Cuando
analicemos los problemas y sus causas debemos contemplarlos objetivamente (cómo
aparecen y qué son), pero no considerarlos como algo negativo, ya que si lo
hiciésemos, nuestro aprendizaje podría poner en marcha otro ciclo de emociones
y sufrimiento.
He aquí
un ejemplo sencillo: si tienes dolor de cabeza, conviene saber qué pasa y cuál
es la causa. Asimismo, si tienes un problema con un amigo, conviene reconocerlo
y entenderlo para empezar a solucionarlo. Pero si ves y sientes el problema,
conceptual y emocionalmente, como «malo», «terrible» o «insoportable», lo que
era una dificultad relativamente pequeña se convertirá en un incendio forestal. La forma de afrontar los problemas emocionalmente es decir: Me duele la
cabeza, pero no pasa nada o Me duele mucho, pero puedo
soportarlo o bien Me duele, pero todo el mundo se encuentra mal de vez en
cuando.
Ninguna
emoción es errónea ni necesita ser eliminada. Debemos aceptar la existencia de
los sentimientos, darles la bienvenida y permitirles salir a la superficie.
Si la
meditación te produce dolor emocional, contémplalo como algo positivo, pues el
dolor indica que la meditación está produciendo un impacto y que nuestra
conciencia está trabajando. No hay nada malo en estar triste debido a algún
problema. Siente tu tristeza y exprésala como una forma de contactar con el
origen del problema, a fin de extraer de tu ser la raíz del dolor. Si tienes
ganas de llorar, no contengas las lágrimas. El llanto libera la tensión mental,
la presión física y las toxinas químicas que se acumulan cuando reprimimos el
dolor.
Contar
nuestros problemas a otras personas que saben escuchar también ayuda a aliviar
el dolor. Será más beneficioso para nosotros expresar nuestras ideas con
naturalidad y franqueza, sin aferrarnos al dolor, sin ocultarlo ni defenderlo.
También nos beneficiará liberar la tensión respirando profundamente y llorando.
Cuando
las emociones se agitan, debemos sentirlas, pero no quedarnos atrapados en el
dolor ni permitir que el problema nos angustie más de lo necesario, hundiendo
aún más sus raíces en nuestra mente y fortaleciendo las actitudes negativas y
quizás hasta los síntomas físicos. Nuestro propósito es aliviar el dolor, no
profundizar en él hasta el extremo de hacernos daño a nosotros mismos. Si nos
preocupamos por nuestras preocupaciones sólo conseguiremos empeorar los
problemas.
Como dice Dodrupchen:
Si
logramos que los problemas no nos angustien, nuestra fuerza mental nos ayudará
a soportar fácilmente sufrimientos incluso mayores. Seremos capaces de percibirlos
como algo ligero e insustancial como el algodón. Pero si acumulamos angustia,
los problemas más insignificantes parecerán insoportables. Por ejemplo, cuando
pensamos en la belleza de una chica, aunque intentemos liberarnos del deseo
sólo conseguiremos abrasarnos. Si nos concentramos en las características
dolorosas del sufrimiento, seremos incapaces de desarrollar tolerancia a él.
Cuando
sufrimos necesitamos abrirnos, no forzar los sentimientos hacia una serie de
expectativas rígidas. Algunos problemas se solucionan rápidamente, mientras que
otros cuesta más remediarlos. Por ejemplo, la pena puede ser una emoción muy
fuerte. Si queremos liberarnos de la pena, debemos concedernos tiempo y no
imponernos un programa estricto. Intentar remediar rápidamente la pena es como
pretender que un río se detenga simplemente porque se lo ordenamos. El río debe
seguir fluyendo, reducirse a un hilo de agua y finalmente seguir su curso. Si
exigimos que nuestra pena se cure rápidamente o la negamos, puede ahondarse y
hacernos sufrir durante años.
Muy lindo mensaje y muy cierto, gracias.
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