Se dice que hay una razón por la que el parabrisas es más grande que el espejo retrovisor y es porque hacia dónde uno se dirige es más importante que lo que se ha dejado atrás.
Para
muchas personas de mediana edad y más allá, ambos son importantes. No obstante,
cuando miramos en ambas direcciones, a menudo nos enfrentamos al espejo actual.
Todos pasamos
por inevitables transiciones en la vida y una de cada tres personas experimenta
una “crisis del espejo”. No les gusta lo que ven en el espejo. No solo su
cuerpo envejecido, sino también su vida envejecida. Sienten una brecha de
expectativas: “Esto no es lo que esperaba”. “Si tan solo fuera más de esto”.
“Si tan solo fuera menos de aquello”. La brecha a menudo se desencadena por
muertes, enfermedades, mudanzas, jubilación o cosas parecidas. O incluso puede
ser debido a la experiencia de simplemente tener que sentir la energía que
consume el pesado trabajo de más de las mismas viejas conversaciones y rutinas.
También puede ser la sensación normal, aunque de pánico, de enfrentarse al tictac
del reloj de la mortalidad.
Pero por qué es importante un espejo
en la vida??
Los
espejos nos obligan a mirarnos a nosotros mismos. Nos obligan a examinarnos.
Enfrentarnos al espejo honestamente requiere que aceptemos nuestros propios
errores en lugar de culpar a los demás. Sentirnos cómodos con nuestro reflejo
físico y psicológico nos permite aceptarnos exactamente como somos. Y, a veces,
refleja algo a lo que podemos llamar la “crisis de la vejez”.
Qué es una crisis de la vejez??
La crisis
de la vejez es diferente a cualquiera de las crisis de la mediana edad en las
que solemos hacer hacemos balance y nos preguntamos “¿Esto es todo lo que
hay?”. Este es un cuestionamiento existencial más profundo sobre el tiempo. Es
la realidad de que el tiempo es nuestra moneda más preciada y que queda poco.
¿Cuánto tiempo tengo y qué quiero hacer más y menos en mi vida?
Naturalmente,
todos tenemos esos días en los que nos enfrentamos al espejo (en sentido
figurado y literal) y no nos gusta lo que vemos. Sentimos que nos falta algo.
Entonces, ¿qué podemos hacer?
Aprender a liberarse de las cosas
Un primer
paso podría ser mirarnos al espejo con un “compañero de propósito”: alguien que
esté dispuesto a profundizar en las cuestiones existenciales más profundas
relacionadas con el tiempo. Puedes utilizar el siguiente cuestionario sobre la
crisis de la tercera edad como estructura para una conversación frente al
espejo.
Cuestionario sobre la crisis de la
tercera edad
¿A menudo
te miras al espejo y piensas: “¿Quién es esta persona?”
¿Te
sientes reacio a decirle a la gente tu edad?
¿Te
obsesionas con tu apariencia, tratando cualquier forma de antienvejecimiento
para parecer más joven?
¿A menudo
te comparas con otras personas de tu edad y te preocupa no estar a la altura?
¿A menudo
piensas en tu mortalidad?
¿Evitas
hablar con tus seres queridos sobre lo que te gustaría para ellos después de
que te hayas ido?
¿A menudo
cuestionas el valor de tus creencias religiosas o espirituales?
¿A menudo
te sientes deprimido o vacío durante largos períodos de tiempo?
¿A menudo
te sientes alejado de las actividades que alguna vez te parecieron placenteras?
¿Te
sientes aburrido o estancado en tus relaciones personales?
Puede que
te sientas identificado con algunos de estos comportamientos, pensamientos y
sentimientos. Pero si respondiste un “sí” rotundo a más preguntas que “no”, es
posible que estés atravesando o entrando en una crisis de la tercera edad.
Aprender a rehacer las maletas
Una
segunda forma de mirarse al espejo es preguntarse: “¿Qué sería una buena vida,
ahora, para mi?”
Existe una
fórmula para lograr una buena vida que aligera nuestra carga y nos ayuda a
mirarnos al espejo, evaluando cuatro elementos clave para ello:
Lugar:
¿Dónde quiero vivir?
Personas:
¿Con quién quiero vivir o cerca de quién quiero vivir?
Trabajo:
¿En qué quiero invertir mi tiempo (o no)?
Propósito:
¿Qué quiero aportar al mundo?
Al
mirarnos al espejo, la felicidad a menudo pasa a ocupar un lugar privilegiado.
“¿Ahora puedo ser feliz?” Llegados a este punto, quizás deberíamos pensar en cambiar
nuestro objetivo de dedicar nuestro tiempo a la búsqueda de la felicidad
personal y, en vez de ello, dedicarnos a contribuir activamente en el bienestar
de los demás. Al “crecer y dar”, no solo uno se enfrenta al espejo con una
sonrisa, sino que también crea un efecto dominó de propósito en el mundo que lo
acaba rodeando. Solo es necesario conseguir que nuestra vida cuente un poquito
cada día.
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