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domingo, 21 de mayo de 2017

LOS GATOS - LEYENDA BUDISTA

La tradición budista es una de las que mejor y más venera a los gatos. Espero que esta leyenda tradicional antigua os agrade.

No es necesario pertenecer a la religión budista para sentir al gato como a un animal realmente especial. Los gatos son capaces de transmitir calma, aplomo y mucha ternura también. Cuando un gato llega al hogar, se dice que equilibra las energías, puesto que a través de ellos nos podemos descargar de las ondas negativas que se van alojando en nuestro ser, pero ellos no se quedan con dicha negatividad, sino que la canalizan directamente a la tierra.

El gato es un animal que se rige por sus instintos, ya que nada de lo que hace es para complacer a nadie, ni siquiera a los humanos que viven a su lado. No podemos hablar de “dueños” o “amos”, puesto que estos pequeños felinos podrán ocupar el lugar de una mascota, pero nunca responderán a tus órdenes o caprichos, lo que no quiere decir que no te profesen el más devoto cariño.

La línea divisoria entre la pertenencia y la independencia es borrosa con estos animales, pero ellos sabrán perfectamente marcarte hasta dónde es que puedes llegar.

Si hoy en día decidimos optar por un destino exótico para nuestras vacaciones y llegamos a un templo budista, lo que más nos llamará la atención no serán las esculturales estatuas de Buda, sino los gatos que descansan en su regazo o se desplazan con sigilo y magestuosidad por el lugar, ya que esos templos no sólo les dan la bienvenida, sino que también son su casa. Pero, ¿de dónde proviene esta costumbre? Aquí te contamos la leyenda budista sobre los gatos para que comprendas de donde proviene la presencia felina en los templos budistas.

Cuenta la Leyenda…

Hay una muy difundida leyenda budista acerca del gato que cuenta que un día un minino se quedó dormido sobre la túnica de Buda. Este último decidió no perturbar su apacible sueño y, para seguir con sus actividades, cortó el pedazo de túnica para poder levantarse sin que el gato viera interrumpido su descanso.

A partir de este momento y según la leyenda budista sobre los gatos, el gato comenzó a formar parte de las meditaciones budistas. El maestro que hizo que el felino comenzara a formar parte de estos encuentros un buen día falleció. Tras preguntarse qué camino seguir, su sucesor permitió que el gato los siguiera acompañando en sus clases y meditaciones de budismo zen. Esta historia comenzó a hacerse conocida en los templos de la región y, para el momento en que el gato falleció, ya muchos templos habían adoptado a estos animales como compañeros infalibles de la meditación. El primer templo en adquirir uno consiguió otro y así el gato comenzó a formar parte de las prácticas de la religión.

Incluso llegaron a escribirse tratados científicos que comprobaban que la presencia del gato aumentaba la concentración del ser humano. He aquí cómo se originó esta leyenda budista sobre los gatos.

Sin embargo, las cosas no irían tan bien para este grácil felino, ya que le tocó el turno de asumir el rol de Buda a un maestro que era alérgico al pelo de los gatos, por lo que destituyó de su papel de acompañante al gato.

Fue en este período que comenzó a llover un aluvión de tratados que hablaban de la importancia del budismo zen sin necesidad de contar con el gato en sus meditaciones.

Hubo de pasar mucho tiempo, más de tres siglos, para que finalmente el gato pudiera reivindicar su posición perdida y estar presente nuevamente en el hogar del budismo.

La leyenda budista sobre los gatos y el libro de los Poemas del Gato

El Tamra Maew es el libro de poemas del gato y también forma parte de la leyenda budista sobre los gatos y es uno de los tesoros que ofrece la biblioteca nacional de Bangkok. En este libro se cuenta que, de acuerdo a la rama theravada del budismo, cuando una persona fallecía, su alma se fusionaba de forma muy armoniosa al cuerpo de un gato vivo.

Fue gracias a esta leyenda budista sobre los gatos que cuando alguien moría, era enterrado junto a un gato vivo. Por supuesto que el budismo, como religión que respeta la vida animal tanto como la humana, no podía permitir que se cobrara la vida del animal, por lo que se le dejaba una salida. Una vez volvía al exterior, los familiares del fallecido se quedaban en paz, ya que estaban convencidos de que el alma de su ser querido ya se había alojado en el cuerpo del gato. Para ascender al plano iluminado que nos aguarda luego de la muerte física, había que esperar a que el felino en cuestión falleciera.

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