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jueves, 3 de julio de 2025

LA VIDA DESPUES DEL COLAPSO DEL EGO

Probablemente, alguna vez te puedes haber preguntado qué sucede cuando el buscador se desvanece. No por un instante, ni durante la meditación, sino permanentemente.

¿Qué queda cuando el ego se desvanece y la voz en tu cabeza, durante tanto tiempo tu compañera, queda completamente en silencio? Ese es el estado de testigo permanente, donde ya no hay nadie observando, solo observándose a sí mismo, donde la mente ya no reclama propiedad, donde las acciones surgen sin un hacedor, donde la vida se mueve y nadie se mueve. Esto no es un estado de felicidad, no es un trance sino el fin de la experiencia egocéntrica que lo cambia todo.

Comprender el sutil control del ego.

El ego no es simplemente arrogancia, es la raíz de la separación. Susurra: "Esto es mío, esto me sucedió, yo soy este nombre, este cuerpo, este rol". Está hecho de memoria y resistencia, el tira y afloja de la identidad que intenta controlar lo que se desarrolla. Dice sí a lo que le gusta y no a lo que teme, y al hacerlo genera un comentario interno constante. La mayoría de la gente nunca cuestiona esto; vive como este narrador, pero cuando una quietud más profunda comienza a abrirse, empiezas a ver que nada de esto eres tú. Observas tus pensamientos ir y venir, sientes emociones sin convertirte en ellas, sientes una presencia inmutable debajo de todo. Este es el comienzo del testigo.

El surgimiento del testigo

Al principio, el testigo aparece como un espacio detrás de tu experiencia. Puedes estar sentado en silencio y, de repente, ya no estás en los pensamientos. Los estás observando. Hay un vacío, no un vacío, sino una vasta quietud viva. Este espacio no reacciona, no juzga, no se deja arrastrar por la tormenta. Es consciente, pero no está enredado. Está presente, pero no es personal. Y cuanto más regresas a él, más se estabiliza hasta que un día se convierte en el estado predominante en tu vida.

Cuando el ego finalmente cae

El cambio hacia el testigo permanente no es dramático, no está acompañado de luces de colores ni visiones cósmicas. En cambio, es silencioso, casi imperceptible. La voz interior se desvanece. La necesidad de comentar se disuelve y una profunda quietud se arraiga. Entonces, un día, quizás al cepillarte los dientes o caminar por el supermercado, notas algo extraño. Nadie habla dentro de ti. Nadie reclama la autoría del momento. Nadie se proyecta en la escena. Hay solo consciencia, solo presencia. La vida sucede, pero no para ti. Fluye y no hay fricción. Este es el colapso del ego. No es un algo momentáneo, sino un cambio permanente.

Cómo cambia la vida en el testigo permanente

1. La identificación. Los pensamientos van y vienen, pero ya no son tuyos. Son como pájaros volando por un cielo abierto. Se hacen notar, pero nadie los reclama.

2. La narrativa interna. La voz que una vez explicó, defendió, comparó, se calla. Dejas de ensayar conversaciones en tu cabeza, dejas de discutir con personas imaginarias.

3. La quietud se vuelve algo normal. Ya no necesitas guardar silencio. Eres silencio incluso al caminar, trabajar o hablar. Hay una quietud de fondo que nunca te abandona. Ya no te tomas las cosas personalmente. Elogios y críticas pasan como el viento en una habitación vacía. No porque seas indiferente, sino porque no hay un tú al que herir o inflar.

4. El tiempo se suaviza. No estás obsesionado con el futuro ni el pasado. La mente no viaja constantemente en el tiempo. Solo hay ahora, no como una idea espiritual, sino como tu realidad vivida.

5. Lo que no cambia. Todavía sientes. Todavía experimentas dolor, alegría, pérdida, hambre, fatiga. El cuerpo todavía tiene sus ritmos. El mundo todavía se mueve con caos y contraste, pero ahora todo sucede en ti, no a ti. Hay dolor, pero no sufrimiento. Hay esfuerzo, pero no lucha. Hay amor, pero no posesión. Tus preferencias suavizan tus apegos. Afloja tu miedo a la muerte. Disminuye porque ves que nunca fuiste quien vivió.

Malentendidos sobre el estado de testigo

Muchos buscadores confunden al testigo con la disociación, pero la disociación es insensible, aísla de la experiencia. El testigo está plenamente vivo, más íntimo que nunca con la vida, pero no fusionado con ninguna parte de ella. Otros piensan que el testigo es frío o distante, pero en realidad es el estado más compasivo porque ya no ve. A través de la separación, ya no ve. Solo ve desarrollo, solo ser. No hay agenda, ni proyección, solo inclusión profunda y sin esfuerzo.

Lo sagrado y lo cotidiano de la vida diaria

Tras el colapso del ego, la vida se vuelve simple pero no aburrida. De hecho, lo cotidiano se vuelve luminoso. Un frutero se vuelve sagrado. La risa de un niño se convierte en música cósmica. El sonido del viento entre los árboles se siente como un susurro divino. Porque sin el ego filtrando todo lo que ves, directamente, sin distorsión, sin expectativas, no necesitas estimulación. No buscas drama, vives en una presencia sintonizada y el mundo revela su santidad en todas partes.

No es el paso final, es el testimonio profundo

Es el comienzo de la verdadera libertad, pero no es el fin porque todavía hay un observador sutil, todavía hay una sensación de "Yo soy". La realización final ocurre cuando incluso esta identidad colapsa, cuando la consciencia ya no necesita ser consciente de sí misma. No hay sujeto ni objeto. Solo el océano que reposa en sí mismo. Ya no se observan las olas. Esto está más allá de la observación, más allá de la presencia, más allá del ser y, sin embargo, está más cerca que tu respiración.

Imagina que una vela arde y tú la observas. La llama se apaga pero tú permaneces. Al desaparecer el observador solo queda espacio. Ese espacio no está vacío, está lleno de vida, lleno de quietud, y te das cuenta de que nunca fuiste la llama, nunca el observador, siempre fuiste el espacio. Esta es la vida. Después del colapso del ego, todo es silencioso, abierto y real.

 


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