El
Zen se aparta de toda forma de teorización, instrucción doctrinaria y
formalidades desprovistas de vida.
El
Zen está fundado en la práctica y en una experiencia íntima, personal, de la
realidad que la mayoría de las formas de la religión y la filosofía no encaran
más que como una descripción emocional e intelectual. Por supuesto, el Zen es
el único camino verdadero que lleva a la iluminación.
La
diferencia entre el Zen y otras formas de religión reside en que "todos
los otros caminos trepan lentamente por las laderas de la montaña, pero el Zen
arroja a los lados todos los obstáculos y se mueve en línea recta hacia la
meta". Después de todo, los credos, los dogmas y los sistemas filosóficos
son solamente ideas acerca de la verdad, del mismo modo que las palabras no son
hechos sino que hablan acerca de los hechos; mientras que el Zen es una
vigorosa tentativa de ponerse en contacto directo con la verdad misma, sin
permitir que teorías y símbolos se yergan entre el conocedor y la cosa
conocida.
En
cierto sentido, el Zen es sentir la vida en lugar de sentir algo acerca de la
vida y es en sus métodos de instrucción donde el Zen es único.
No
hay en él enseñanza doctrinaria, ningún estudio de escrituras, nada de
programas formales de desarrollo espiritual. Aparte de unas pocas
recopilaciones de sermones de los primeros maestros Zen, que son las únicas
tentativas de una exposición racional de sus enseñanzas, la casi totalidad de
nuestros antecedentes de la instrucción Zen son un número de diálogos entre los
maestros y sus discípulos que parecen dedicar muy poca atención a las normas
usuales de la lógica y el razonamiento sano, a punto tal que aparecen a primera
vista como carentes de sentido.
El
Zen no trata de ser inteligible, es decir, de poder ser comprendido por el
intelecto. El método del Zen es desconcertar, excitar, intrigar y agotar al
intelecto hasta que se perciba que la intelección es solamente acerca de; habrá
de provocar, irritar y volver a agotar a las emociones hasta que se vea
claramente que la emoción es solamente sentir acerca de, y luego discurrir,
cuando el discípulo haya sido sometido a una impasse intelectual y emocional,
sobre cómo salvar la brecha que existe entre el contacto conceptual de segunda
mano con la realidad y la experiencia de primera mano.
Para
lograr esto pondrá en juego una facultad más elevada de la mente, conocida como
intuición o Buddhi, denominada en ocasiones "Ojo del Espíritu".
El
Zen aspira a concentrar la atención sobre la realidad misma, en lugar de
hacerlo sobre nuestras reacciones intelectuales y emocionales ante la realidad;
siendo la realidad ese algo siempre cambiante, siempre creciente, que conocemos
como "vida", que jamás se detiene ni por un instante para que
nosotros la hagamos encajar satisfactoriamente dentro de un rígido sistema de
casilleros e ideas.
Es
así como cualquiera que haga la tentativa de escribir sobre Zen, tiene que
enfrentarse con dificultades insólitas: no puede jamás explicar, sólo puede
indicar; tan sólo puede ir planteando problemas y proporcionando indicios que,
cuando mucho, apenas alcanzaran a acercar al lector a la verdad, pero en el
mismo instante en que trata de llegar a una definición exacta, la cosa se le
desliza de las manos, y la definición termina siendo nada más que una
concepción filosófica.
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