En ocasiones, un simple relato bien encaminado puede hacernos ver las cosas desde una perspectiva distinta, e incluso facilitarnos la experiencia de nuestra vida.
Érase una
vez en un pequeño pueblo entre las montañas. Allí vivía un joven llamado Hiro
que era conocido por todos por su mente inquieta. Hiro siempre estaba pensando
analizando y preocupándose por el pasado y el futuro. Su mente estaba llena de
pensamientos y era imposible encontrar la paz.
Un día,
Hiro se enteró que en lo alto de una lejana montaña vivía un reconocido maestro
zen. Este maestro poseía el secreto para encontrar la paz interior y la
tranquilidad.
Intrigado,
Hiro decidió embarcarse en un viaje a las montañas lejanas para buscar la
sabiduría del maestro. Después de varios días de arduo viaje, Hiro finalmente
llegó a la cima de la montaña. Allí encontró al maestro zen sentado en silencio,
sus ojos estaban cerrados y él se encontraba en profunda meditación.
Hiro se
acercó al maestro y se inclinó respetuosamente.
–Maestro, he
venido buscando su guía. Mi mente está inquieta y anhelo la paz interior. ¿Puedes
enseñarme cómo vaciar mi mente?
El maestro
zen abrió los ojos y miró a Hiro con una sonrisa serena.
–¿Vaciar
tu mente dices? Muy bien, yo te enseñaré, respondió.
El maestro
acompañó a Hiro hasta un pequeño patio adornado con un hermoso jardín. En el
centro del patio había un pequeño estanque hecho de piedra y lleno de agua hasta
el borde.
Mientras Hiro
observaba, el maestro cogió un cucharón, lo sumergió en el agua y vertió el
líquido en un recipiente mucho más pequeño.
–Ahora,
Hiro –dijo el maestro, tu tarea es vaciar este pequeño estanque. Debes traspasar
toda el agua a este recipiente más pequeño sin derramar ni una sola gota.
Hiro miró
la tarea que tenía por delante y se sintió desconcertado. ¿Cómo podría vaciar
todo el estanque de agua en un recipiente tan pequeño? Sin embargo, aceptó el
reto y comenzó a sacar agua del estanque.
Durante
horas Hiro recogió diligentemente agua del estanque y la vertió en el
recipiente más pequeño, pero no importaba cuánto lo intentara porque el
estanque seguía lleno de agua. La frustración inundó su corazón y su mente se
volvió aún más inquieta.
El maestro
zen observó la lucha de Hiro con una mirada compasiva, se acercó y colocó
suavemente la mano en su hombro. –Mi querido estudiante –dijo el maestro suavemente–,
estás tratando duramente de vaciar el estanque, pero te has olvidado de lo primero
y más importante. Para vaciar el estanque primero debes vaciar tu mente.
Hiro miró
al maestro a los ojos lleno de confusión. –Maestro, ¿cómo vacío mi mente?
El maestro
sonrió con compasión. –Deja ir tus preocupaciones, tus miedos y tus pensamientos
–dijo. Enfócate solo en la tarea que tienes entre manos. Debes estar plenamente
presente en este momento y el resto seguirá.
Hiro
respiró profundamente y soltó su frustración, dejando de esforzarse tanto por
vaciar el estanque y centrándose únicamente en cada cucharon de agua que sacaba
del estanque, y saboreando el sonido y la sensación que eso le producía.
Gradualmente,
Hiro entró en un estado de flujo, su mente se volvió clara y sus movimientos
suaves y dóciles.
Mientras
Hiro vaciaba su mente algo milagroso pasó. El estanque pareció responder a su tranquilidad
recién descubierta y, con cada cucharón, el agua fluyó sin esfuerzo del
estanque hasta el recipiente más pequeño, vaciándose gradualmente.
Finalmente,
Hiro vertió la última gota de agua en el recipiente pequeño, y miró al maestro
zen con asombro y gratitud.
Ves, Hiro –
dijo el maestro–, cuando tu mente se vacía permites que el universo fluya a
través de ti, te vuelves uno con la tarea en cuestión y todo ocupa su lugar.
Hiro se
dio cuenta de que la verdadera paz y la claridad ya estaban en su interior todo
el tiempo. Desde ese día en adelante, llevó la sabiduría del maestro zen en su
corazón.
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