No fue hasta el
año 2008 cuando vi por primera vez un colibrí de carne y hueso. En ese entonces
yo vivía en Mar del Plata (Argentina), y el encuentro me dejó maravillada.
Sus colores vivos y tornasolados brillaban bajo el sol
de mi país de acogida. Recuerdo claramente la primera vez que topé de cara con
uno de ellos, fue justo a la entrada del Bosque Encantado en Miramar. El animal
comenzó a revolotear a mi alrededor y a él se le unieron un par de amigos. Los
tres estuvieron jugueteando alrededor durante más de media hora. Volaban de una
flor a otra sin tregua ni pausa, y me hicieron sentir una con ellos.
En mi país de origen, España, no hay colibríes. Por supuesto, tenemos muy diversas clases de aves a cuál más preciosa, pero no colibríes. Así que cuando uno es ya adulto y se encuentra con tan bello animal por primera vez, lo guardará en su memoria para siempre jamás. Lo recuerdo como si fuera ayer.
Cuenta una leyenda guaraní que la
muerte no es el final de la vida, pues el hombre, al morir, abandona el cuerpo
en la Tierra pero el alma continúa su existencia. Dice también que se desprende el alma y
vuela a ocultarse en una flor a la espera de un mágico ser.
Entonces es cuando aparece el
"mainimbú" (nombre guaraní del Colibrí) y recoge las almas desde las
flores, para guiarlas amorosamente al Paraíso. Ésta es la razón de que vuele de flor
en flor.
Antiguamente se creía que el colibrí
provenía de un país de hadas, y quien tenga hoy el placer de contemplarlo, no
estará lejos de opinar lo mismo.
El Colibrí habita en toda América pero
especialmente en zonas tropicales. Hay distintas especies: el sunsún de Cuba no
alcanza los 5 centímetros de longitud y es el pájaro más pequeño que se conoce. Su nido es diminuto como su dueño: apenas tiene el tamaño de una nuez!!
Cuando vuela, sus alas vibran a una
velocidad increíble y es imposible distinguirlas. Mientras absorbe el néctar
parece como si su cuerpo se encontrara suspendido en el aire.
Si lo ven, pónganse contentos, porque se cuenta que cuando
un picaflor o colibrí se acerca a una casa, es señal de que habrá gratas
visitas y de que un alma será amorosamente guiada al Paraíso.
LA LEYENDA
DEL COLIBRÍ
Desde hace tiempo, los más viejos de la tribu cuentan la trágica
historia del amor de dos jóvenes.
La bella Flor, morena, esbelta y de grandes ojos negros, estaba
enamorada de Ágil, un joven inquieto, apasionado, juntos solían pasear al
atardecer por un bosquecillo cercano, a la orilla de un arroyo impetuoso y
juguetón. Pero como los enamorados pertenecían a dos tribus enemigas, se veían
poco, pues debían mantener su amor en secreto.
Un día, sucedió lo que tanto temían: unos familiares de la joven
descubrieron el romance y lo comentaron al jefe de la tribu. Desde esa tarde,
Flor tuvo prohibido volver al lugar de los encuentros.
Pasaron los días. Una y otra vez, Ágil la buscó sin hallarla en la
penumbra suave y tibia del bosque hasta que la Luna, apenada por su dolor, le
contó lo que había sucedido y agregó:
–Ayer he visto otra vez a Flor, muy angustiada, lloraba amargamente
pues está desesperada.
Quieren que se case con un hombre de su tribu y ella se ha negado.
El dios Tupá escuchó su lamento y se apiadó de su dolor, mi amigo el Viento me
contó que Tupá la transformó en una flor.
–¿En una flor? Dime, ¿en qué clase de flor? ¿Cómo puedo
encontrarla?
–¡Ay, amigo! No puedo decírtelo porque no lo sé… –respondió la
Luna.
El muchacho palideció y solicitó la ayuda de su dios:
–¡Tupá, tengo que encontrarla! Sé que en los pétalos de Flor
reconoceré el sabor de sus besos. ¡Ayúdame a dar con ella!
Ante el asombro de la Luna, el cuerpo de Ágil fue disminuyendo
cada vez más. Se hizo pequeño, pequeño, hasta quedar convertido en un pájaro
delicado y frágil de muchos colores, que salió volando rápidamente. Era un
colibrí.
Desde entonces, el novio triste pasa sus días recorriendo las
ramas floridas y besa apresuradamente los labios de las flores, buscando una,
sólo una.
Desde hace tiempo, los más viejos de la tribu cuentan también que
todavía no la ha encontrado…
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