Muchas de las
enfermedades, hoy en día, vienen provocadas por las condiciones y
circunstancias que los seres humanos mismos crean: no sólo nuestras acciones,
sino también nuestros sentimientos y pensamientos.
La
naturaleza de todas las enfermedades que han aparecido sobre la tierra está
directamente relacionada con la evolución del ser humano. Las enfermedades
eran, son y seguirán siendo la expresión sensoria del estado anímico y
espiritual de cada persona. Pero desde el comienzo de la época del alma
consciente, están convirtiéndose cada vez más en una expresión del estado
anímico-espiritual de toda la raza humana. Después de que el Misterio del
Gólgota se hubiera cumplido y el alma consciente despertó, la humanidad ha
necesitado cada vez más desarrollar un concepto de enfermedad y salud que es
diferente del pre-Cristiano, y que tiene una cualidad fraternal y holística.
Basado en el impulso unificador del sacrificio de amor de Cristo, la humanidad
necesita verse como un organismo social que puede caer enfermo igual que el
individuo que está dentro de ella.
Tenemos
que contemplar como un trágico destino pero al mismo tiempo como una evidencia
e ilustración del contexto descrito aquí el que la Gripe Españolareferida
anteriormente se abalanzó sobre la humanidad como un azote durante la Primera
Guerra Mundial, en un tiempo por tanto en que gigantescas pérdidas de vidas
humanas estaban ya siendo inflingidas. En este tiempo, los avances científicos
no han traído sólo nuevos desarrollos en la tecnología y por ende en el dominio
de la guerra. Ametralladoras y gas nervioso son sólo dos de las innumerables
invenciones de la edad moderna –desde la caída de los espíritus de la oscuridad
en 1879- que los seres humanos utilizan de una manera bestial para robar a sus
hermanos la salud y la vida. Todo esto seguido desde la deshonesta política de
la época, de las ideas ilusorias sobre naciones y razas, ley e historia. La
bestia que la humanidad creó en esta época en su pensamiento y emociones
finalmente tomó una forma correspondiente a tales pensamientos y emociones como
incontables millones de virus.
A
través de su investigación esotérica, Rudolf Steiner estableció una relación
entre el poder oscuro que hoy ya mira hacia la ‘época negra’ de Orifiel y el
bacilo que devora y echa a perder los cuerpos físicos humanos’. Él afirma que
las precondiciones para el brote de ‘nefastas enfermedades y plagas’ son
creadas mediante ‘la lucha fratricida y la guerra de destrucción mutua’, en
otras palabras la enfermedad del organismo social. Estableciendo esta conexión
entre la actuación de los poderes oscuros entre las naciones y también los
individuos, y el brote de enfermedades infecciosas que ‘atacan a los pobres
cuerpos humanos’ y les dejan ‘consumirse’, aporta un conocimiento estremecedor
del actual estado del mundo. Tales plagas, contra las que apenas alguna
medicina ha demostrado ser efectiva, están ya afligiéndonos, mucho antes del
advenimiento de la era de Orifiel alrededor del 2400 d.C.
En
la misma lección esotérica dada el 5 de diciembre de 1907 –es decir, mucho
antes de que la Primera Guerra Mundial hubiera comenzado- Rudolf Steiner
estableció una relación entre la formación de los ‘bacilos’ y el dios Mammon.
Mammon es el anti-espíritu prevaleciente de nuestra época que se opone al
espíritu del Tiempo Micael. Mientras que Micael, el espíritu bueno del Tiempo,
Ayudante Servidor de Cristo, ha sido enormemente abandonado por la humanidad
mientras él trata de conducirnos hacia una forma social saludable siguiendo las
líneas del organismo social triformado, los seres humanos a su vez rinden
homenaje a Mammon. Si los seres humanos escucharan a Micael ellos ‘aceptarían
activamente… la sabia dirección de Micael, y también permitirían que la
actuación de los espíritus de la personalidad se desarrollara en ellos,
conduciendo a una visión panorámica de la historia y a la habilidad de percibir
correctamente y relacionar hechos kármicos de la vida y de las circunstancias
reales.
En
relación con las enfermedades la afirmación de Rudolf Steiner sobre la conexión
entre el surgimiento de los bacilos y la aparición del dios Mammon está
demostrando ser exacta. Nadie hoy, al menos, dudará del vínculo entre Mammon y
la posición comercial de las compañías químicas y farmacéuticas en la sociedad
occidental, que se beneficia financieramente de los crecientes brotes de
epidemias. La forma de pensamiento de la humanidad se ha vuelto tan corrupta
que ya no puede siquiera darse cuenta de cuán absurdo es que la producción de
medicinas esté sujeta a intereses financieros, por ejemplo que el tratamiento
de millones de personas con SIDA sea, con toda seriedad, dependiente de las
actividades orientadas a los beneficios de especuladores del mercado de valores.
La
llegada de nuevas enfermedades que aún no han sido completamente explicadas y
para las que aún no se ha encontrado remedio, se halla también relacionada con
la aparición de ese tercer poder oscuro que está en oposición completa al
Cristianismo y por ello en oposición al impulso Cristiano de curación. Con el
fin del siglo XX –por tercera vez desde el Misterio del Gólgota- está reuniendo
sus fuerzas contra el Despertar espiritual de la humanidad.
La
humanidad, que está desarrollando en el curso de su evolución hoy en día una
clarividencia cada vez más común y general, es entorpecida por este impulso
anti-Cristiano de dar a esta clarividencia un uso saludable, y progresar de ese
modo hacia el conocimiento espiritual. Es ciertamente lamentable que una
considerable parte del conocimiento médico y farmacéutico esté cayendo bajo el
control de estas tendencias.
Si
examinamos cuidadosamente el llamado Desorden de Déficit de Atención,
encontraremos que tratar incluso a niños con tratamientos a largo plazo de
tranquilizantes sirve para tapar y amortiguar sutiles signos de la percepción
de los mundos espirituales, que la mayoría de los padres consideran extraño o
‘anormal’, en vez de canalizar y cultivar estos signos de una forma que mejore
el bienestar del niño. Las aproximaciones pedagógicas modernas son un problema
fundamental. Si un niño expresa algo que experimenta dentro de sí como
verdadero, pero entonces no encuentra respuesta de sus padres o profesores, o
incluso se encuentra con la desaprobación, estallará un gran conflicto entre
las generaciones. Tal conflicto, sin embargo, es aún la expresión de un proceso
saludable; pero si se imprime en un niño en la etapa más temprana que lo que
experimenta y dice es erróneo y mórbido, la situación cada vez estará más fuera
de control. En relación con la educación, por tanto, apenas es realmente un
asunto de preguntarnos cómo deberíamos disciplinar a nuestros hijos o cómo
deberíamos tratar a un número cada vez mayor de niños ‘enfermos’, sino de
preguntar en vez de ello lo que el educador puede aportar al niño, y si está
atento a los cambios que suceden en el ser humano individual y la humanidad
global. Aquellos que ignoran el contexto global no pueden entender el daño que
se le hará a la humanidad en el futuro al administrar sedantes químicos e
implantar así algo en muchas almas de una generación completa. Esto se halla en
total contradicción con lo que había comenzado a germinar en estas almas, que
debería haberse cuidado y cultivado como una valiosa posesión espiritual.
Administrar tales sedantes pretende en último término suprimir nuestra
consciencia del plan de Ahriman y Soradt, que es poner el mundo patas arriba
aunque al mismo tiempo darnos la ilusoria sensación de que las cosas van como
debieran, y así utilizarnos para su servicio.
Hasta
1917, Rudolf Steiner señaló una tendencia correspondiente en la evolución
humana:
Y
llegará el tiempo… en que la gente dirá que para los seres humanos pensar sobre
el espíritu y el alma es en sí mismo enfermizo, y las únicas personas que están
sanas son aquellas que hablan del cuerpo y nada más. La gente lo contemplará
como un síntoma de enfermedad si alguien se desarrolla de tal forma que surge
la idea de que hay una cosa tal como el espíritu o el alma. Tales personas
serán consideradas enfermas. Y –podéis estar bastante seguros de esto- se
encontrará una medicina correspondiente para contrarrestar esto.
En
aquel tiempo (El Concilio de Constantinopla), el espíritu fue abolido. Asimismo
el alma será abolida por la medicina. Basada en un ‘aspecto saludable’ la gente
encontrará una vacuna que manipulará el organismo, donde sea posible en la
temprana infancia, incluso en el nacimiento, de tal forma que este cuerpo
humano no pueda llegar a la idea de que existe un alma y un espíritu. Así de
marcadamente opuestas se volverán las dos visiones del mundo.
El
comercio global de pastillas para dormir y otros sedantes está floreciendo
ahora como nunca antes. La humanidad no puede dormir pacíficamente porque, en
su Yo superior, no puede –a pesar de todo- reconciliar las realidades
espirituales activas con su a menudo visión del mundo diametralmente opuesta y
su correspondiente modo de vida. Estamos siendo inundados desde el exterior por
sustancias que alejan de nuestro alcance la capacidad de hacernos conscientes
de procesos espirituales. El hecho de que el dios Mammon tiene en su firme puño
a las compañías farmacéuticas responsables de la producción de estas sustancias
es uno de los amargos hechos de la vida que a duras penas nadie cuestiona
ahora.
La
naturaleza de las ‘enfermedades no-kármicas’
La
falta evidente de conocimiento sobre las raíces espirituales y las causas de
nuestras enfermedades significan que una significativa sección de la medicina
convencional está hoy –ciertamente de manera involuntaria- yendo de cabeza
hacia la transformación del impulso Cristiano de curación en su opuesto. Se han
emprendido varios estudios en los años recientes sobre los nefastos y casi
incontables efectos secundarios que surgen, ya sea directamente o a medio
plazo, del consumo de drogas químicas. A pesar de esto, el uso de antibióticos
para tratar las enfermedades infecciosas, o la quimioterapia para tratar el
cáncer, se contemplan aún como maneras casi sagradas e indiscutidas de
enfrentarse a la enfermedad. No han surgido realmente alternativas serias, ya
que para que esto suceda, nuestro concepto completo del ser humano tendría que
cambiar fundamentalmente.
Ahora
es concebible, por tanto, que la enfermedad, que una vez fué un Don de los
dioses con el propósito de proporcionar compensación kármica, o como ayuda para
nuestro progreso espiritual, no puede llegar ya a la plena fructificación, y
por tanto puede ser trasladada a una vida posterior, quizás en una forma
agravada.
En
este contexto deberíamos también examinar más de cerca lo que son ahora las
controvertidas políticas de vacunación. Sólo hay espacio para tocar
simplemente lo que sucede, desde una
perspectiva espiritual, cuando un niño es vacunado. Un germen de la enfermedad
que ha de ser combatido se inyecta en el cuerpo humano, con el propósito de
enseñar al organismo del niño a auto-inmunizarse. Y aún así un niño indefenso
debe entonces seguir llevando esta enfermedad dentro de sí. Algo que proviene del exterior, y que de otro
modo podría no haber entrado nunca, se implanta en un individuo. La idea básica
de la vacunación por supuesto no es intrínsecamente errónea, correspondiendo al
principio homeopático de tratar algo con su similar. Aunque la manera en que es
practicado hoy –es decir, no después de que la enfermedad haya surgido, como en
la homeopatía, sino antes de que incluso haya brotado, de tal modo que no
podemos realmente hablar de ‘terapia’- no tiene en cuenta el trasfondo
espiritual de la enfermedad en cada individuo. Así un niño hoy puede verse
enfrentado a un destino que no le pertenece en absoluto, ya sea teniendo una
enfermedad implantada en él con la que el karma jamás le habría puesto en
contacto, o a traves del hecho de que la inmunización le evita a su destino la
experiencia de la enfermedad que el karma le habría otorgado, ya que esta
enfermedad no se puede desarrollar plenamente. Por tanto debe ser aplazado para
una vida futura, en la que podrían realmente suceder cosas bastante diferentes
debido a las nuevas condiciones producidas por la vida actual.
Como
una gran parte de la medicina occidental pasa por alto las causas
anímico-espirituales de las enfermedades kármicas, enfocándose únicamente en
sus síntomas materiales, también se utilizan medios materiales para combatirlas
que uno de hecho no puede llamar realmente ‘medicinas’. La aparición de una
enfermedad se percibe en el cuerpo, entonces se diagnostica y se trata
físicamente utilizando medios materiales. Al hacer esto, sin embargo, uno
multiplica por dos la ‘incorrección’: lo que pretendo decir con esto es que uno
no sólo pasa por alto las causas espirituales y por tanto trata sólo los
síntomas materiales, sino también que estos efectos externos no se tratan con
medicinas derivadas del conocimiento espiritual, sino de perspectivas puramente
materiales.
El
doctor por tanto introduce algo en el paciente desde el exterior y le trata
sólo de un aspecto, que no tiene nada que ver con la causa espiritual y
kármica.
Si
prescribe un antibiótico, el nombre mismo puede decirnos qué ocurrirá en el
organismo del paciente: ‘anti-bios’ significa ‘contra la vida’. Tal medicina no
sólo mata el patógeno contra el que está dirigida, sino que antes de matar a
este usualmente recalcitrante y a menudo también resistente invasor, también
mata toda la demás ‘vida’ del organismo humano, en particular lo que se llama
hoy en día el sistema ‘inmunitario’.
He sugerido que la empobrecida vida
conceptual, que no se corresponde con las realidades espirituales, puede ser
responsable del surgimiento de nuevas enfermedades. La enfermedad del SIDA ya
mencionada es, básicamente, un ejemplo de un contagio del espíritu. Sólo de un
modo relativamente reciente se ha desarrollado la idea en los seres humanos de
que descendemos de los monos. Sólo unas décadas después de la teoría de Darwin,
ha resultado que los seres humanos tuvieron ancestros animales, esto ha
encontrado su camino hacia los libros escolares y así hacia la sociedad en
general. Dentro de un período de tiempo muy corto, por tanto, renunciamos a la
visión de nosotros mismos –de que vinimos del regazo de los dioses- que había
existido previamente en nuestra vida interna, incluso desde que los seres
humanos físicos entraron en el mundo material. Hoy la mayoría de la gente en el
llamado mundo civilizado niega ahora su naturaleza divina, y al hacerlo se
distancian no sólo en un sentido más espiritual de su verdadera humanidad, sino
ciertamente en un sentido físico también. Desde que esta idea Darwinista ha
hecho efecto hemos tenido un reflejo de ello en el mundo físico externo, en el
virus de inmuno-deficiencia humano (VIH). Este se hallaba presente en los
monos, e incluso puede haber vivido en ellos durante milenios. Pero sólo en los
últimos 40 años se ha vuelto mortal para los seres humanos. Desde que el ser
humano comenzó a ver sus propios orígenes en su conexión genética con el gran
mono, ha caído enfermo de un patógeno que vive en esta criatura. Está así
muriendo por su propia idea ‘fija’, por un concepto anti-Cristiano de la
existencia humana.
Aquí
lo impuro en el ser humano no es realmente el VIH mismo sino el concepto que el
ser humano se ha formado de sí mismo.
En
el Evangelio de Mateo encontramos un relato de las enseñanzas de Cristo sobre
lo que realmente contamina al ser humano y lo que no:
Luego
llamó a la gente y les dijo: “Oíd y entended. No es lo que entra en la boca lo
que contamina al hombre; sino lo que sale de ella, eso es lo que contamina al
hombre”.
Entonces
se acercan los discípulos y le dicen: “¿Sabes que los fariseos se han
escandalizado al oír tu palabra? Él les respondió: “Toda planta que no haya
plantado mi Padre celestial será arrancada de raíz. Dejadlos, son ciegos y
guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo.”
Tomando
Pedro la palabra, le dijo: “Explícanos la parábola”. Él le dijo: “¿También
vosotros estáis todavía sin inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que entra
en la boca pasa al vientre y luego se echa al excusado? En cambio lo que sale
de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre.
Porque del corazón salen las malas intenciones, asesinatos, adulterios,
fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que contamina al
hombre; que el comer sin lavarse las manos no contamina al hombre.”
La
enfermedad del SIDA y también otras epidemias que se desatan sobre la humanidad
hoy día deberían verse a una luz diferente de aquellas enfermedades que, como
destino kármico, conectan a cada individuo con su desarrollo anímico-espiritual
y nos es enviada como una Ayuda en este desarrollo por los espíritus del Bien.
Podemos
ciertamente decir que algo nuevo ha entrado en la historia de las enfermedades
de la humanidad en las décadas recientes: el brote de enfermedades no kármicas.
Este concepto no es enteramente exacto, sin embargo, pues estas enfermedades
también son kármicas por naturaleza, aunque no en relación con el individuo. La
frase sin embargo indica un desarrollo particular, diferenciando aquellas
enfermedades que subyacen en el destino kármico de un individuo de aquellas que
podemos contraer aunque no formen parte de nuestro sendero kármico. Estas
nuevas enfermedades, a las que podemos sucumbir, son desencadenadas por el
organismo social enfermo.
Es
característico de las enfermedades ‘no kármicas’ el que no se puede encontrar
ninguna ‘deuda’ kármica que explique el brote de esas enfermedades en el
destino del individuo en cuestión. Lo que los seres humanos traen al mundo en
la forma de pensamiento, sentimiento y voluntad anti-Cristianas, en vez de
prepararse para percibir al Cristo etérico, fluye al mundo con fuerzas
demoníacas. Las manifestaciones físicas y sensorias de estos demonios son los
fenómenos de enfermedad que los seres humanos no pueden explicar por medios
puramente científicos. Esto incluye no sólo las enfermedades infecciosas sino
también lo que debe llamarse la verdadera epidemia cultural de la demencia y el
Alzheimer, que se están propagando con rapidez en el mundo occidental, así como
las llamadas enfermedades autoinmunes como el lupus y la esclerosis múltiple.
Todas estas enfermedades de tipo epidémico se caracterizan por el hecho de que,
como signos de un impulso anti-Cristiano, atacan a gente que no tiene la
correspondiente predisposición kármica para ellas.
Con
el surgimiento de tales epidemias el organismo de la humanidad está mostrando
la misma reacción al tratamiento inadecuado que el organismo de la Tierra
muestra al tratamiento que recibe. Como reacción a los actos generales de la
humanidad, el organismo de la humanidad vomita epidemias, mientras el Organismo
de la Tierra es desgarrado por los terremotos y erupciones volcánicas. Aquellos
que no han causado ellos mismos el daño son normalmente de hecho los que más lo
sufren.
Una
vez más en la historia humana, por tanto, algunas enfermedades actuales no
están causadas por los dioses del Bién sino por la actividad de las fuerzas del
Mal. Pero en la época de Cristo, cuando este estado de cosas estaba aún
justificado, Lucifer y Ahriman eran responsables de la aparición de una
enfermedad, mientras que hoy el tercer poder que se opone al impulso de Cristo
está activo, y utiliza a Lucifer y Ahriman como sus sirvientes para realizar su
plan.
Cuando
Lucifer y Ahriman desplegaron sus efectos en la época de Cristo, esto
involucraba un debilitamiento de los cuerpos humanos astral y etérico como
causa de un particular desorden físico. En las enfermedades modernas
mencionadas, sin embargo, la causa es una debilidad de la más elevada de las
cuatro envolturas o cuerpos del ser humano, el Yo.
Cuando
el don de Cristo, el Yo, está debilitado o enfermo, las fuerzas atacantes sólo
pueden llamarse luciféricas o ahrimánicas en la medida en que sirven a la
tercera fuerza oscura anti-Cristiana. Rudolf Steiner habló de esta fuerza, de
la que dijo que en el futuro afligiría a la humanidad como una plaga, como el
‘Misterio de Soradt’. La peculiaridad de tales enfermedades consiste, como ya
hemos visto, en el hecho de que estos poderes no impactan necesariamente en el
Yo que se ha debilitado. La naturaleza de estos desórdenes puede por tanto
señalarnos la condición egoísta más que la orientada al Yo del contexto social
humano.
La
humanidad puede también caer enferma en su conjunto o Yo de la humanidad, si
pierde su conexión con el ser de Cristo, dentro de la cual podría estar hoy.
La
tarea espiritual de Europa consiste en intermediar entre los impulsos de
Oriente y Occidente. Mientras que Oriente está sujeto a la influencia
luciférica, lo ahrimánico viene a la expresión más en Occidente. Entre el
alejarse humano de la Tierra, hacia el ‘Nirvana’ –un concepto visionario, pero
carente de Yo, del karma- por un lado, y la abolición de alma y espíritu a
través de la adoración a la materia sólo por el otro lado, necesita estar
activa una fuerza del Centro. Esto se halla representado en el grupo
escultórico de Steiner, en el que el Representante de la Humanidad une los
extremos de la dualidad en una trinidad equilibrada y sanadora.
Las
enfermedades con las que la gente tiene que luchar hoy día, cada vez másno son
de naturaleza kármica, están directamente relacionadas con la enfermedad del
organismo social en su conjunto. Para los europeos esto significa que están
conectados con los objetivos morales, espirituales y Cristianos inalcanzados de
su cultura. Europa está cayendo cada vez más bajo el poder de impulsos
principalmente anglo-americanos, en vez de aportar al mundo occidental el
elemento equilibrador del centro Cristiano. En la medida en que esto sucede,
los europeos están contrayendo las ‘enfermedades culturales’ del mundo
occidental.
Este
rasgo anti-Cristiano en el organismo social sólo puede ser devuelto al
equilibrio por gente inocente que tenga en cierto sentido –con Cristo como
ejemplo- que dar su salud y su vida por la de los culpables. Esto continuará
hasta que la humanidad eventualmente aprenda, amargamente, que es un único
organismo, y que a través del nacionalismo chovinista o la disparidad económica
se diferencia en grupos sociales o naciones más o menos aventajadas, y al hacer
esto amputa sus propios miembros, como brazos y piernas. Entonces se dará
cuenta de que nuestro pensamiento y acciones han impactado inevitablemente en
el organismo social total. Sólo cuando madure dentro de la humanidad la
comprensión del nuevo grupo de alma consciente dotado de un Yo, y cuando
aquellos que han estado enfermos en sus corazones, aunque no en sus cuerpos,
asuman plena responsabilidad espiritual por sus acciones para librar al mundo
de esas enfermedades, será posible detener el brote de nuevas epidemias.
El
proceso de hacerse más consciente de la realidad del mundo espiritual y así de
la importancia de los Impulsos curativos que Cristo trajo al mundo físico,
contiene por tanto un potencial inagotable, particularmente en relación con el
tratamiento de enfermedades kármicas ya existentes y de enfermedades no
kármicas, y la prevención de nuevas enfermedades.
El
impulso Cristiano de curación hoy y en el futuro:
Una
enfermedad, comprensiblemente, es usualmente percibida por la persona afectada
y también por su familia, como un terrible infortunio. No es probable que
alguien que cae enfermo esté complacido por ello. Aunque podemos observar que
especialmente los niños –quienes, como han pasado sólo un corto espacio de
tiempo en la tierra física, usualmente tienen una relación más cercana con el
mundo espiritual que los adultos- se las arreglan mejor con una enfermedad
grave que sus parientes que no están afectados directamente. Aquellos que caen
enfermos bastante a menudo desarrollan un sentido de que su enfermedad es
debida al cumplimiento de un propósito superior que ellos mismos no pueden
comprender pero cuyo significado reconocen y valoran cada vez más. Hoy en
nuestra civilización, las grandes fuerzas espirituales benéficas que una
enfermedad puede traer a la luz en el ser humano son a menudo suprimidas o
pasadas por alto, ya que la gente considera el cuerpo material como la posesión
humana más elevada, y su decadencia o declive como el trágico fin de una
existencia humana.
Pero
todo lo que necesitamos traer ante nuestra alma en la enfermedad y ante la faz
de la muerte, para que podamos obtener un beneficio útil de nuestro destino, es
el viaje de Cristo a través del valle terrenal de dolor hasta el reino
celestial de Dios. Él es nuestro Representante de la Humanidad. Él nos señaló
el camino a través del sufrimiento, a través de la tarea omni-abarcante de la
voluntad personal de renacer en una verdadera existencia humana, dadora de
vida.
Las
curaciones efectuadas en el Punto de Inflexión de los tiempos nos han llegado a
través de los Evangelios, y a través de ciertas almas cuya visión espiritual
fue capaz de ser testigos de ellas. Estas curaciones nos pueden ser de ayuda
para comprender el impulso Cristiano de curación en el presente y en el futuro.
Incluso aunque las enfermedades de aquellos tiempos y el curso que seguían eran
distintas a las de hoy, sólo podían curarse a través del Impulso de Cristo,
igual que sucede en la era actual.
En
aquel tiempo el Impulso de Cristo actuó durante tres años, entre el bautismo
del Jordán y la Resurrección, en el ser humano Jesús de Nazaret, y fue dado a
almas enfermas desde el exterior. Hoy actúa en cada uno de nosotros y, con
suficiente devoción y cuidado, puede proporcionar las fuerzas interiores que
hagan posible la curación. Tal curación puede inicialmente referirse sólo a la
curación del alma. La curación del cuerpo vendrá asimismo a través de las
fuerzas de Cristo dentro de la gente durante los siglos y milenios venideros.
Según se degenera gradualmente el cuerpo material del ser humano, esta curación
surgirá, al mismo tiempo, a través del desarrollo en curso de nuestro cuerpo
espiritual –que Rudolf Steiner designó el ‘cuerpo de resurrección’- imitando a
Cristo como nuestro ejemplo.
Si
penetramos en esto con nuestro pensamiento, podemos concluir que una vez que
este cuerpo de resurrección ha sido plena y perfectamente formado, el propósito
y efecto del karma como existe hoy en día para el ser humano habrá cambiado.
Podemos imaginar este sendero de evolución al revés: alguien que haya
desarrollado este cuerpo de resurrección –es decir, su cuerpo físico
espiritualizado- hacia el final de la Encarnación planetaria de la Tierra, ya
no puede sufrir enfermedad en su antiguo cuerpo material, pues él ha sido capaz
de descartarlo como una vieja piel vacía. Si él ya no puede sufrir enfermedad
en este cuerpo material, la enfermedad kármica ya no puede jugar un papel para
él. Si, a su vez, ya no hay más enfermedades kármicas, esto significa que el
ser humano se desarrolla más en su alma de tal manera que ya no da lugar a
ninguna enfermedad más.
Esta
evolución del alma, y así la preservación de la salud, es algo que sólo
adquirimos a través del poder del Yo. La voluntad del Yo se ha vuelto entonces
tan madura y fuerte en nosotros que actuará como un continuo guardián sobre
nuestras envolturas corporales, de la misma forma que el Yo de Jesucristo, que
nos trajo el Yo, actuó como guardián de las envolturas corporales inferiores de
la gente en el amanecer de una nueva Era. Cuando él les dotó con las fuerzas de
Su Yo, los demonios fueron expulsados de sus envolturas corporales, y la
enfermedad partió de sus cuerpos.
De
esta manera, el Yo y la naturaleza corporal, el impulso de Cristo y la curación
del cuerpo, están relacionados el uno con el otro.
En
el futuro, por tanto, nuestro concepto del karma sufrirá una transformación
hasta el grado de que cambiemos nuestra condición anímico-espiritual y así
también nuestra condición física. La base del concepto del karma del distante
futuro –que se aplicará a la siguiente etapa de encarnación planetaria de la
tierra- puede hoy ya ser concebida y comprendida por la observación y el
cultivo de estas tres cualidades que son inherentes a Cristo: amor, compasión y
consciencia.
El
nuevo karma de la Tierra, Júpiter, se formará a partir de la interiorización de
estas tres Piedras angulares del espíritu Cristiano en el pensamiento y el
sentimiento, y de la realización impregnada de voluntad de ellas. En aquellos
tiempos tan distantes, las almas maduras que ya no sufren enfermedades físicas,
como se ha descrito antes, se unirán en plena consciencia con el destino de
otra alma con necesidad de ayuda, es decir, con su karma. Estas almas maduras
se entregarán, en amor, compasión y consciencia, a asumir el karma de la
enfermedad de otras almas, cuyos Yoes se hallan tan debilitados que son
incapaces de ayudarse a sí mismos. Así una alma impregnada de Yo del futuro
ayudará y asumirá el karma de enfermedad de otro ser humano, y cargará con él
en su lugar de tal modo que pueda recuperar su salud. A través de tal acto de
sacrificio –en un sentido Cristiano- el ser humano avanzado se parecerá cada
vez más a Cristo en Júpiter.
Hoy
ya podemos hacer esta evolución en el distante Júpiter comprensible e incluso
prepararnos activamente para ella a través de la consciencia de la importancia
del sentido humano del Yo ajeno, que Rudolf Steiner reconocía como el
decimosegundo sentido en los seres humanos modernos. Este sentido del Yo ajeno
se distingue por el hecho de que no se relaciona –o no sólo se relaciona- con
comprender nuestro propio Yo, sino más bien el del otro. Como tal el sentido
del yo ajeno es el más elevado de todos los sentidos humanos y hoy ya forma una
etapa preparatoria y fundamento para lo que constituirá el ser humano
espiritualizado del futuro, y le desarrolla en un alma que se sacrifica, que
ayuda. Así del sentido del yo ajeno puede decirse incluso que da un anticipo de
nuestra existencia humana futura. Hoy, como el más elevado de los sentidos
superiores, ya está presente en nosotros como un constituyente futuro del
organismo humano espiritualizado de Vulcano, donde formará el sentido inferior
y así fundamental para comprender y penetrar el mundo espiritual.
Para
nuestro presente inmediato, y para décadas y siglos futuros, esta evolución se
iniciará según aprendemos cada vez más a encontrar nuestra propia salvación en
ayudar a los demás. Si alguien cae enfermo hoy, la misión de la enfermedad kármica
significa que la idea de karma puede prender más fácilmente en él, y así su
Yoidad es ayudada a despertar hacia la consciencia espiritual. Pero algo
bastante particular sucede que conduce hacia la evolución futura descrita
arriba: no sólo nuestra enfermedad nos conduce usualmente por un sendero
completamente nuevo y potencialmente a un nuevo impulso en nuestras vidas, sino
que también ofrece a otros la oportunidad de despertar a los sentimientos y
actos Cristianos.
Nuestra
enfermedad es por tanto al mismo tiempo una llamada a despertar a la compasión
del otro. Sólo cuando podemos sentir compasión del destino de otro –en este
caso en la forma de enfermedad- podemos también desarrollar el poder activo de
curar.
Así
la medicina, en la medida en que realmente sirve al impulso de curación, está
basada enteramente en el interés amoroso, en la compasión de la persona
saludable por el destino de la persona enferma. Los impulsos que la persona
saludable aquí emplea y difunde, son arquetípicamente Cristianos. Incluso si
una persona no puede ofrecer directamente ayuda médica especializada, y no es
por tanto capaz de interesarse en asuntos físicos específicos, su interés e
involucramiento ejercerán un efecto curativo sobre el paciente. Aunque sufre
con sentimiento con el otro (el significado literal de ‘com-pasión’), él ayuda
al otro a realizar más rápidamente su karma.
Además,
con cada movimiento de su simpatía él contrarresta poderosamente los impulsos
destructivos del futuro, de los que habló Rudolf Steiner en relación con la
anulación del alma. Quienquiera que pueda sentir simpatía y compasión no
permitirá que se le niegue la existencia de su alma, y tampoco, por tanto, la
existencia de un mundo en el que él está enraizado.
En
el grupo escultórico de Dornach, el Representante de la Humanidad permanece en
el centro. Rudolf Steiner quería mostrar las tres Piedras angulares del
espíritu Cristiano –amor, compasión y consciencia- brillando desde la forma
escultural de Su rostro. Así es como se le apareció a su ojo interno ya en mayo
de 1912, dos años antes de que modelara los primeros borradores reales del
‘Grupo’, cuando habló en Colonia sobre la figura del Representante de la
Humanidad como sigue:
La
compasión y el amor son las fuerzas a partir de las cuales Cristo forma Su
cuerpo etérico hasta el final de la evolución de la Tierra… Desde los impulsos
de consciencia de los seres humanos individuales, Cristo extrae Su cuerpo
físico.
Al
mismo tiempo en que estas características comenzaron lentamente a tomar forma
en la representación artística del rostro de Cristo en el estudio de escultura
de Dornach, Rudolf Steiner dio por primera vez los llamados versos Samaritanos
a los miembros de Berlín al estallar la Primera Guerra Mundial:
Mientras
tú sientas el dolor
que
me deja indemne
La
actuación de Cristo en el ser del mundo
No
sea percibida
Pues
débil se queda el espíritu
Cuando,
solo en su propio cuerpo
Permanece
inmune al sentimiento del sufrimiento.
So lang du den Schmerz erfühlest
Der mich meidet,
Ist Christus unerkannt
Im Weltenwesen wirkend.
Denn Schwach nur bleibt der
Geist
Wenn er allein im eignen Leibe
Des
Leidesfühlens mächtig ist.
Encontramos
la parábola del compasivo samaritano en las palabras del Evangelista y médico Lucas,
que me gustaría recordar aquí:
Se
levantó un legislador (escriba) y dijo, para ponerle a prueba: “Maestro, ¿qué
he de hacer para tener en herencia vida eterna?” Él le dijo: “¿Qué está escrito
en la ley? ¿Cómo lees?” Respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu
prójimo como a ti mismo”. Díjole entonces: “Bien has respondido. Haz eso y
vivirás.”
Pero
él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: “Y, ¿quién es mi prójimo?”. Jesús
respondió: “Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de
salteadores que, después de despojarle y darle una paliza, se fueron, dejándole
medio muerto. Casualmente bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio
un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un
rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo
compasión. Acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y le
montó luego sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él.
Al día siguiente sacó dos denarios y se los dio al posadero, diciendo: ‘Cuida
de él, y si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva’. ¿Quién de estos tres
te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?” Él le
dijo: “El que practicó la misericordia con él.” Díjole entonces Jesús: “Vete y
haz tú lo mismo.
(Lucas
10, 25-37)
Esta
parábola de misericordia nos conduce a los versos Samaritanos de Rudolf
Steiner, que encarnan aquellas tres principales cualidades Cristianas: Amor,
Compasión y Consciencia. La ‘experiencia’ del otro es una expresión de la
capacidad de amar. No es sólo un sentimiento, un sentir cauteloso, sino un
activo volverse hacia el ser de otro. ‘Experimentar’ al otro es el amorque
procede del propio Yo. En el ‘sentido del sufrimiento’ se halla expresada
nuestra participación en el dolor ajeno, manifestándose en la cualidad de la
Compasión. Y si nos elevamos a desarrollar el amor y la compasión, nos hacemos
fuertes en nuestro Yo, no quedándose ‘débil’ ya nuestro ‘espíritu’. A través de
esta fuerza espiritual se forma nuestra consciencia, que nos llama a realizar actos
Cristianos.
Así,
absorbamos una vez más las palabras mántricas del verso Samaritano:
Mientras
tú sientas el dolor
Que
me deja indemne
La
actuación de Cristo en el ser del mundo
No
sea percibida
Pues
débil se queda el espíritu
Cuando,
solo en su propio cuerpo
Permanece
inmune al sentimiento del sufrimiento.
Podemos
ver en este verso que Cristo está siempre actuando en todo ser. Aunque depende
de nosotros el que Él sea percibido. Esto depende de si podemos despertar la
compasión, el amor y la consciencia en nosotros mismos, como cualidades de
Cristo. Estas tres cualidades están expresadas en el sentido del Yo ajeno; pues
en el amor auténtico nuestras propias necesidades no son las que cuentan, sino
más bien nuestra capacidad de sacrificarnos por el bien de otro. Y la compasión
también es el abarque completo del destino y circunstancias de nuestro
‘vecino’.
La
virtud suprema del sentido del Yo ajeno, sin embargo, es la consciencia, que
vive en nosotros cuando no estamos encerrados, solos, en nuestro ‘propio
cuerpo’ sino que experimentamos el espíritu del otro y actuamos en consonancia.
Esta consciencia puede hoy conducir a la percepción de la actuación de Cristo
en ‘todo ser’, y eventualmente a nuestro propio acto de sacrificio que es
realizado por el bien de otro. Nosotros de ese modo nos embarcamos en el
sendero de redención del Representante de la Humanidad. Y este sendero de
redención, seguido por el bien de la salvación de nuestro prójimo, es la
medicina para curar a todo ser humano.
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