La tradición budista es una de
las que mejor y más venera a los gatos. Espero que esta leyenda tradicional antigua os agrade.
No es necesario pertenecer a la
religión budista para sentir al gato como a un animal realmente especial. Los gatos son capaces de transmitir calma, aplomo y mucha ternura también. Cuando un gato
llega al hogar, se dice que equilibra las energías, puesto que a través de
ellos nos podemos descargar de las ondas negativas que se van alojando en
nuestro ser, pero ellos no se quedan con dicha negatividad, sino que la
canalizan directamente a la tierra.
El gato es un animal que se
rige por sus instintos, ya que nada de lo que hace es para complacer a nadie,
ni siquiera a los humanos que viven a su lado. No podemos hablar de “dueños” o
“amos”, puesto que estos pequeños felinos podrán ocupar el lugar de una
mascota, pero nunca responderán a tus órdenes o caprichos, lo que no quiere
decir que no te profesen el más devoto cariño.
La línea divisoria entre la
pertenencia y la independencia es borrosa con estos animales, pero ellos sabrán
perfectamente marcarte hasta dónde es que puedes llegar.
Si hoy en día decidimos optar
por un destino exótico para nuestras vacaciones y llegamos a un templo budista,
lo que más nos llamará la atención no serán las esculturales estatuas de Buda,
sino los gatos que descansan en su regazo o se desplazan con sigilo y
magestuosidad por el lugar, ya que esos templos no sólo les dan la bienvenida,
sino que también son su casa. Pero, ¿de dónde proviene esta costumbre? Aquí te
contamos la leyenda budista sobre los gatos para que comprendas de donde
proviene la presencia felina en los templos budistas.
Cuenta la Leyenda…
Hay una muy difundida leyenda
budista acerca del gato que cuenta que un día un minino se quedó dormido sobre
la túnica de Buda. Este último decidió no perturbar su apacible sueño y, para
seguir con sus actividades, cortó el pedazo de túnica para poder levantarse sin
que el gato viera interrumpido su descanso.
A partir de este momento y
según la leyenda budista sobre los gatos, el gato comenzó a formar parte de las
meditaciones budistas. El maestro que hizo que el felino comenzara a formar
parte de estos encuentros un buen día falleció. Tras preguntarse qué camino
seguir, su sucesor permitió que el gato los siguiera acompañando en sus clases
y meditaciones de budismo zen. Esta historia comenzó a hacerse conocida en los
templos de la región y, para el momento en que el gato falleció, ya muchos
templos habían adoptado a estos animales como compañeros infalibles de la
meditación. El primer templo en adquirir uno consiguió otro y así el gato
comenzó a formar parte de las prácticas de la religión.
Incluso llegaron a escribirse
tratados científicos que comprobaban que la presencia del gato aumentaba la
concentración del ser humano. He aquí cómo se originó esta leyenda budista
sobre los gatos.
Sin embargo, las cosas no irían
tan bien para este grácil felino, ya que le tocó el turno de asumir el rol de
Buda a un maestro que era alérgico al pelo de los gatos, por lo que destituyó
de su papel de acompañante al gato.
Fue en este período que comenzó
a llover un aluvión de tratados que hablaban de la importancia del budismo zen
sin necesidad de contar con el gato en sus meditaciones.
Hubo de pasar mucho tiempo, más
de tres siglos, para que finalmente el gato pudiera reivindicar su posición
perdida y estar presente nuevamente en el hogar del budismo.
La leyenda budista sobre los gatos y el libro de los
Poemas del Gato
El Tamra Maew es el libro de
poemas del gato y también forma parte de la leyenda budista sobre los gatos y
es uno de los tesoros que ofrece la biblioteca nacional de Bangkok. En este
libro se cuenta que, de acuerdo a la rama theravada del budismo, cuando una
persona fallecía, su alma se fusionaba de forma muy armoniosa al cuerpo de un
gato vivo.
Fue gracias a esta leyenda
budista sobre los gatos que cuando alguien moría, era enterrado junto a un gato
vivo. Por supuesto que el budismo, como religión que respeta la vida animal
tanto como la humana, no podía permitir que se cobrara la vida del animal, por
lo que se le dejaba una salida. Una vez volvía al exterior, los familiares del
fallecido se quedaban en paz, ya que estaban convencidos de que el alma de su
ser querido ya se había alojado en el cuerpo del gato. Para ascender al plano
iluminado que nos aguarda luego de la muerte física, había que esperar a que el
felino en cuestión falleciera.
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