Manifiesta tu yo
íntimo y realiza tus aspiraciones en esta vida. ¿Cuántas veces, en un momento de desesperanza o de desconsuelo, te has
dicho: «Necesitaría cambiar, pero soy así y no puedo hacerlo»?
Todas esas veces te has engañado respecto a tu capacidad de actuar sobre
tu destino. Porque dentro de ti tienes el poder para conseguir todo aquello que
puedas desear. Para hacerlo, no tienes más que volcarte en tu interior. Esta es
solo una pequeña muestra, pero no por pequeña deja de ser
importante. Construir tu destino no te cambiará la vida, pero será la
herramienta indispensable para que tú la cambies.
Respeta tus méritos
para recibir
1. Me acepto a
mí mismo sin reparos.
Una persona que se acepta a sí misma de esta manera piensa algo así: «Estoy dispuesto a afrontar todo lo que se refiere a mí mismo, sin caer en el auto-desprecio y sin repudiar mi valor esencial como una pieza de Dios».
Debemos aceptarnos de modo incondicional a nosotros mismos. Aceptarse a
uno mismo no significa aceptar necesariamente todo tipo de comportamientos. Se
trata más bien de una negativa a participar en actos saboteadores de
auto-desprecio. Si te rechazas a ti mismo, no podrás sentirte digno de la
munificencia del universo. Tu energía se centra en lo que hay de erróneo en ti,
y te lamentas ante ti mismo y ante cualquiera que esté dispuesto a escucharte.
Has aparecido aquí en un cuerpo específico, dotado de unas ciertas
características físicas, con ciertas medidas y unos padres y hermanos
concretos. Esta es tu realidad en el plano físico, y se necesita una gran
voluntad para mirarse a uno mismo y decir: «Acepto esto sin quejarme».
Si no estás dispuesto a hacer tal declaración, tu fuerza interior se verá
socavada por la cólera, la culpabilidad, el temor y el dolor, todo lo cual,
combinado, soslaya la posibilidad de que tus deseos se manifiesten. Recuerda
que la idea de atraer las cosas hacia uno mismo se basa en la idea de que
«Aquello que debería ser... ya está aquí». Tu deseo ya está aquí y sólo puede
fluir hacia tu vida inmediata si tú te muestras abierto a que así suceda. Esos
pensamientos de auto-desprecio te impiden situar en el universo el conocimiento
y la energía amorosa que van a trabajar para ti.
La auto-aceptación no es nada más que un cambio en la conciencia. Sólo
exige un cambio de mentalidad. Si se te cae el cabello, tienes la alternativa
de disimularlo, preocuparte o aceptarlo. La aceptación significa que, en
realidad, no tienes que hacer nada al respecto. Simplemente, respetas tu cuerpo
y la inteligencia divina que está obrando sobre ti. Cuando algún otro te indica
que tienes un problema porque se está cayendo el pelo, ni siquiera te preocupas
por la observación. La aceptación elimina de un plumazo la etiqueta de
«problema».
No se trata aquí de una actitud fingida. Lo que haces es, simplemente,
apartar al ego de tus valoraciones internas, centradas en la aprobación de los
demás. Gracias a la auto-aceptación, puedes decir honestamente: «Soy lo que soy
y lo acepto». Una vez que hayas instalado firmemente esta actitud, desde una
postura de honestidad contigo mismo, la certeza de que mereces recibir los
dones del universo estará alineada con ese divino poder.
El auto-rechazo, en cambio, provoca un desajuste en la alineación con tu
divinidad. Sólo tú puedes efectuar ese cambio. Se trata simplemente de cambiar
tu percepción interna.
2. Acepto
plenamente la responsabilidad por mi vida, por lo que es y lo que no es.
Eso supone la eliminación de nuestra fuerte inclinación, dominada por el ego, a echar a los demás la culpa por aquello que no hay en nuestras vidas. Asumir plenamente la responsabilidad significa tener conciencia del poder inherente a uno mismo.
En lugar de decir: «Me han hecho tal como soy ahora», piensa más bien: «Elegí
ser pasivo y temeroso cuando estoy con otras personas». Y eso se aplica a todas
y cada una de las facetas de tu personalidad y de las circunstancias de tu
vida.
Estar dispuesto a aceptar plenamente la responsabilidad sobre ti mismo,
te coloca en la postura de ser digno de recibir y atraer aquello que deseas. Si
algún otro fuera el responsable de tus defectos y le achacaras a él tus
problemas, estarías diciendo con ello que para manifestar el deseo de tu
corazón necesitas obtener el permiso de esa otra persona. Este acto de
abdicación de la propia responsabilidad destruye la capacidad para capacitarse
a uno mismo hasta alcanzar niveles superiores de conciencia.
Al saber que eres responsable de cómo reaccionas ante cada situación de
la vida, y que estás a solas contigo mismo, puedes situar en el universo, de un
modo muy íntimo, aquello que deseas manifestar en ti mismo. Sin embargo, al
echar la culpa a los demás de las situaciones que se produzcan en tu vida,
desplazas el poder hacia esas otras personas, a las que consideras responsables
de crear esas circunstancias.
Yo mantengo un diálogo interior privado con el universo acerca de las
circunstancias que surgen en mi vida. Parto de la postura de que no son en modo
alguno accidentes, de que todo lo que me ocurre conlleva una lección y que he
sido yo el que lo ha hecho aparecer en mi vida. Por absurdo e incongruente que
pueda parecer, me digo a mí mismo: «Por qué he creado esto en este preciso
momento?».
Así pues, si tengo un pensamiento negativo y en ese mismo instante me
golpeo la cabeza con la puerta de un armario de la cocina, me digo: «¿En qué
estaba pensando en este momento?», y asumo plenamente la responsabilidad de
corregir esos pensamientos negativos, así como el golpe que me ha recordado la necesidad
de corregir esa forma de pensar. Hago lo mismo cuando estoy escribiendo. Si me
siento inclinado a acudir al buzón de correos antes de ponerme a escribir, sigo
esa señal interna y a menudo me encuentro en el correo con un artículo que me
clarifica un punto sobre el que me sentía confuso. Asumo la responsabilidad de
saber que aquello que necesitaba estaba ahí, y de dejarme guiar por la voz
interior de mi intuición.
Este pequeño juego me sirve para asumir plenamente la responsabilidad por
mi vida y erradicar la inclinación a achacar la culpa a otras personas o a las
circunstancias. Confío en mi sabiduría interior, y en las aparentes
casualidades, y sé que yo soy el responsable de todo eso. A medida que se ha
ido desarrollando ese sentido de la responsabilidad, me resulta cada vez más
difícil achacar a alguien lo que sucede en mi vida, desde las cosas más nimias,
como darme un golpe o producirme un corte, o que otros no acudan a tiempo a una
cita, hasta las grandes decepciones y mi relación con mi esposa y con el resto
de mi familia; asumo la plena responsabilidad por todo ello.
Confío en la sabiduría divina que se ha particularizado en mí y que
permite que estas cosas se produzcan. Me niego a cuestionar esa sabiduría y a
atribuir a otros mi buena o mala suerte. Lo acepto todo como parte del papel
que tengo en el universo, sin quejarme.
La voluntad de responsabilizarte de ti mismo sin quejarte te sitúa en el
flujo natural de toda la energía divina. Eso te evita tener que luchar contra
el mundo, y avanzar con él. Todo aquello de lo que te quejes implica que
figurativamente has de tomar las armas para combatirlo. Y todo aquello contra
lo que necesites luchar no hace sino debilitarte, mientras que todo aquello
sobre lo que estés a favor, te capacita.
Te estoy pidiendo que seas tú mismo. Al asumir una actitud responsable te
darás cuenta de que los cielos son extraordinariamente cooperativos. Conseguir
que los cielos cooperen significa alejarse de la mentalidad proclive a
quejarse, y aceptar la más plena responsabilidad sobre uno mismo.
3. Elijo no aceptar la culpabilidad en mi vida.
Esta actitud mental crea pensamientos como: «No desperdiciaré la preciosa moneda de mi vida, mi existencia actual, inmovilizado por la culpabilidad por lo que ocurrió en el pasado».
Esta declaración exige conocer la diferencia entre a) arrepentirse de
verdad y aprender del pasado, y b) pasarse la vida haciéndose reproches y
sintiéndose culpable. Aprender de los propios errores y emprender acciones
correctoras son prácticas espiritual y psicológicamente sanas. Hiciste algo, no
te gustó cómo te sentiste después, y decides no repetir ese comportamiento. Eso
no es culpabilidad. La culpabilidad aparece cuando continúas sintiéndose
inmovilizado y deprimido, y esos sentimientos te impiden vivir en el presente.
Al dejarte agobiar por la culpabilidad, llenas tu energía de angustia y
reproche. Te haces tantos reproches que no te sientes merecedor de recibir las
bendiciones del universo o de cualquiera que forme parte de él. Los
sentimientos persistentes de culpabilidad te impedirán manifestar nada que
valga la pena porque estarás atrayendo hacia ti esas mismas cosas que sitúas en
el universo. Cuanto mayor sea la angustia, más razones tendrás para sentirte
mal y más pruebas encontrarás para demostrar que no eres merecedor de lo que
deseas.
Cuando utilizas tus comportamientos del pasado para aprender de ellos y
sigues adelante, al margen de lo horribles que te hayan parecido, te liberas de
la negatividad que rodea esas acciones. Perdonarse a uno mismo significa que
puede extender el amor hacia sí mismo, a pesar de haber percibido dolorosamente
las propias deficiencias.
Una vez aprendida esta valiosa lección, buscas también el perdón de Dios.
Pero si continúas abrigando el dolor en tu interior, te sentirás indigno del
perdón de Dios y, en consecuencia, no podrás aceptar ninguno de tus derechos
divinos, como hijo de Dios.
No importa qué es lo que no te gusta de ti mismo, incluidos tus
comportamientos y tu aspecto, pero para tener éxito a la hora de la
manifestación necesitas amarte a ti mismo a pesar de los defectos que puedas
encontrarte. Por ejemplo, si sufres crónicamente de un exceso de peso, o eres
adicto a alguna sustancia, tus frases internas de culpabilidad serán
aproximadamente del siguiente tenor: «Voy a amarme realmente a mí mismo cuando
finalmente alcance un peso normal», o bien: «Me valoraré verdaderamente a mí
mismo como un ser humano digno cuando haya superado finalmente esta adicción de
una vez por todas».
Las frases de culpabilidad no hacen sino reforzar una actitud de
desmerecimiento, e inhiben el proceso de la manifestación. Tienes que cambiar
estas frases y decirte a ti mismo cosas como: «Me amo a mí mismo aunque tenga
exceso de peso. En primer lugar, yo no soy este exceso de peso y me niego a
pensar en mí mismo en términos auto-degradantes, independientemente del estado
de mi cuerpo. Soy amor y extiendo ese amor a todo lo que soy». Esta misma clase
de programación interna tiene que producirse en el caso de las adicciones o de
cualquier otra cosa por la que te sientas culpable.
Hay 483.364 palabras en Curso de milagros. La expresión
«mantente alerta» sólo aparece una vez: «Manténte alerta ante la tentación de
verte a ti mismo como injustamente tratado». La advertencia alude a la
necesidad de eliminar la culpabilidad y asumir la responsabilidad por la propia
vida. Al eliminar la inclinación a revolcarse en la autocrítica, también
eliminamos la idea de que nos redimiremos gracias al sufrimiento en el momento
presente, y de que podemos pagar por nuestros pecados con culpabilidad. La vida
no funciona de ese modo. Tus sufrimientos te mantienen en un estado de temor e
inmovilidad. Y esa no es la solución para los problemas de tu vida.
Existe, sin embargo, una solución, que consiste en amarse a uno mismo y
en pedir a Dios que esos «defectos» no sean más que lecciones que te permitan
alcanzar un nuevo nivel espiritual. Al negarte a aceptar la idea condicionada
de que la culpabilidad es buena, de que mereces sentirte culpable y de que la
culpabilidad te ayudará a expiar tus pecados, refuerzas la idea de ser
merecedor de cualquier deseo que quieras manifestar en tu vida.
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