El Señor de los Milagros forma
parte de la cultura peruana y se remonta al siglo XVI. Espero que os agrade y
sea de utilidad.
La leyenda sobre este Señor es
preciosa. En ella se indica que un esclavo de Angola, sin ningún conocimiento
de pintura o bellas artes, elaboró en 1651 un maravilloso lienzo de un Cristo
crucificado. Lo pinto impulsivamente en la pared de su casa, en el barrio de Pachacamilla,
Lima.
Solo unos años más tarde, un
fuerte terremoto sacudió la ciudad de Lima y numerosas construcciones se
derruyeron. En el barrio de Pachacamilla también hubo muchos destrozos, y en la
casa del esclavo angoleño solo quedó en pie una pared en la que había pintado
el Cristo. Desde entonces se considera un milagro lo ocurrido, y también desde
entonces se venera a este Cristo.
Esta novena se utiliza básicamente
para una petición urgente. Como todas las novenas, es preciso rezarla a diario
y durante nueve días consecutivos.
NOVENA AL SEÑOR DE LOS MILAGROS
Día 1
Amorosísimo Señor de los
Milagros, que por puro amor al hombre y para librarle del pecado y de la
muerte eterna merecida por él, habéis querido ser sentenciado a muerte de cruz:
dignaos escuchar mis ruegos. Mi vida, Señor, está llena de
pecados y de imperfecciones y me atormentan mis miserias y enfermedades.
Vos sólo, mi Dios, Vos sólo,
podéis lavar mis iniquidades, dejando caer sobre mi ser adolorido siquiera una
gota de vuestra preciosa sangre. Vos sólo, mi Dios, Vos sólo, podéis atender a
mis muchas y grandes necesidades y aliviarme de tantas penas y dolores como
padezco en este valle del llanto y del dolor.
Vos sólo, Señor, Vos sólo, que
nos habéis amado hasta entregaros a la muerte por nosotros y en quien nos han
sido dadas todas las cosas por el Padre Celestial. Vos sólo, Señor, Vos sólo, podéis
remediar la necesidad que vengo a depositar a vuestros pies divinos.
Amadísimo Señor de los Milagros,
dirigidme una mirada de compasión y escuchad benigno mi oración. AMÉN
Día 2
Amadísimo Cristo Crucificado!
Me estremezco de dolor al pensar que soy yo la causa de vuestros indecibles
tormentos. Señor, perdonadme mis pecados, causa de tan horrendos martirios.
Permitidme, Señor, que yo
también me abrace con mi cruz y que siga con Vos por la calle de la amargura y
os acompañe en vuestras dolorosas caídas y en la amargura infinita que
padecisteis.
Permitidme que os consuele como
la santa mujer Verónica y las piadosas mujeres de Jerusalén y que, como Vos,
ofrezca el sacrificio de mi vida al Padre celestial al llegar a la cima de la
Santa Montaña.
Víctima adorable, dejadme
sentir el dolor de las punzadoras espinas de vuestra corona, y el tormento del
lecho rugoso de vuestra cruz.
Dejadme sentir el dolor de
vuestros huesos que crujen dislocados y de vuestros nervios en horrible
tensión. Dejadme sentir la humillación, sin semejanza, de dar con vuestro
rostro en el suelo, al remachar los clavos, y ser pisoteado por los verdugos
como un vil gusano, oprobio de los hombres y desecho de la plebe.
Quiero, Señor, padecer con Vos
en la cruz de mi deber hasta morir.
Dadme las gracias que para ello
necesito y concededme el favor que vengo a pedir rendido a vuestras plantas
benditas. AMÉN
Día 3
Amadísimo Cordero. Perdonadme
también a mí por piedad. Yo bien sé lo que hago al ofenderos con mis culpas,
pues con ellas renuevo los tormentos de vuestra pasión y os crucifico de nuevo.
Perdonadme mis pecados y
permitid que os presente algún consuelo en vuestras dolorosas agonías y repare
de algún modo las burlas sangrientas de vuestros enemigos.
Dejad que yo reciba entre mis
manos vuestra cabeza dolorida para que no se hinquen más en ella las espinas;
para ello os presento las buenas obras que ayudado de vuestra gracia os prometo
realizar.
Dejad que se pose sobre mis
hombros el dulce peso de vuestro cuerpo para que no se ensanchen más las
heridas de vuestros pies y de vuestras manos y me embriague con la sangre
preciosa que de ellas brotan.
Dejad, en fin, que os dé todo
mi amor y todos mis afectos y os rinda mis bendiciones y alabanzas para reparar
así las burlas y blasfemias de los letrados y sacerdotes de la plebe
sanguinaria que se complace en vuestros horribles sufrimientos. También a mí, como
a ellos, dadme vuestro perdón misericordioso y concededme la gracia que os pido
en esta novena. AMÉN
Día 4
Salvador del mundo, en vuestras
manos están puestas las llaves de David para abrir con ellas la eterna mansión.
Abridme, por piedad, a mí también, como al feliz ladrón, las puertas del cielo
que cerraron mis pecados, y cerradme las del infierno que, por ellos, he
merecido. Yo también, siento en mi alma, como el compasivo buen ladrón, las
injurias y blasfemias que, contra Vos, dirige el mundo corrompido, sobre todo
en esta época de incredulidad y apostasía, siguiendo el ejemplo del ladrón
empedernido.
Los blasfemos de hoy se ríen a
carcajadas frente a vuestra imagen ensangrentada, se burlan de vuestra doctrina
y pisotean vuestras verdades y vuestros preceptos.
Morís en esa cruz por ofrecer
la salvación a todos los hombres, así no todos los hombres acepten el regalo de
tu redención y rechacen, hasta la muerte, las bendiciones del Cielo. Aún hoy
los blasfemos, que siguen despreciando vuestra sangre y vuestra muerte, hacen
irrisión de vuestra infinita paciencia y os maldicen.
El mal ladrón prosigue
blasfemando a pesar del llamamiento amoroso de la gracia del divino Sacerdote
que muere a su lado; a pesar de las admoniciones caritativas de su compañero de
suplicio, muere renegando.
No permitáis, Señor de los
Milagros, no permitáis tamaña desgracia para éste, vuestro siervo, que implora
vuestra piedad.
Sienta mi interior, la dulce
mirada de María Dolorosa, el profundo pesar de haberos ofendido y logre
escuchar a la hora de la muerte las dulcísimas palabras que dijisteis al buen
ladrón: "Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc.
23,43). Concededme, además, Oh Señor de los Milagros, la gracia que vengo a
implorar a vuestros pies benditos. AMÉN.
Día 5
Reina de los dolores y Madre
mía dulcísima. ¿Quién pudiera en esta hora de infinito dolor para Vos,
compartir vuestra pena y amaros hasta morir? Vuestro consuelo era el Hijo del
amor que aunque pendiente del madero, era vuestro tesoro, era vuestra alegría,
era vuestro corazón.
Y vos erais para él, en el
abandono doloroso de los suyos, el bálsamo consolador que suaviza la herida de
su alma divina en la agonía suprema de la desolación.
Vos, Madre mía, fuerte como la
columna de granito ante los vendavales del desierto, estáis al pie, junto a la
cruz, llorosa y afligida, ofreciendo al Padre el infinito dolor de ver
crucificado al más santo de los hijos de los hombres; pero no aguantabais,
madre querida, que vuestro único tesoro en el mundo, en un exceso de amor a los
mortales, se resignara a desprenderse de su Madre por dárnosla a nosotros. Madre mía, querida, yo no puedo escuchar estas palabras de vuestro Hijo y
contemplar vuestra amargura infinita sin sentir en mi pecho el incendio del amor
más puro hacia Vos.
Dejadme, pues, madre querida,
dejadme que me acerque a Vos, me postre a vuestras plantas virginales, me
abrace a vuestros pies benditos y deposite en ellos, en beso de amor, todos mis
afectos filiales hacia Vos y toda mi gratitud porque me aceptasteis por hijo al
pie de la cruz. Vos sois mi Madre. Jesús os dio a mí en herencia al morir.
Muestra que lo sois en efecto,
y reciba de Vos mis preces el que nació de Vos y murió por mí. Señor de los
Milagros, por la espada de dolor que atravesó al pie de la cruz el corazón
bendito de vuestra Madre dolorosa, dignaos escuchar mis súplicas y concededme
la gracia que por su intercesión os pido. AMÉN
Día 6
Abandonado Jesús. Cómo quisiera
en esta hora de desolación para vuestro afligido corazón, poder haceros grata
compañía. Pero, ¿qué podré, Dios mío, si mis pecados son precisamente la causa
de vuestro universal abandono? Os abandonaron los apóstoles; las multitudes que
os seguían, asombradas de vuestra sabiduría y de vuestros milagros, se han
tornado en acusadores y enemigos; los ángeles que os hacían compañía en el
pesebre, cantando vuestra gloria y los que en el desierto y en Getsemaní os
consolaban, os han abandonado también, y habéis renunciado a los consuelos de
vuestra Santísima Madre, la única mujer fuerte en la tempestad, por amor a los
hombres. Hasta la luz del cielo encapotado huye de vuestra presencia, por no
iluminar, tal vez, aquel cuadro sangriento de un Dios crucificado y moribundo.
También la luz de vuestros
ojos, que se apaga por momentos, y la luz de vuestra vida que se extingue
empieza a abandonaros.
Por este abandono mortal y por
vuestra angustiosa soledad, os pido, Jesús mío, que no me abandonéis ni en el
tiempo ni en la eternidad, y me concedáis la gracia que confiadamente solicito
de vuestra bondad. AMÉN
Día 7
Jesús bueno, Jesús sediento. Quién
me diera calmar esa sed que abrasa vuestras entrañas. Pero ni aún lo pudo
vuestra Santa Madre, a quien no se le permitió siquiera el consuelo de
humedecer con una flor empapada en agua vuestros labios, quemados por la sed.
Hubo de ver, sí, la crueldad refinada del verdugo que humedeció una esponja en
hiel y vinagre y la acercó a vuestros labios sedientos.
Mas si no puedo calmar vuestra
sed material, permitidme, Señor, que yo ayude a calmar vuestra ardiente sed de
la salvación de los hombres trabajando en la medida de mis fuerzas por su
salvación, empezando por la mía propia. Quiero, pues, amado mío, cumplir con la
mayor fidelidad vuestros divinos mandamientos y las obligaciones de mi estado;
quiero vivir en vuestra santa gracia y preferir la muerte antes que cometer un
solo pecado mortal; quiero trabajar en las obras sociales de caridad cristiana
y en la gran necesidad de las misiones, para cooperar así a plantar vuestra
cruz en los pueblos que aún no os conocen ni os siguen y, en esta forma,
colaborar en la difusión del Evangelio en todo el mundo, para que seáis
conocido y amado de todos los hombres y se calme así esa sed devoradora que os
consume de salvar a todos los hombres. Dadme vuestra gracia para cumplir estos
propósitos y concededme el favor que en esta novena os pido. AMÉN
Día 8
Gracias infinitas os sean
rendidas, Maestro y salvador del mundo, por lo bien que habéis cumplido
vuestros oficios y acabado la obra de nuestra redención. Vuestras palabras y
vuestros ejemplos, vuestros martirios y vuestra cruz, vuestra sangre y vuestra
muerte, son un libro abierto que nos enseña a vivir y morir en el deber. Bien
podéis ya, Divino triunfador, exclamar desde la Cátedra de la Cruz: "Todo
está cumplido" (Jn. 19,30). Sí, Dios mío, vencidos están el error, el pecado
y el infierno; vencido y aplastado está el poderío de Satanás sobre los
hombres; redimido el hombre; predicada la verdad; colmados los anhelos divinos.
Acabad en mí, oh Cristo
Crucificado, acabad en mí vuestra obra! Consumid en mí el pecado. Aumentad en
mí la vida de la gracia y dadme la santidad de mi vida y la gracia de agradaros
hasta el fin, como Vos, divino modelo de predestinados, hicisteis hasta morir,
siempre lo que agradaba a vuestro Padre.
Dulce Cristo Crucificado. Así
como Vos encomendasteis vuestro espíritu en las manos del Señor, del mismo modo
encomiendo el mío en las vuestras manos llagadas, pero amorosas, abiertas para
abrazarme. En estas manos adorables quiero morirme y en la postrimería
descansar en los siglos de los siglos. De vuestras dulces manos espero, en fin,
¡Oh Señor de los Milagros! la gracia que vengo a implorar de vuestra clemencia.
AMÉN
Día 9
Madre del amor y del dolor. Madre
mía, querida. Decidme cuál fue la pena de vuestro corazón al ver al soldado,
que no respetando ya el cuerpo muerto de vuestro Hijo, se llega hasta él y le
clava, sin compasión, la lanza, hasta abrirle su divino Corazón! También el
vuestro, Madre querida, se rasgó con infinito dolor, con pena inmensa, con un
torrente de lágrimas. No en vano fueron las palabras proféticas del anciano
Simeón: "Y a ti misma, una espada te atravesará el corazón…" (Lc.
2,35).
Amado Señor de los Milagros.
Recibid las incomparables penas de vuestra Santísima Madre en descuento de mis
muchos y grandes pecados; y por el amor que le tenéis, guardadme durante mi
vida y, sobre todo, en la hora de mi muerte, en esa santísima llaga que abrió
la lanza de vuestro bendito Corazón. No se contentó vuestro amor con que fueran
rasgadas vuestras espaldas con los azotes, taladradas vuestras sienes con las
espinas, traspasados vuestros pies y vuestras manos con los clavos, amargada
vuestra lengua con la hiel y lastimados vuestros oídos con las blasfemias, sino
que permitisteis que fuera abierto vuestro costado y herido vuestro corazón
para que yo encontrara refugio seguro.
Y Vos, Madre mía dulcísima. Nueva
Eva. Madre de la Divina Gracia. Concededme la gracia de ser un verdadero hijo
de vuestros dolores, llore mis pecados, causa de los tormentos de vuestro Hijo
y de vuestra inmensa amargura, y os dé el consuelo de una vida santa y una
muerte dichosa entre vuestros brazos maternales. Alcanzadme también el favor
que vengo a pediros en esta novena para la gloria de mi dulce Señor de los Milagros
y también vuestra María, dulce Madre mía. AMÉN.
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