda tensión. Lo mejor es estudiar cómo hacen
los gatos cuando están en perfecto reposo. El gato llega, da unas pocas vueltas
y se deja caer como un bulto inerte, más o menos informe. El gato no se molesta
por si algunos pocos centímetros de su pierna quedan al descubierto, ni si su
aspecto es poco elegante; simplemente, se echa a reposar y todo su pensamiento
se cifra en la relajación. Un gato puede dejarse caer al suelo y quedarse al
instante dormido.
Es muy probable que
todos sepan que el gato puede ver cosas, invisibles para los ojos humanos. Esto
sucede porque las percepciones de los gatos están a una mayor altura que las de
los hombres, en el «teclado», y pueden ver continuamente el astral; de modo
que, para un gato, un viaje por el astral significa lo que para un hombre
cruzar la habitación en que se halla. Procuremos, pues, emular al gato, ya que
éste pisa terreno firme, y nosotros tenemos que Construir el edificio de
nuestros conocimientos metafísicos sobre bases firmes y duraderas.
¿Sabéis cómo una
persona consigue el relajamiento? ¿Os es posible, sin más explicaciones, lograr
la flexibilidad, preparados a recibir impresiones? Es así como debemos hacerlo.
Acostaros en una posición cómoda. Si necesitáis que los brazos estén extendidos
— o vuestras piernas —, hacedlo. Todo el arte del relajamiento se cifra en
estar completa y absolutamente cómodo. Es mejor relajarse a solas, en vuestro
dormitorio, puesto que la mayoría de personas, principalmente si son mujeres,
no gustan de que nadie las vea en actitudes que equivocadamente piensan que son
poco graciosas. Para relajarse, lo mejor es no pensar en posturas graciosas y
toda clase de convencionalismos.
Nos tenemos que
imaginar nuestro cuerpo como una isla poblada por personas muy pequeñas,
siempre dóciles a nuestros mandatos. También se puede pensar, si así gusta, que
nuestro cuerpo es un vasto estado industrial con sus técnicos, altamente
instruidos y obedientes, situados en los distintos controles y 4centros
nerviosos» que componen nuestro cuerpo. Cuando necesitamos relajarnos, diremos
a todas esas personas que hay que cerrar las fábricas, que nuestros deseos
actuales son de que nos dejen tranquilos; de forma que detengan sus máquinas y
<centros nerviosos» y que se marchen por un tiempo en adelante.
Cómodamente
acostados, esforcémonos en imaginar unas huestes de esos diminutos habitantes
en los dedos de nuestros pies, en todo el pie, en las rodillas, por todas
partes, en suma. Miremos a todos ellos, como si fuésemos unos gigantes altos, altos
en el cielo, y entonces dirijámonos a ellos mentalmente. Ordenémosles que se
marchen de nuestros pies, de nuestras piernas, manos, brazos, etc...
Mandémosles que se congreguen todos juntos en el espacio que va de nuestro
ombligo a nuestro esternón. El esternón, recordamos a los lectores, es el
extremo del hueso de nuestro pecho. Si pasamos nuestros dedos por el medio de
nuestro cuerpo, entre las costillas, encontraremos una especie de barra de un
material duro, y que LS el esternón. Recorreremos un poco más adelante, y el
hueso se acaba. Entre este sitio y el ombligo se halla el espacio designado.
Demos la orden, a toda esta gente diminuta, de concentrarse allí. Imaginémonos
que los vemos marchándose de nuestros miembros, a través del cuerpo, en filas apretadas
como unos trabajadores abandonando una fábrica, muy atareada, al acabar la
jornada de trabajo.
Al llegar al sitio
designado, todos ellos habrán desertado de vuestras piernas y brazos, y de este
modo estos miembros se encontrarán libres de tensión y de sensación alguna, ya
que son estos personajes quienes alimentan las diversas piezas y centros
nerviosos de vuestras maquinarias y las hacen trabajar. Vuestros brazos y
piernas no están precisamente embotados; pero sí libres de sensaciones y de tensión,
sin el menor cansancio. Podéis decir que, por decirlo de esta manera, «no están
aquí».
Ahora ya tenemos a
todas esas personas congregadas en el espacio previsto, como un grupo de
trabajadores esperando una reunión política. Contemplémoslos, en imaginación,
por unos pocos momentos y que nuestra mirada los abarque a todos ellos;
entonces, confidencialmente, digámosles que abandonen nuestro cuerpo hasta que
no les demos instrucciones para la vuelta. Ordenémosles que sigan a lo largo de
la Cuerda de Plata, alejándose de nosotros. Nos dejarán tranquilos mientras
meditamos, distendidos.
Pintémonos a nosotros
mismos esa Cuerda de Plata, prolongándose a lo lejos de nuestro cuerpo físico,
dentro de los grandes países del más allá. Figurémonos que dicha cuerda es un
túnel como el de un «metro», e imaginemos que nos hallamos en una de las horas
puntas de una ciudad como Londres, Nueva York o Moscú; imaginemos que todos
ellos abandonan a la vez la ciudad y se dirigen a los suburbios; pensemos en
los trabajadores tomando un tren tras otro y dejando la ciudad tranquila,
relativamente. Haz que esos diminutos personajes hagan lo que a ti te es fácil
con la práctica. Después, te encontrarás sin tensión, en tus nervios no habrá
barullo, y tus músculos estarán relajados. Permanezcamos quietos para que
nuestro pensamiento se paralice. No importa que pensemos algo, si no tiene
importancia alguna, como si no pensásemos. Abandonémonos mientras respiramos
lenta y firmemente y entonces expulsemos esos pensamientos de la misma forma
como hemos expulsado a aquellos «trabajadores de la fábrica».
Los humanos están tan
atareados con sus pequeños pensamientos insignificantes que no les queda tiempo
para dedicarlo a las grandes cosas de la Vida Mayor. Se preguntan cuándo se
efectuará una determinada venta, o tal o cual acontecimiento de la televisión
que no les queda tiempo para tratar de lo que realmente importa. Todas esas
cosas mundanas y cotidianas son completamente triviales. ¿Qué puede importar
dentro de cincuenta años que Fulano y Zutano vendan piezas de ropa a precio
inferior al actual? Pero, sí importa dentro de cincuenta años los progresos que
consigamos realizar ahora. Porque hay que tener bien fija en la cabeza esta
verdad: ni un solo hombre, ni una sola mujer, ha conseguido nunca llevarse un
solo céntimo más allá de esta vida. En cambio, todo hombre y toda mujer se
llevan consigo los conocimientos que han adquirido en esta vida a la vida
posterior. asta es la razón de que nosotros estemos en este mundo; y el que
nosotros nos esforcemos para ganar conocimientos que valgan la pena con vistas
al más allá, o tan sólo cultivemos inútiles confusionismos y pensamientos
dispares, es un problema que debe ser examinado con toda atención. Por eso, el
presente curso es útil a todos nosotros; afecta, por entero, a nuestro
porvenir.
El pensamiento — la
razón — es lo que mantiene a los seres humanos en una posición inferior. Los
hombres hablan de su razón y dicen que ella los distingue de los animales; ¡los
distingue, en efecto! ¿Qué clase de criaturas, sino las humanas, lanzan bombas
atómicas a las demás? ¿Qué otras criaturas destripan a los prisioneros de
guerra o les privan de las cosas más elementales que les pertenecen? ¿Puede
imaginarse una criatura si no es al hombre que mutila a varones y hembras de
una manera tan espectacular? Los seres humanos, a despecho de su decantada
superioridad son, en muchos aspectos, más bajos que los más bajos animales del
campo. ¡Es por esto que los seres humanos tienen escalas de valores
equivocados; anhelan el dinero, los objetos materiales de esta vida mundanal,
cuando lo que importa, después de esta vida, son las cosas inmateriales que
intentamos inculcar a los que nos leen!
Expulsad vuestros
pensamientos, ahora que estáis distendidos; abrid vuestra mente, que sea
receptiva. Si queréis seguir vuestras prácticas, es preciso expulsar los
inútiles, interminables pensamientos que se amontonan dentro de vosotros. Si lo
conseguís, veréis realidades ciertas; veréis cosas en diferentes planos de la
existencia; pero esas cosas son tan completamente ajenas a la vida terrenal
—agradablemente ajenas — que no tenemos palabras concretas con las que
describir lo abstracto.
Sólo se necesita
práctica para que, incluso, os sea posible ver las cosas del futuro.
Ciertos grandes
hombres, con cerrar los ojos por unos momentos pueden volverlos a abrir
completamente rehechos de sus fatigas, y con la inspiración brillando en su
vista. Estas personas son aquellas que pueden expulsar todos sus pensamientos
cuando quieren, y entrar en comunicación con el conocimiento de las esferas.
También lo podremos llegar a hacer nosotros, con la práctica.
Es, ciertamente, una
cosa muy funesta, para todos aquellos que anhelan un desarrollo espiritual, el
vicio de extraviarse por los ordinarios, inútiles y vanos vericuetos de la vida
social. Los cócteles son el peor pasatiempo que podemos imaginarnos para
quienes ansían desarrollarse espiritualmente. Bebida, espíritus y alcohol
desarreglan nuestros juicios psíquicos; incluso pueden arrastrarnos a las capas
inferiores del astral, donde podemos ser atormentados por entes que se deleitan
aprisionando a los hombres en zonas donde no pueden ni pensar claramente. A
tales entes inferiores les resulta divertido el juego.
Las reuniones, y los
usuales actos sociales, a base de charlas donde personas que no piensan nada se
divierten hablando sin cesar, procurando disimular la vacuidad de sus
respectivas mentes, son un espectáculo penoso para todos cuantos se esfuerzan
en realizar progresos. Sólo podremos avanzar si nos desembarazamos de esta
turba de gente frívola, cuyos pensamientos principales son cuántos cócteles
pueden beber en una reunión, si no prefieren hablar neciamente sobre las cosas
que le ocurren al prójimo.
Nosotros creemos en
la comunión de las almas; creemos que dos personas pueden estar juntas en
silencio; pero comunicándose telepáticamente por «simpatía». El pensamiento de
uno provoca la respuesta del otro. Se ha observado que a veces una pareja muy
anciana que han estado ligados el uno con el otro, como lo son marido y mujer,
pueden anticiparse mutuamente los pensamientos de ambos. Estas personas
ancianas, ligadas por un amor firme, no entablan jamás charlas sin sentido, o
vanas palabrerías; permanecen sentadas la una al lado de la otra, mandándose
recíproca y silenciosamente mensajes que fluyen de cada uno de sus respectivos
cerebros. Ambos han aprendido demasiado tarde los beneficios que puede
reportamos una comunión silenciosa de dos almas. Demasiado tarde, porque los
ancianos, literalmente, se encuentran al fin del viaje de la vida. Vosotros
tenéis que empezar en la juventud.
Es posible para un
pequeño grupo, por medio del pensamiento constructivo, alterar la marcha de los
acontecimientos mundiales. Por desgracia, no es nada fácil reunir un pequeño
grupo de personas que sean tan poco egoístas y tan poco egocéntricas para que alejen
de sí todo pensamiento egoísta y se concentren sólo en el bien del mundo.
Afirmamos ahora que si el estudiante y sus amigos quieren formar un círculo,
sentados cada uno confortablemente, de cara los unos a los otros, podrán hacer
un gran bien, no sólo a si mismos, sino a todos los demás hombres.
Para estas sesiones,
cada persona — hombre o mujer —, debe tener los dedos tocándose el uno al otro.
Cada uno debe tener sus manos enlazadas. No deben tocarse las personas, los
Unos con los otros; antes bien, cada uno debe ser una unidad física separada.
Recordemos los viejos judíos, los auténticos viejos judíos; ellos sabían que
cuando trataban un negocio, debían permanecer de pie, con los pies juntos y las
manos enlazadas, porque así se conservan las fuerzas vitales del cuerpo. Un
viejo judío, intentando concluir un negocio grandemente beneficioso para él,
sabe que se llevará la mejor parte si conserva esta actitud particular, y su
contrincante, no. Él no adopta esta actitud por baja adulación, como más de una
persona se imagina, sino porque conoce que así conserva y utiliza las energías
de su cuerpo. Cuando ha logrado su objetivo, entonces puede separar las manos y
los pies, ya que no le hacen falta las fuerzas para el «ataque», siendo ya él
el vencedor. Una vez alcanzado el fin que se proponía, puede permanecer
distendido.
Si cada uno de
vuestro grupo mantiene los pies y manos juntos, cada uno conserva toda su
energía corporal. Es lo mismo que hacemos cuando tenemos un imán y situamos una
barra de hierro sobre ambos polos del mismo, que haga de «conservador» de la
fuerza magnética, sin la cual el imán no sería más que un trozo de metal
inútil. Vuestro grupo deberá sentarse en círculo, más o menos mirando el
espacio al centro de dicho círculo, preferiblemente en el piso, porque así las
cabezas estarán ligeramente apuntadas hacia abajo, lo que es más reposado y
natural. Nadie tiene que hablar, sino permanecer sentado. Asegurémonos de que
nadie hablará. Habréis ya decidido sobre el tema de los pensamientos, de manera
que sobran las palabras. Gradualmente, cada uno de los reunidos experimentara
una gran paz interior, como si fuese bañado por una luz interior. Os visitará
una iluminación firmemente espiritual; sentiréis que formáis «Uno con el
Universo».
Los servicios
religiosos se proponen este fin. Recordemos que los antiguos sacerdotes de
todas las iglesias fueron grandes psicólogos. Sabían cómo formular las cosas,
en orden a obtener los resultados que se deseaban. Es también un fenómeno
conocido que no se puede tener a un grupo de gente quieto sin una constante
dirección; por eso hay música y pensamiento dirigido en la estructura de las
oraciones. Si un sacerdote cualquiera permanece de pie en un sitio al que se
dirigen todas las miradas y pronuncia determinadas palabras, entonces gana la
atención de todos los allí reunidos, que se sienten dirigidos hacia un
determinado fin. Es ésta una forma inferior de practicar esas cosas; pero es
indispensable cuando se trata de conseguir un efecto de masa sobre unos grupos de
personas que no dedican el tiempo o la energía necesaria para llegar a un más
alto nivel en la línea espiritual de la vida. Vosotros podréis, si ponéis toda
vuestra voluntad, llegar a mayores resultados sentados en un pequeño grupo, y
observando silencio.
Permaneced sentados
sin hablar, mirando de relajaros, cada uno de vosotros reflexionando sobre
pensamientos puros alrededor del tema designado. Nada de pensar en las cuentas
del tendero, que aún no se han pagado, ni cuáles serán las modas que van a venir
para la temporada próxima. Pensad, en su lugar, en acrecer el número de
vuestras vibraciones para que así os sea posible daros cuenta de la bondad y
grandeza que se adivinan en la vida venidera.
Hablamos demasiado,
todos nosotros, y permitimos que nuestros cerebros se agiten como unas máquinas
sin pensamiento. Si nos distendemos, si estamos más horas solos y hablamos
menos cuando estamos en compañía de otros, entonces fluirán dentro de nuestras
almas pensamientos de una pureza que no podíamos sospechar y que elevarán
nuestros espíritus. Algunas personas que tiempos atrás vivieron en las
soledades del campo, haciendo vida solitaria, tuvieron una mayor pureza de
pensamiento que jamás tuvieron las personas de todas las ciudades del mundo.
Pastores sin ninguna formación han llegado a un grado mayor de pureza
espiritual que el que alcanzaron muchos sacerdotes del más alto grado. Esto era
debido a que tenían tiempo para estar solos, tiempo para meditar, y cuando se
cansaban de meditar, sus mentes les quedaban «en blanco» y así los más grandes
pensamientos del «más allá», podían penetrar en sus cerebros.
¿Por qué no nos
ejercitamos diariamente? Podemos estar sentados o recostados, mientras nos
sintamos cómodos. Dejemos que nuestra mente esté en reposo. Recordemos, «Estáte
callado y conoce que Yo soy Dios», y otra sentencia, «Estáte en silencio y sabe
que Yo estoy dentro». Ejercitémonos de esta manera: permanezcamos libres de
pensamientos, de preocupaciones o dudas, y notaremos que, en el intervalo de un
mes, estaremos más equilibrados y llenos de ánimo, seremos absolutamente otra
persona.
No podemos terminar
esta lección sin referirnos una vez mas a las reuniones y a la yana palabrería.
En algunas escuelas de urbanidad mundana se enseña que debemos cultivar la
conversación superficial, si queremos ser unos buenos anfitriones. La idea en
cuestión parece consistir, aproximadamente, en que los invitados no deben ser
dejados ni un momento en silencio, en el caso de que los pensamientos de los
mismos sean sombríos y su aspecto exterior agitado. Nosotros, al contrario,
sabemos que proporcionando silencio les procuramos uno de los más preciosos
bienes de la Tierra, porque en el mundo moderno el silencio no se encuentra en
parte alguna; el tráfico es constante y estruendoso; el continuo zumbido de los
aviones sobre nuestras cabezas y, por encima de todo, el trompetear insensato
de la radio y la televisión, forman un clima de estrépito insoportable. Esto
puede provocar una nueva caída del Hombre. Nosotros, proporcionándonos un oasis
de quietud, podemos hacer mucho para nosotros mismos y por la humanidad, amiga
nuestra.
¿Queréis intentarlo
por un solo día, y veréis la tranquilidad que se alcanza? Os daréis cuenta de
lo poco que hay que hablar. Decid solamente lo indispensable y evitad lo sin
interés, lo que es puro comadreo y charla. Si lo hacéis de una manera
consciente y deliberada, quedaréis sorprendidos, al cabo del día, de lo que
normalmente habláis sin que tenga el menor interés ni significado.
Hemos visto una gran
cantidad de cosas acerca de la charla y del ruido, y si queréis practicar el
silencio, os habréis dado cuenta de que, en este punto, tenemos toda la razón.
Varias de las órdenes religiosas son órdenes de silencio; religiosos y monjas
obedecen al mandamiento del silencio. Los superiores lo han ordenado, no como
un castigo, sino porque saben que solamente dentro del silencio podemos
percibir las voces del Grande Más Allá.
Por otro lado, en la sección SUEÑOS tenéis más información al respecto de la proyección astral.
fuente:Lobsang Rampa
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