La enfermedad, el dolor y el sufrimiento, son las señales de que
nos estamos desviando de lo que nuestro Ser Superior o Alma está intentando
trasmitir a nuestra díscola personalidad.
Para ello, nuestro Yo Superior emite dictados a través de la
intuición, el instinto, la conciencia y también los sueños. Estos dictados
constituyen la información necesaria para que nuestra personalidad se aplique
en su particular lección a aprender.
En caso contrario puede ser la misma enfermedad la que tome las riendas
de nuestra vida e intente hacernos corregir la direccionalidad equivocada que
hemos adoptado. Pero además, en muchos casos debemos comprender en qué nos
estamos equivocando y trabajar para crear la virtud opuesta.
Quizá no sean los errores de esta vida, de este día de clase lo que
estamos combatiendo, y aunque en nuestras mentes físicas no seamos plenamente
conscientes de las razones de nuestros sufrimientos que pueden parecemos
crueles y sin sentido, nuestras almas (que somos nosotros mismos) conocen el
propósito final y nos están guiando hacia lo que más nos conviene y, por ende,
hacia la plena salud y satisfacción con la vida.
Debe quedar claro que el karma
es en realidad el reglamento de un juego interactivo en el cual nosotros
estamos eligiendo continuamente, no únicamente en el período anterior al
nacimiento. Aunque sólo veamos el resultado último, es decir el efecto,
continuamente estamos «negociando» con esta ley y creando causas que producirán
unos efectos, ahora o en otras existencias. El libre albedrío, entendido desde
una óptica más elevada, es así de amplio y tremendamente generoso.
La enfermedad no es material en su origen, sino «el resultado de pensamientos y acciones erróneas. Una vez aprendida la lección del dolor, el sufrimiento y la desgracia, su presencia carece de propósito, desapareciendo entonces automáticamente.
En un plano más cotidiano,
cuando los pequeños «toques» en forma de síntomas son ignorados por nuestra
personalidad, sobreviene una enfermedad lo suficientemente disuasoria: «ya que
es la misma enfermedad la que obstaculiza e impide que llevemos demasiado lejos
nuestras acciones equivocadas.
En cualquier caso, la enfermedad no puede ser entendida como un castigo sino como un instrumento de aprendizaje, una gran ocasión para evolucionar y mejorar como persona.
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