Probablemente, alguna vez te puedes haber preguntado qué sucede cuando el buscador se desvanece. No por un instante, ni durante la meditación, sino permanentemente.
¿Qué queda
cuando el ego se desvanece y la voz en tu cabeza, durante tanto tiempo tu
compañera, queda completamente en silencio? Ese es el estado de testigo
permanente, donde ya no hay nadie observando, solo observándose a sí mismo, donde
la mente ya no reclama propiedad, donde las acciones surgen sin un hacedor, donde
la vida se mueve y nadie se mueve. Esto no es un estado de felicidad, no es un
trance sino el fin de la experiencia egocéntrica que lo cambia todo.
Comprender el sutil control del ego.
El ego no
es simplemente arrogancia, es la raíz de la separación. Susurra: "Esto es
mío, esto me sucedió, yo soy este nombre, este cuerpo, este rol". Está
hecho de memoria y resistencia, el tira y afloja de la identidad que intenta
controlar lo que se desarrolla. Dice sí a lo que le gusta y no a lo que teme, y
al hacerlo genera un comentario interno constante. La mayoría de la gente nunca
cuestiona esto; vive como este narrador, pero cuando una quietud más profunda
comienza a abrirse, empiezas a ver que nada de esto eres tú. Observas tus
pensamientos ir y venir, sientes emociones sin convertirte en ellas, sientes
una presencia inmutable debajo de todo. Este es el comienzo del testigo.
El surgimiento del testigo
Al
principio, el testigo aparece como un espacio detrás de tu experiencia. Puedes
estar sentado en silencio y, de repente, ya no estás en los pensamientos. Los
estás observando. Hay un vacío, no un vacío, sino una vasta quietud viva. Este
espacio no reacciona, no juzga, no se deja arrastrar por la tormenta. Es
consciente, pero no está enredado. Está presente, pero no es personal. Y cuanto
más regresas a él, más se estabiliza hasta que un día se convierte en el estado
predominante en tu vida.
Cuando el ego finalmente cae
El cambio
hacia el testigo permanente no es dramático, no está acompañado de luces de
colores ni visiones cósmicas. En cambio, es silencioso, casi imperceptible. La
voz interior se desvanece. La necesidad de comentar se disuelve y una profunda
quietud se arraiga. Entonces, un día, quizás al cepillarte los dientes o
caminar por el supermercado, notas algo extraño. Nadie habla dentro de ti.
Nadie reclama la autoría del momento. Nadie se proyecta en la escena. Hay solo
consciencia, solo presencia. La vida sucede, pero no para ti. Fluye y no hay
fricción. Este es el colapso del ego. No es un algo momentáneo, sino un cambio
permanente.
Cómo cambia la vida en el testigo
permanente
1. La identificación. Los pensamientos van y
vienen, pero ya no son tuyos. Son como pájaros volando por un cielo abierto. Se
hacen notar, pero nadie los reclama.
2. La narrativa interna. La voz que una vez
explicó, defendió, comparó, se calla. Dejas de ensayar conversaciones en tu
cabeza, dejas de discutir con personas imaginarias.
3. La quietud se vuelve algo normal. Ya no
necesitas guardar silencio. Eres silencio incluso al caminar, trabajar o
hablar. Hay una quietud de fondo que nunca te abandona. Ya no te tomas las
cosas personalmente. Elogios y críticas pasan como el viento en una habitación
vacía. No porque seas indiferente, sino porque no hay un tú al que herir o
inflar.
4. El tiempo se suaviza. No estás obsesionado con
el futuro ni el pasado. La mente no viaja constantemente en el tiempo. Solo hay
ahora, no como una idea espiritual, sino como tu realidad vivida.
5. Lo que no cambia. Todavía sientes. Todavía
experimentas dolor, alegría, pérdida, hambre, fatiga. El cuerpo todavía tiene
sus ritmos. El mundo todavía se mueve con caos y contraste, pero ahora todo
sucede en ti, no a ti. Hay dolor, pero no sufrimiento. Hay esfuerzo, pero no
lucha. Hay amor, pero no posesión. Tus preferencias suavizan tus apegos. Afloja
tu miedo a la muerte. Disminuye porque ves que nunca fuiste quien vivió.
Malentendidos sobre el estado de
testigo
Muchos
buscadores confunden al testigo con la disociación, pero la disociación es
insensible, aísla de la experiencia. El testigo está plenamente vivo, más
íntimo que nunca con la vida, pero no fusionado con ninguna parte de ella.
Otros piensan que el testigo es frío o distante, pero en realidad es el estado
más compasivo porque ya no ve. A través de la separación, ya no ve. Solo ve
desarrollo, solo ser. No hay agenda, ni proyección, solo inclusión profunda y
sin esfuerzo.
Lo sagrado y lo cotidiano de la vida
diaria
Tras el
colapso del ego, la vida se vuelve simple pero no aburrida. De hecho, lo
cotidiano se vuelve luminoso. Un frutero se vuelve sagrado. La risa de un niño
se convierte en música cósmica. El sonido del viento entre los árboles se
siente como un susurro divino. Porque sin el ego filtrando todo lo que ves,
directamente, sin distorsión, sin expectativas, no necesitas estimulación. No
buscas drama, vives en una presencia sintonizada y el mundo revela su santidad
en todas partes.
No es el paso final, es el
testimonio profundo
Es el
comienzo de la verdadera libertad, pero no es el fin porque todavía hay un
observador sutil, todavía hay una sensación de "Yo soy". La
realización final ocurre cuando incluso esta identidad colapsa, cuando la consciencia
ya no necesita ser consciente de sí misma. No hay sujeto ni objeto. Solo el
océano que reposa en sí mismo. Ya no se observan las olas. Esto está más allá
de la observación, más allá de la presencia, más allá del ser y, sin embargo,
está más cerca que tu respiración.
Imagina
que una vela arde y tú la observas. La llama se apaga pero tú permaneces. Al desaparecer
el observador solo queda espacio. Ese espacio no está vacío, está lleno de
vida, lleno de quietud, y te das cuenta de que nunca fuiste la llama, nunca el
observador, siempre fuiste el espacio. Esta es la vida. Después del colapso del
ego, todo es silencioso, abierto y real.

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