Ya sea trabajo, tareas domésticas, niños, listas de tareas pendientes, listas de “debería hacer” y listas de “alguna vez terminaré”, por no mencionar las listas de deseos, es justo decir que la vida moderna avanza a un ritmo exigente y no nos concede mucho tiempo para dominar el arte de no hacer nada.
Es como vivir metido en una “rueda de hámster” y esto lo digo con todas las letras. Estar ocupado se está convirtiendo en una epidemia. En este mundo acelerado, nos hemos acostumbrado a estar tan ocupados que apenas nos queda tiempo para no hacer nada, para pasar el rato, rumiar y simplemente ser y estar.
En algún
momento de esta era moderna, se ha vuelto aceptable vivir a un ritmo frenético,
insalubre e insostenible para cualquier ser humano medio normal. De alguna
manera, hemos llegado a glorificar el estar ocupados. Se ha convertido en una
insignia de honor estirar los límites de nuestro cuerpo para sobrevivir con solo
cuatro horas de sueño y hacer ejercicio incluso antes de comenzar a trabajar (y
no hablo de comenzar a las 10 de la mañana).
Solo es
necesario escuchar y prestar atención a lo que dicen las personas para darnos
cuenta de que estar ocupado se está convirtiendo en una epidemia. Escuchemos y
notaremos que las conversaciones de las personas giran en torno a lo que
quieren hacer porque están taaaan ocupadas que no tienen tiempo de hacer nada
de lo que realmente les gusta hacer.
Y esto no
significa otra cosa más que el sistema actual no va a ayudarnos; el jefe, el
trabajo, los niños, las tareas domésticas, ninguno de ellos se detendrá por ninguno
de nosotros. Así que tenemos que ser nosotros, efectivamente, quienes los detengamos.
Tenemos que ser nosotros quienes tracemos el límite y hagamos TIEMPO PARA NO
ESTAR OCUPADOS.
Para
quienes están permanentemente ocupados con horarios frenéticos y mentes
ocupadas, esto puede sonar alarmante, pero ¿qué pasaría si supieran que esto les
permitiría ser mejores y más productivos en sus quehaceres cuando estuvieran en
su puesto de trabajo u ocupados en alguna tarea? Entonces, ¿quizás estarían más
abiertos a la idea? Probablemente.
Veamos qué
podemos hacer para ganar tiempo a la vida.
Empecemos
con pequeños fragmentos de tiempo, digamos cinco minutos. En los que nos
podemos sentar sin distracciones y practicar no hacer nada. Esto se puede hacer
en el jardín, en el parque, en cualquier lugar. El objetivo es relajarse y
dejarse llevar por completo, por lo que es importante que uno se sienta seguro.
Por esta razón, la casa de uno es un buen punto de partida, pero por supuesto
será necesario encontrar un lugar tranquilo y apagar todos los aparatos y
dispositivos, es decir, nada de televisión, teléfono, ni iPad. No te preocupes,
son solo cinco minutos y puedes poner la alarma si solo tienes cinco minutos
disponibles.
Y a continuación,
respira.
Sí, es así
de simple, solo respirar. Eso es todo lo que necesitamos hacer. Solo observar
el flujo de nuestra respiración, observar cómo entra y sale de nuestro cuerpo.
El movimiento del aire a través de los conductos, el ascenso y descenso de nuestro
pecho. Es así de simple.
Cuando un
pensamiento se cuele en nuestra cabeza (y lo hará), podemos simplemente
reconocerlo y dejarlo pasar. O simplemente dejarlo en paz y volver la atención
a la respiración. El pensamiento desaparecerá de forma natural. Ciertamente, pueden
pasar algunos minutos antes de que uno se de cuenta de que ha entrado en una
madriguera de conejo particular con una serie de pensamientos. Tan pronto como uno
note que está metido dentro de una bola de pensamientos, es preciso romper el
impulso con una afirmación como por ejemplo: esta es una historia interesante y volver a centrarse en la
respiración.
Lo que al
final se acaba descubriendo es que cuanto más se practica, más tiempo pasa uno
sin los pensamientos innecesarios que surgen. En algún momento, la cantidad de
pensamientos por minuto disminuirá y, a la inversa, el espacio de tranquilidad
entre ellos aumentará. A medida que uno se acostumbra a este espacio, probablemente
se preguntará por qué antes se tomaba sus pensamientos tan en serio.
Cuanto más
se practica, más fácil resulta. Con el tiempo, uno es capaz de utilizar esta técnica en cualquier lugar y en
cualquier momento. Desde la ducha y el baño hasta estar sentado en el jardín o
en una pausa para el almuerzo en el trabajo; uno puede desconectar y dejar de
estar ocupado.
Aprender
el precioso arte de no estar ocupado nos permite recargar nuestro tanque de energía
para ser más productivos y eficientes. Nos ofrecerá además una mayor claridad,
enfoque y concentración para esos momentos en los que necesitamos volar. Nos ayudará
en mente, cuerpo y espíritu, y sin duda es una situación en la que todo el
mundo gana.

No hay comentarios:
Publicar un comentario