Cuando la mente trata de detener sus propios pensamientos, fracasa. Y no es por una cuestión de técnica, sino porque la mente anhela sobrevivir.
El cese
del pensamiento no es una victoria de la mente; es su disolución. Y por ello se
resiste, no porque sea malvada o esté dañada, sino porque su naturaleza misma
es prosperar en la continuación, en llenar nuestro espacio con ruido, desorden,
supersticiones y con una incesante actividad mental.
Por esta
razón, resulta absolutamente inútil intentar detener el pensamiento. La mente
no solo se niega a cooperar, sino que, en el mismo acto de intentarlo, la
alimentamos, la energizamos, le damos más terreno para afianzarse. Y uno se
pregunta, qué hacer? Pues absolutamente nada. No, no es una metáfora poética;
es la instrucción en sí misma. No hagas nada. No necesitas enmendar tus
pensamientos, no necesitas seguir un método, ni participar en un solo ejercicio
espiritual, técnica de yoga, mantra o práctica de mindfulness. Porque cada
esfuerzo que se hace para controlar el pensamiento emana de la misma corriente
de pensamiento que intentamos acallar. Incluso si alguna práctica parece darnos
unos instantes de paz, nunca dura. Los pensamientos regresan con más fuerza,
más velocidad, con mayor agresividad. Y uno se encuentra de vuelta en el punto
de partida, pero aún más frustrado. Esa es la trampa.
Pero
cuando soltamos por completo, cuando simplemente descansamos en lo que ya
somos, sucede algo inesperado: la mente se aquieta por sí misma. En este "no-hacer"
reside una alegría profunda e ilimitada. No es la alegría del éxito ni del
despertar, sino una dicha sin causa que no necesita justificación. Es la paz
que no requiere permiso. No se trata de controlar el pensamiento. Ni siquiera
se trata de observarlo. Todos estos son esfuerzos, sutiles y refinados, pero
aún anclados en la mente. En su lugar, se trata de caer de lleno y por completo
en lo que ya está en calma, ya en silencio, ya libre.
Cuando la
mente no es alimentada, ni entretenida, ni combatida, ni analizada, empieza a
desvanecerse. Este silencio no se conquista; se revela. Siempre ha estado ahí,
como el cielo tras las nubes de la tormenta. Y cuando el pensamiento pierde su fuerza,
aunque sea por un instante, el silencio regresa al primer plano. No es un
silencio muerto, sino uno muy vivo: uno que está saturado de paz, claridad y una
extraña e insondable dicha. Lo que surge de esto no es una nueva identidad, ni
un nuevo sistema de creencias, ni una versión mejorada de uno mismo. Lo que
surge es una vastedad en la que nada necesita ser añadido.
Quizás te
preguntes: "¿Pero no debería al menos observar los pensamientos y ser
testigo de ellos sin juzgar?" No, incluso eso es demasiado. Porque
observar es, de alguna manera, seguir involucrando a la mente. Sigue siendo el
"yo" tomando una posición de acción.
Así que,
de nuevo: no hagas absolutamente nada. Los pensamientos vendrán; déjalos.
Déjalos bailar, rugir, enfurecerse o llorar. No los reprimas. No los examines.
Ni siquiera los catalogues como buenos o malos. Simplemente, no los toques. Es
como ver una película, plenamente consciente de que es solo una película. No
necesitas salir de la sala de cine, ni tampoco destruir la pantalla. Simplemente
la ves por lo que es. Lo cierto es que no hay nada que detener. Nada que
mejorar. El único cambio reside en tu relación con la mente, que pasa de ser un
enredo a una indiferencia sagrada.
Quizás te
preguntes si los despiertos espiritualmente también piensan. Sí, por supuesto
que piensan y funcionan en el mundo, pero sus pensamientos son como una cuerda
quemada. Parecen tener forma, pero no tienen fuerza. Si intentas levantarlos,
se desmoronan. Cuando un pensamiento surge en una persona despierta, es como un
ventilador que sigue girando después de haber sido desenchufado: hay
movimiento, pero no hay una corriente que lo impulse, ni una identidad que lo
posea. El pensamiento está vacío; no puede atrapar. Esta es la diferencia. No
es que los despiertos vivan en un vacío mental en blanco, sino que sus
pensamientos ya no tienen tracción. No dirigen su atención, no generan
sufrimiento, no construyen una identidad basada en el ego. Son fantasmas que
pasan a través de una ventana abierta. Y cuando ya no te interesan los
pensamientos, cuando ya no te apegas a ellos, te enredas o reaccionas, tú
también te vuelves así. No te vuelves insensible ni pasivo, sino claro, relajado
y completamente espontáneo.
Entonces,
¿qué hay que hacer? Nada. Porque cualquier acción es una forma sutil de
"devenir", el susurro del ego que dice: "Todavía no he llegado.
No soy suficiente. Debo alcanzar esto o aquello". Pero esa es la mentira.
Los pensamientos no son el enemigo, sino la creencia en ellos y el aferrarse a
ellos lo que constituye el velo. Es como agarrar humo y preguntarse por qué las
manos están siempre vacías. Ignora los pensamientos. No los resistas, no los
evites, sino observa que no tienen una realidad propia. Surgen de la nada y se
disuelven de nuevo en la nada. Son espejismos. No trates de pensar mejor. No
trates de sustituir lo malo por lo bueno. No trates de purificar tu mente.
Simplemente, deja la mente en paz. Paradójicamente, esta es la práctica
espiritual más elevada, porque no fortalece la mente, sino que te devuelve a lo
que es anterior a la mente.
Y lo que
es anterior a la mente no es una técnica, no es un proceso, no es un nuevo
estado. Es tu propia naturaleza. Es el silencio mismo. Es la paz misma. Es la
claridad sin causa. No es masculino ni femenino, ni joven ni viejo, ni
iluminado ni ignorante. Simplemente, es. Y cuando esto se ve, no con esfuerzo,
sino con total sencillez, la búsqueda termina. Ya no hay nada más que obtener,
nada que arreglar, nada en lo que convertirse. Nunca estuviste roto. Nunca
naciste. Simplemente eres, tal como eres ahora mismo.
La
verdadera libertad no proviene de controlar tus pensamientos, sino de descubrir
que no tienes por qué hacerlo. Hay un poder silencioso que se despierta cuando
dejas de prestarle atención a cada destello de la mente. Esto no es pereza ni
negación, es inteligencia; inteligencia pura funcionando sin comentarios.
Ignorar un pensamiento no significa apartarlo. Significa dejarlo intacto, como
una hoja que flota río abajo. La ves, pero no la alcanzas. No la persigues. Ni
siquiera te importa a dónde va. Los pensamientos se nutren de la atención. Si
no les das ninguna, se mueren de hambre. Y cuando mueren de hambre,
desaparecen.
Por eso se
dice: "No luches con tus pensamientos, no discutas con ellos, no intentes
reemplazarlos; simplemente, déjalos pasar". De hecho, si prestas atención,
verás que la mayoría de tus pensamientos son ecos: historias recicladas,
futuros imaginados, juicios, preocupaciones, etc... Y ninguno de ellos tiene
substancia a menos que los reclames. Déjalos pasar, déjalos hacer lo que hacen.
Y tú permanece en calma, no como alguien que intenta estar en calma, sino como
la calma que siempre ha estado aquí, incluso cuando la mente gritaba. Esto es
lo que el mundo nunca enseña: que la indiferencia hacia el pensamiento es el
principio de la paz. No es frialdad ni apatía, sino una indiferencia sagrada,
la que surge cuando ya no crees que cada pensamiento merece tu energía. No
tienes que defenderte de tu mente; eso es solo más mente. Solo tienes que
ralentizarte lo suficiente como para ver que nunca fue realmente tuya para
empezar.
Y es en
esa desaceleración cuando algo se disuelve. La lucha cesa y en su lugar llega
una paz que no es forzada; es natural. No proviene de la práctica, sino del
reconocimiento. Te das cuenta de que no necesitas hacer nada. No necesitas
cambiar esto o aquello. No necesitas arreglarte, porque... ¿quién es el
"yo" que está intentando ser arreglado? Es solo otro pensamiento.
Los pensamientos
seguirán surgiendo, a veces fuertes, a veces extraños, a veces seductores o
aterradores. Déjalos pasar. Incluso si parecen rugir como un trueno, incluso si
aparecen como avalanchas emocionales, déjalos venir, déjalos ir. No se detiene
una tormenta gritándole; se detiene refugiándote en el silencio. Tu ser es ese
silencio. Cuando no reaccionas a los pensamientos, cuando no los sigues, los
alimentas o los temes, sucede algo milagroso: pierden su fuerza. Y con ello, su
ilusión queda expuesta.
Así como
el horizonte no es en realidad el lugar donde el cielo toca la tierra, los
pensamientos no son reales de la forma en que parecen. Son sombras en la
pantalla de la conciencia. Déjalas parpadear. Tú permaneces como la pantalla.
Hay una diferencia entre los pensamientos de una persona ordinaria y los de una
que es libre. Para la persona ordinaria, cada pensamiento se siente como una
orden, viene con un sentido de urgencia, identidad e impulso. Pero para la
persona que es libre, el pensamiento es como una cuerda quemada. Aún puede
conservar la forma de la vieja cuerda, pero carece de fuerza. Si intentas
levantarla, se convierte en ceniza. Esto es la mente desenchufada de la
identificación. Sigue moviéndose, sigue apareciendo, pero ya no te reclama. Es
como un ventilador que sigue girando después de apagar la corriente: el
movimiento sigue ahí, pero la energía se ha ido. No hay calor, ni fuerza, ni
impulso. En eso se convierte el pensamiento cuando eres libre de él.
No dejas
de funcionar, no te vuelves inerte o pasivo, sino que funcionas mejor, con más
claridad, más rapidez, con más sabiduría y menos fricción. Y no porque lo intentes,
sino porque no queda un "yo" que interfiera. Cuando el pensamiento ya
no te gobierna, algo más profundo guía tus acciones. No vives como una máquina
que ejecuta viejos patrones; vives espontáneamente. No al azar, sino de forma
espontánea. Hay inteligencia, hay un saber silencioso y sin esfuerzo. Te
mueves, hablas, respondes y descansas no como alguien que maneja la vida, sino
como la vida misma que se despliega. Y esto no proviene de la práctica sino de la
entrega. Pero no de la entrega a un poder externo, sino de la entrega de la
creencia de que tú eres el pensador, el hacedor, el controlador. Sin esa
creencia, todo se vuelve ligero. Lo que hay que hacer se hace. Lo que hay que
decir se dice. Lo que hay que ver se ve. Y a través de todo ello, tú permaneces
intacto, como el cielo inmaculado por las nubes.
Y mientras
el mundo continúa, todavía hay guerras, injusticias, pérdidas, dificultades
personales. Todavía te haces mayor, todavía tienes un cuerpo, todavía vives
entre personas que se identifican profundamente con el miedo, la ambición y la
tristeza. Pero nada de eso te quita ya la paz, porque tu paz no se basa en las
condiciones; no es un estado mental sino tu naturaleza. Incluso cuando surgen
los problemas, eres libre. Incluso cuando las emociones atraviesan el cuerpo,
eres silencio. Incluso mientras el mundo se despliega, tú permaneces como el
testigo inamovible. Esto no es desapego; es claridad. No estás desvinculado;
estás plenamente vivo, pero vivo como presencia, no como personalidad. Vivo como
silencio, no como historia. Vivo como amor, no como carencia.
Y qué
hacer para liberarse de los pensamientos? La respuesta sigue siendo la misma:
nada. No es poético, no es un acertijo zen; es el núcleo de la verdad. No hay
absolutamente nada que hacer porque toda acción es el problema. Toda acción
surge de la creencia en la separación. Cada esfuerzo está arraigado en la
suposición de que falta algo, de que necesitas alcanzar algo, de llegar a algún
lugar, de convertirte en otra persona. Pero quien quiere alcanzar todo eso es
la ilusión.
No se
puede luchar contra una ilusión; solo se puede dejar de creer en ella. Cuando
dejas de alimentar la ilusión del pensador —aquel que controla, que se
esfuerza, que manipula—, lo que queda es la claridad que siempre estuvo aquí.
Por eso, no hacer nada no es pereza; es la máxima honestidad. Te das cuenta de
que no hay nadie a quien arreglar, no hay nada que falte. Incluso el
pensamiento de "debo detener mis pensamientos" es solo otro truco de
la mente. Así que te detienes, no por fatiga, sino por comprensión.
Y entonces
todo se vuelve silencio, no porque lo hayas forzado, sino porque el que hacía
el ruido se ha desvanecido. Quizás ya lo notes en la calma justo antes de que
surja un pensamiento, o justo después de que uno termine. Entonces hay un
espacio, una pausa. Siempre lo has conocido, pero tal vez no confiaste en él.
Pensabas que era un vacío, una ausencia, pero no lo es; es una plenitud más
allá de todo concepto, una paz más allá de toda descripción. Es pura conciencia
sin límites, sin nombre.
Tú no
creas este espacio, es lo que queda cuando dejas de interferir. Los
pensamientos van y vienen como las olas, pero el océano de la conciencia no se
mueve. Tú eres ese océano. Las olas no son tu preocupación. El clima no es tu
trabajo. No necesitas controlar el viento. Simplemente descansas como eres, en
lo que nunca ha cambiado. Y en ese descanso, incluso pueden surgir
pensamientos, pero ya no estás dentro de ellos. Son como pájaros que atraviesan
un cielo que no se aferra a ninguna trayectoria de vuelo.
Quizás cruce
por tu mente la pregunta, "¿Pero cómo viviré sin pensar? ¿No me convertiré
en un vegetal?". Ese también es un pensamiento, y ese pensamiento se basa
en la falsa premisa de que el pensar es necesario para el ser. Muchos de tus
momentos más sublimes, tus actos de amor, creatividad, compasión e intuición,
no ocurrieron a través del pensamiento, sino en su ausencia. El conocimiento
más profundo no proviene de la mente sino del silencio. Y en ese silencio, la
vida sigue funcionando de manera hermosa, inteligente y sin esfuerzo.
No dejas
de hablar, no dejas de caminar, no dejas de actuar, pero la acción surge de una
fuente diferente. Ya no viene del ajetreado gestor dentro de tu cabeza, sino de
un fluir más profundo, uno que no necesita aprobación, planes o resistencia.
Sabes qué decir cuando es necesario, sabes adónde ir cuando el momento lo
requiere. No es algo místico, es simplemente natural. Esta es la sencillez de
la libertad.
A medida
que el pensamiento se ralentiza, algo más empieza a desvanecerse: el sentido
del "yo". No el cuerpo, no tu capacidad de hablar, sino la sensación
interna de "mí", el que piensa, el que posee, el que tiene miedo. No
muere con dramatismo ni se desvanece en el fuego; simplemente deja de aparecer.
Y cuando lo hace, quizás te des cuenta de algo asombroso: que el "yo"
nunca fue real. Fue una máscara, una actuación, un teatro de sombras que
creíste que era la verdad. Pero ahora la luz está encendida, la pantalla está
vacía y todo lo que queda es presencia: no como una cosa o como una persona,
sino como un ser simple, silencioso y radiante. Tú sin definición. Tú sin
esfuerzo. Tú tal como eras antes de que surgiera el primer pensamiento.
Entonces,
¿qué sucede después, qué queda cuando el pensador se ha ido? La vida
espontánea, pacífica y completa. Y sí, los pensamientos pueden seguir
apareciendo, pero son como ecos en un lugar vacío: no encuentran un
"yo" al que aferrarse. Se desvanecen sin consecuencia. Por eso se
dice que quien es libre no tiene pensamientos; no porque haya un silencio
literal veinticuatro horas al día, sino porque los pensamientos ya no están
vivos. Son como una cuerda quemada, sin poder, sin peso. No queda un ego para
animarlos. Se mueven, pero no atan. Surgen, pero no se afianzan. El hacedor se
ha ido, pero el hacer continúa, más grácil, más fluido, más íntimo que nunca con
la vida.
Y con esta
visión, incluso la muerte pierde su control. Tú nunca naciste, entonces, ¿cómo
puedes morir? No eres el cuerpo, no eres la voz, no eres la historia. Eres
aquello que ve la historia ir y venir. Eres el silencio en el que la película
de la vida se proyecta. Eres la pantalla que nunca se quema, por muy salvajes
que sean las escenas. El envejecimiento sucederá, el cuerpo se debilitará, la
historia llegará a su fin, pero tu verdad permanecerá intacta por siempre jamás.
Esta es la libertad que no se puede arrebatar. Esta es la verdad que no se
puede ganar. Esto es lo que ya eres. Y la única práctica, por llamarla de
alguna forma, es dejar de fingir que no es así. No estás aquí para vencer a la
mente; estás aquí para ver que nunca hubo un oponente.
Cada
pensamiento que has intentado conquistar se hizo real solo porque le prestaste
tu atención. Cada miedo que has intentado borrar solo permaneció vivo porque seguiste
alumbrándolo con tu foco. Cuando esa luz de atención se desvía, cuando dejas de
identificarte, de reaccionar y de creer, los fantasmas se desvanecen porque
ellos nunca se aferraron a ti; tú te aferrabas a ellos. Ahora que el agarre se
afloja, que la tensión se desvanece, algo suave, algo inquebrantablemente real
comienza a brillar, no por el esfuerzo ni por la creencia, sino por la ausencia
de ambos. Y a menudo, incluso las preguntas espirituales se disuelven: ¿Qué
debo hacer? ¿Cómo me mantengo en la conciencia? ¿Cómo detengo el pensamiento?
¿Estoy progresando? Todas estas surgen de la ilusión de quien pregunta, del quien
se siente separado de la verdad. Pero, ¿y si nunca hubo un viaje? ¿Y si el
buscador era el único velo? Esto es lo que se hace evidente en el silencio: que
el que busca es un pensamiento, y sin ese pensamiento, la verdad brilla, está
aquí, es completa. Nadie llega, porque nadie se fue jamás. Y quien se da cuenta
de esto no se ilumina; desaparece.
Este
momento, este mismo aliento, este silencio detrás de tus pensamientos, es la
puerta sin puerta. No necesitas prepararte. No necesitas ser puro. No necesitas
arreglar tu karma, tu infancia o tu campo de energía. Solo necesitas ver que el
que piensa que estas cosas deben hacerse es una voz dentro del sueño, y tú no
estás en el sueño. Eres la conciencia en la que este parpadea.
Por eso a
menudo se dice: "Detente, simplemente detente". No para castigarte o
hacerte fracasar, sino porque no hay más pasos más allá de esto. No eres tú
quien debe despertar porque tú eres el despertar mismo, y nunca estuviste
dormido. El mundo seguirá. Las guerras continuarán. Los sistemas fallarán. Las
relaciones surgirán y se desvanecerán. Esta es la rueda del mundo de la forma
girando como siempre lo ha hecho, pero tú no tienes por qué quedar atrapado en
ella. Puedes dejar que la rueda gire sin marearte. Puedes dejar que la película
se reproduzca sin perderte en la pantalla.
Deja que
todo suceda. Deja que los pensamientos vengan. Deja que el cuerpo envejezca.
Deja que el planeta gire. El tú real nunca estuvo en peligro, porque el tú real
nunca estuvo en el tiempo. Todo lo que queda es una sencillez radical. No como
una práctica o como un estado, sino como la verdad. Eres lo que eres sin
necesidad de llegar a ser. Eres lo que eres sin necesidad de ser descrito,
defendido o demostrado. Eres lo que eres, y es más que suficiente. Deja que la
mente se asiente. Deja que el pensamiento se mueva como una brisa a través de
un espacio abierto. Deja que la atención descanse en lo que observa, no en lo
que se mueve. No hay una próxima revelación que esperar, una siguiente etapa
que alcanzar, una capa más profunda a la que llegar.
Si hay
algo que se te invita a practicar, es esto: no hagas nada con tus pensamientos.
Déjalos surgir, caer, retorcerse, desvanecerse. Déjalos rugir, susurrar,
resonar. Pero no los sujetes, no los persigas, no creas en ellos. Y, sobre
todo, no los toques. Se desvanecerán, no por la fuerza, sino por ser ignorados.
Y a medida que se desvanezcan, una paz que siempre ha estado aquí surgirá,
esperando, desapercibida, inmaculada. Esto no es místico. Es natural.
Así, la
última ilusión puede desvanecerse: la creencia de que algo más debe suceder.
No necesitas
convertirte en el ser; tú eres el ser.
No
necesitas silenciar la mente; tú eres el silencio.
No
necesitas despertar; tú eres lo que el despertar revela.
Así que
deja que la búsqueda cese. Deja que la lucha descanse. Deja que el
"yo" imaginado se disuelva como la sal en el océano. Nunca fuiste el
hacedor, nunca fuiste el pensador, nunca fuiste el buscador. Fuiste, eres y
siempre serás, aquello que simplemente es: inamovible, ilimitado, innato.
Texto en imagen: Cómo puedo volverme espiritual cuando siento tanta atracción por lo material??

Hola guapa!, este post me ha resonado muchísimo… yo vivo en una familia toxica pero es que mis padres para empezar tienden a recordar hasta el dia de hoy lo triste que fue su infancia, todo lo malo que les pasa, las discusiones que tienen, etc y no me tratan bien… como fueron ausentes pues yo siempre fui muy apegada soñando con un cambio de ellos que nunca llego y no solo con ellos sino tambien, mi hermano, mis primas muy conflictivos… toda mi vida ha sido una revolución de pensamientos y problemas que no eran mios, aparte pues todo lo mal que se sentían me lo decían, me lo gritaban y cuando una va creciendo pues se cree mucho lo que le dicen, todo esos pensamientos tristes, molestos, etc que son negativos los tuve por esa circunstancia…con los años pues ya tengo la coraza mas fuerte … pongo mis oídos como si estuvieran tapados pero ya cuando me gritan pues ahí ya es imposible ignorar, es imposible no quedarse callada y tambien sus palabras hirientes me afectan porque es mi familia. Entonces…un ejercicio que me habían recomendado es decir en mi mente la palabra “ yo cancelo” pero de todas maneras lo sentía como tu dices… igual sigo poniendo atención, sigo recordando, igual la emociones me siguen afectando pero ahora que me dices que no haga nada y procure no pensar en nada pues hare ello …seguir practicando ello hasta que sea asi… ese pensamiento y emoción desagradable … no pensar en ello ni para arreglarlo!, nada nada solo dejarlo que se vaya…aunque con la familia que tiene cada uno sus historias y la repiten soy como ese vaso que vuelven a depositar todo lo negativo de ellos y eso no me ha permitido enfocar mi atención solo en mi, en solo lo bueno que quiero para mi pero bueno…como bien dices no por nada mi alma eligio la familia que tengo es porque puedo aun tener la vida tranquila que sueño a pesar de las circunstancias pero siii … mis pensamientos han sido siempre un obstáculo y mas que nada impulsado por mi familia…sii! pondré en practica lo que compartes …muchas gracias 😊
ResponderEliminarQuerida anonima, mi consejo es que relajes tu mente hasta el punto en que nada pueda afectarte. Entonces encontraras la calma que buscas. Un beso y muchas gracias por tus comentarios y argumentos. Hasta pronto!! 🥰🥰
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